martes, 12 de septiembre de 2006

Después de muerto

Es el título del séptimo soneto que publican de Diego Navarro.
Después de muerto amarillentas flores
me vendrán a una boca de ceniza
y vivirá en mis labios la maciza
ausencia de tus húmedos favores.
Después de muerto enjambre de livores,
con dulce miel cadáver y pajiza,
será mi cuerpo en el jardín que riza
la sombra del ciprés y sus temblores.
Después de muerto yo, tú ¿dónde vives?
Yo tiemblo amante en el rumor del viento;
tú vives ágil, duradero olvido.
Todo mi pulso es madrigal: no esquives
el último servicio de mi atento
corazón que te silba en el oído.
Me pregunto si hay muchas formas de elegía. Y me parece que no.

Ésta, por ejemplo, sabe un poco a la famosa -y apenas anterior- de Miguel Hernández, es verdad. Pero no menos a una de Garcilaso o de Q. Horacio o Cayo Valerio Catulo. Y más y más, como Bécquer, si me apuran.

Seguramente, es algo que tiene la muerte. Tanto como algo que tiene el hombre cuando habla de la muerte propia o ajena. Y lo mismo habría que decir de la poesía, puesta a decir la muerte.

Me podrán decir que de otros temas podría decirse lo mismo, el amor, por caso. Y me parece que no.