lunes, 15 de julio de 2024

El día, el cerro, el dolor


I

Espero el día.

Será siempre el día de tu altura
que sube por mi sangre
y habla el idioma del viento.

Estoy a una distancia más ancha,
a una hondura mayor que el mar que nos separa.

Y llegarás conmigo, 
cuando un deshielo de cipreses
caiga sobre nuestro refugio.

Así es la espera.

Un verdor del ciprés en su deshielo.
La mirada fija en tus ojos.


II

Sólo puedo mirar solo.

Aquí está el hogar.
Aquí el silencio de todas las ausencia.

Menos tu ausencia, que no existe.

La noche hizo tu pelo.

Y, aquí, cuando la noche se cierre, 
vendrás a recostarte entre las piedras
que guardan la noche de mi espera.


III

Lo más parecido al dolor
es no soñarte.

El dolor insoportable
es no encontrar tus ojos.

El dolor fatal
es que no existas.



jueves, 11 de julio de 2024

El principio, el árbol, el camino


I

Nombro el comienzo y veo un horizonte.
Allí, el amanecer. Y la mirada.
Allí el primer suspiro y el susurro
de torcazas celosas en sus nidos.

Está el principio en su hora de silencio.
Nace el rumor del aire y la araucaria
y un frío noble que enardece, aquieta, 
y vuelve a renacer, siempre a tu ritmo.

Allí en la altura empieza el firmamento
y esa solemnidad y esa ternura
con que llegas de donde no lo sé.

Un día nuevo. Un hoy que inauguraste,
que ya no tiene fin, siempre es comienzo
sin edad, sin reposo. Y me recibe.


II

Todo en tu árbol es nido
y es raíz y es corteza
con que abrigas mi día,
la noche, mi esperanza.

Raíz siempre es tu nombre
para nacer de ti. 
Para brotar de ti
me abrazo a tu madera.

Cómo será esta vida;
de este tronco, la rama;
de mi rama, tu flor.

De tu sur llega el bosque
que a su sombra me tiene:
Y a tu sombra es amor.


III

Ese es mi destino:
andar por la senda,
buscar tu vereda, 
hallar el camino.

Y eres mi camino.
Y por él navega
corazón que rema
siempre peregrino.

Y voy peregrino
que sueña que llega
soñando el camino.

Ese es mi destino:
que te conociera,
te hicieras camino.


martes, 9 de julio de 2024

La barca, el hierro, la altura


I

Mi puerto
no está lejos de ti.

¿Y cómo llegará 
la tierra de mi sangre al puerto de tu mar?

Eres el mar, la barca,
el puerto y todo.

Iré hacia ti por ti.

Tu sangre ha navegado
–el verdor de una isla a sus espaldas–
desde el mar gris, 
como tus ojos grises.
 
Y tu sangre ha buscado
el eco de la voz 
en la llanura nueva verdecida.

Un resplandor en un mar infinito 
que ahora sabe a trigo.

Pero tú, intrépida y sonora, 
desde tu altura,
soplaste un viento sur en la tarde de mis días.
 

II

Tienes de mí
el ardor del hierro de mi sangre,
sobre un yunque de amor.

Tienes todo de mí,
todo te pertenezco.

El silencio de nieve que te llama, 
la soledad feliz de cada espacio, 
la mirada y el vino que riega mis raíces, 
la belleza de siglos
que nació de una tierra que te busca.

Tienes todo de mí.


III

Nos encontró la altura que encontramos.

Nos abrazó, 
nos cobijó bajo el cielo, 
nos unió a la piedra, 
en la piedra, 
en la altura.

Y encontramos el viento, 
la soledad del viento,
la dulzura del viento, 
la ternura silenciosa de la altura.

Somos ahora un viento, 
arriba,
alto en el alto mar del cielo que nos guarda;
nuestro paso es la barca de tu sangre
que navega hacia mí.
Y nuestros pies el hierro que se forja en mi sangre
y me llevan a ti.



lunes, 8 de julio de 2024

Franceses, portugueses, herejes o independientes





Dos artículos de Roque Raúl Aragón. Publicaba efemérides argentinas en el diario La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, entre 1977 y 1981, con algunas intermitencias.

La columna se llamaba Bajo estos mismos cielos. Con ese mismo nombre, en 2014, se recopilaron todas esas notas y las publicó en un solo volumen Vórtice, en Buenos Aires.En esta bitácora las publiqué de a una por vez hace algunos años.

Quise repetir estos artículos ahora porque, desde dos hechos históricos distintos pero no distantes en el tiempo, hablan de lo mismo: nuestra independencia.

El primer artículo, conmemora un hecho de estos días de julio, pero de hace 217 años: la Defensa de Buenos Aires en la segunda invasión inglesa, en 1807.

En el segundo artículo, aparece un escrito anónimo de 1809, casi profetizando la deriva penitencial de la Argentina para llegar a ser una nación independiente. De franceses, de portugueses, de ingleses. Y hasta de los argentinos que nos prefieren "libres" sin libertad, pero no independientes. 

Con lo que ambos artículos vienen a cuento. 

*   *   * 

La Defensa en el relato de un testigo

Por Miguel Domingo Aragón (*)

 

No hace falta que sea feriado para celebrar un aniversario más de un hecho glorioso: la derrota de Whitelocke en Buenos Aires. Recordarlo en las escuelas y cuarteles como muestra de gratitud y motivo de exhortación, es suficiente.

El episodio nos es familiar, porque lo venimos estudiando desde la escuela primaria. Está en todos los textos de historia. Carlos Roberts y Juan Beverina le han dedicado estudios muy completos. Manuel Gálvez lo reconstruyó con gran colorido en su novela La muerte en las calles, que se llevó al cine.

Es oportuno transcribir aquí, para que se perciba la vibración de los sucesos, la referencia de un testigo que va escribiendo mientras estos se producen. No se sabe quién era. Sólo consta que pertenecía al regimiento de Patricios, aunque siempre habla como espectador y no actor. Redacta como hombre de escasa instrucción. Registra las novedades de cada día y, al parecer, las remite semanalmente a otra persona que no está en la ciudad. La narración de estos hechos ocupa 16 carillas de su manuscrito. En las citas que siguen, van corregidas la ortografía y la puntuación.

 

Jornadas de terror

El 3 de julio, ambos ejércitos estaban sobre las armas y empezaron a tirotearse. Los invasores, guarecidos en las quintas de extramuros, eran atacados por guerrillas. Se desplazan hacia la ciudad por otras quintas, a donde habían ido las familias para ponerse a salvo con sus bienes, creyendo que el ataque vendría del río.

Este enemigo entra en dichas quintas y casas, degollando a todo viviente indefenso y a las mujeres a su disposición. Han sucedido atrocidades, y terror causaban a todo viviente.

Habla de las zanjas abiertas en la Plaza Mayor para servir de trincheras y la zanja exterior, cuatro cuadras más afuera. El 4 de julio escribe: 

Todas nuestras tropas ganaron las azoteas, para hacer fuego a los enemigos (…). Y la caballería nuestra andaba de guerrillas con la infantería  y cuidando que el enemigo no se surtiera de víveres en la campaña (…). Se experimentó en este día muchos muertos y heridos de parte a parte (…). Se dice que dicho enemigo traía la orden de matar a todos los hombres de 7 años para arriba. Todo se ha visto ser cierto, según empezaron a hacer la guerra. Más tenía principio de piratería que de guerra. 

También ese día los ingleses entran a la Residencia, toman el hospital, donde había 150 enfermos, matan a un negro cocinero, hieren a un sacerdote, se apoderan de los víveres y se parapetan contra las partidas que los atacan. El 5 de julio es el desenlace: 

“Al romper ese día empezó el enemigo que se hallaba en la quinta de Icasati /Auchmuty/ y la 3ª. división, en la plaza Lorea /hoy Congreso/. Tiraron 24 cañonazos como por señas, según lo visto. Los nuestros sobre ellos. Esta mañana parecía el día del juicio.

 

Por cuatro calles

La columna que marcha sobre el Retiro se da con “el cuerpo de nuestra Marina” que estaba emboscado. 

Fue tanto el fuego que de ambos (lados) se hicieron, que tuvo la desgracia de acabarse las municiones cartucharias al cuerpo de nuestros marinos. Se vieron precisados a entregarse los que no pudieron escaparse (…).

 En poder del Retiro, el enemigo intentó hacer su entrada por 4 calles: la de las monjas Catalinas, la de tras del convento, la otra encima de la barranca del río y por la plaza. Pudieron caminar 4 cuadras para el pueblo, rompiendo puertas de las casas, matando, robando y destrozando cuanto en ellas hallaban. (…) Llegados a las 4 cuadras de la plaza, no pudieron pasar adelante (por) motivo del tiroteo que los españoles les estaban haciendo desde las azoteas, ventanas y calles. 

La 3ª. división avanza entre gran fuego, llega cerca de San Miguel, es rechazada, con pérdida de prisioneros. 

Dicha columna dirigióse a Santo Domingo, mandada por el coronel Pack, caminando por las calles, atravesando calles, sufriendo el fuego del tiroteo que nuestras tropas les hacía desde las azoteas y ventanas, que iban quedando muertos y heridos por donde pasaban.

  

La batalla

Pack entra en Santo Domingo, manda bajar dos banderas y sobre una mesa pone el plano de Buenos Aires para dirigir sus tiros sobre la Plaza Mayor (de Mayo). Allí va a atacarlos Liniers, 

haciendo un fuego a los enemigos, los que no pudieron mantenerse en los techos (y) ventanas de dicho convento a causa de lloverles tantas balas que también desde el Fuerte le tiraban con cañones (…) no tuvieron más remedio los enemigos que rendirse. Tiraron al suelo sus armas pidiendo misericordia, que sin pérdida de tiempo quedaron 900 prisioneros con su comandante Pack. Fueron conducidos presos a nuestros cuarteles juntamente con otros mil y tantos que se tomaron en la casa de la señora virreyna, viuda de Pino, que se rindieron antes que los del convento, inclusos 500 que por la mañana se hicieron prisioneros en las inmediaciones de la iglesia de San Miguel (…). Viendo los generales enemigos que a las 4 de la tarde se vieron con 5 mil y más hombres menos entre prisioneros y muertos y heridos, trataron de compostura, haciéndolo por medio de embajada (…).

 Por lo cual, viendo nuestros generales que tenían prisioneros más de 3 mil con 120 oficiales, 20 coroneles y los dos generales enemigos humillados para capitular (…).


Sigan ustedes la crónica, lectores, aquí no cabe más.


 (*) Pseudónimo de Roque Raúl Aragón.

(Publicado en La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, el 5 de julio de 1978)

 

*   *   *

Siempre la independencia

Por Miguel Domingo Aragón (*)

 

Las tensiones que hacían desapacible el aire del Río de la Plata durante el año 1809 eran presagio de una tormenta política, un hecho casi fatal y de signo incierto que sobrevendría en cualquier momento, con causas remotas que nadie podía conjurar y cuyos elementos locales eran fuerzas que ya se habían desatado.

La convulsión tuvo un comienzo visible el 1 de enero, en Buenos Aires, con la recíproca asonada del Cabildo y del Virrey. La victoria de Liniers sobre Álzaga quedó trunca ante la oposición del recalcitrante Elío, que se quedó con Montevideo.

Su origen era la invasión de España por las tropas de Napoleón y la prisión del Rey, lo que determinaba la ruptura con Francia -vuelco diametral-, la alianza con Inglaterra y la entrada en escena de la princesa Carlota, mujer del príncipe regente de Portugal que, como hermana de Fernando VII, aducía derechos casi inobjetables a la tenencia del trono vacante. Una mutación tan brusca debía producir efectos desacompasados.


Extraño documento

En el mes de agosto el gobernador Elío recibe un extraño documento, prácticamente anónimo pues lo firman la Razón y la Experiencia, dos desconocidas. No tiene data precisa ni se indica el lugar de origen. Simplemente dice América. Su redacción es desprolija. A primera vista, es un escrito deleznable, de poco menos de cuatro carillas. Sin embargo, se trata de uno de los textos claves de la historia argentina, una descripción impávida del panorama de por esos días que contiene una profecía, quizás una advertencia, quizás una maldición.

Dice que el virrey recién nombrado (Cisneros) “viene sólo con el nombre de español y toda la sustancia de francés”. Los ingleses, que lo saben, tratarán de obtener alguna ventaja, de la que también se beneficie Portugal (que aquí se entendía: Brasil).

Pero vayamos al párrafo central: “Este riesgo en que se hallan las Américas no sólo es, pues, de caer en manos del francés o del portugués, sino también en las del inglés, o de la tiranía de alguno de los virreyes o gobernadores; así por la fuerza, violencia, engaño y traición, como porque ya debemos contar por muerto, sin sucesión alguna, al Sr. Fernando VII y que, al fin, por tantos antecedentes, no ha de haber otra ley que decida nuestra suerte sino la de armas. Entonces palpará la América cuán impareable había sido su forzosa situación de no poder menos que caer /en / uno de cuatro términos, esto es: en ser francesa; en ser portuguesa; en ser inglesa; o en ser independiente; y que no queriendo ser francesa, ni portuguesa, ni inglesa, necesariamente se había de fijar en la independencia”. (Subrayo yo).


En nuestras manos

Es decir: las cuatro opciones son reductibles a una disyuntiva, como aparece al final del párrafo y se reitera más adelante: “Si habríamos de trabajar para que las Américas pasen a manos extranjeras, a manos de herejes, ¿no sería mejor que trabajásemos para que queden en nuestras propias manos?” y en la consigna que propone en la página 3: “no pelear entre nosotros sino contra el francés, portugués, inglés o cualquier otro extranjero”.

No eran posibilidades teóricas. La opción francesa estaba representada por Liniers y su corte perichonil; la carlotista por el grupo de patriotas monárquicos que encabezaba Belgrano; la inglesa por Nicolás Rodríguez Peña, ligada a Londres. La independentista por Mariano Moreno, que se estrenaría en el periodismo declarando que en vez de “mudar de tirano” había que “destruir la tiranía”; en la otra banda, por Artigas.

No obstante, el cuadro se renovó: San Martín puso su espada del lado de la Independencia. Con la vuelta de Fernando VII, el carlotismo quedó desplazado. Con la caída de Napoleón volvió a tener juego Francia y apareció en el horizonte Rusia, tras la Santa Alianza. En la época de Rosas, la alternativa de la independencia fueron Francia e Inglaterra, controlándose mutuamente. Más tarde, quedó Francia reducida a una influencia cultural e Inglaterra dueña de una hegemonía económica. En este siglo surgió Estados Unidos, extendiendo su poder por el continente y, después de la Primera Guerra Mundial, la nueva Rusia. Tras la Segunda Guerra se produjo el ocaso inglés y la aparición de China, sin fuerza militar ni económica pero con fuerte empuje ideológico.

Y nos hallamos como en el punto de partida. Del otro lado sigue estando, como una añoranza o como una decisión de nuevos héroes, la independencia.


(*) Pseudónimo de Roque Raúl Aragón.

(Publicado en La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, el 22 de agosto de 1978)


 

domingo, 7 de julio de 2024

El silencio, el canto, la palabra


I

Donde se agita el aire
donde el viento es más feroz
donde la piedra resiste temporales
donde el tumulto blanco gime y silba
donde el ave no se oye.

Allí encontré la respiración de tu silencio.


II

Cuando cantas
creo que es el sonido de la hierba
creo que es el agua
creo que es el coro de los álamos
creo que es mi corazón latiendo.

Cuando cantas 
creo que tomas mi voz
y cantas
y cantas mi voz
y con mi voz te cantas.


III

Dejé una palabra
a la orilla del camino
toda herida de amor
para que supieras
para no perderme 
para no perderme de ti 
sin ti
para no perderte.

Cuando la encuentres 
cuando la digas
cuando la oiga
volveremos al lugar del milagro.


sábado, 6 de julio de 2024

La tarde, el amor, la muerte


I


Esto es la tarde: tizna de plateada.
Esto que augura que el camino es breve,
que el tiempo va a su noche y nos conmueve 
menguando nuestra luz, casi apagada.

Esto es la tarde de esta vida. Hay nieve.
(Y un rumor entre nubes y esa espada
que apenas hiere un poco, casi nada:
que a herir del todo al alma no se atreve.)

Y me dice la tarde que mañana
(que no sé cuándo es, pero es futuro)
vendrá un silencio que será total.

Sí: es la tarde. Y este amor que mana
un aroma secreto, leve y puro,
parece que es lo único real.


II


Es como nada su aire. Y como un beso.
Es tormenta de sol y maravilla; 
es nota clara que, en su voz sencilla,
no conoce partida ni regreso.

Arde en la llama y arde en cada astilla
de un corazón herido pero ileso,
libre en el gozo y en el gozo preso,
que sin quejido muere y ama y brilla. 

En su aura y piel feliz, ternura y llanto;
alegría y querencia y tanto, y tanto...
que sólo el canto canta este dolor

que, en esta tarde en luz de mediodía,
borra la sombra gris, que es sólo mía,
para volverme hechura de este amor. 
 

III


No sé si es la distancia secreta. Si la muerte
es olvido de todo, o el rayo repentino
de un instante, o el silencio sin huella del destino;
tal vez la vanidad que dicen que es la suerte.

No sé qué día o noche del tiempo peregrino, 
qué soledad será, qué compañía inerte;
con qué debilidad se irá la sangre fuerte,
qué claridad habrá o qué aire mortecino.

No lo sé. No conozco qué sombra o qué misterio
guarda la muerte en torno, acechando vencida,
mintiendo las delicias terribles de su imperio.   

No lo sé. Pero dicen que, de huesos vestida,
con su ajuar de cenizas y un gris de cementerio,
es sólo apenas puerta que se abre a nuestra vida.