martes, 13 de junio de 2023

Apunte sobre el estado de la nación (III): "¿A quién voto?"




En el libro de la Retórica, Aristóteles señala los tiempos que corresponden a cada una de las tres especies de discursos.

Al discurso destinado a la política, le asigna el tiempo futuro, porque está destinado a deliberar ahora lo que habrá de hacerse o no hacerse después.

(El forense tiene como tiempo el pasado y sobre él versa; así como el que llama epidíctico, se ocupa del presente, en sentido más bien atemporal. Es el que se usa en los casamientos, la inauguración de una obra y asuntos así.)

Dice, además (y esto es muy importante), que los discursos se clasifican según el papel que el orador o emisor le asigna a su auditorio, que puede ser juez o espectador. Y es el orador el que pone en esos papeles a su auditorio.

Si es juez y juzga sobre lo futuro, el discurso es político (lo llama bulético, es decir el que se pronuncia en la bulé o asamblea, como si dijéramos el parlamento antiguo). Pero el pueblo todo es esa asamblea cuando se trata de elegir hacer o no hacer algo ahora, un algo que incidirá en el futuro.

Si es juez y juzga sobre lo pasado, el discurso es el propio del Foro, por eso es forense; esto es, el discurso que se oye en los tribunales. Es lo que hacen los abogados en los juicios y expedientes, pues deliberan y juzgan sobre si algo ocurrió o no ocurrió.

Hasta aquí, nada que no se pueda entender a simple vista. Lo que si vale la pena subrayar es la antigüedad de esta perspicacia: cómo se persuade en cada caso, según el papel del auditorio y el tiempo al que se refiere cada tipo de discurso.

Por eso.

Cada uno de los que piensan darle a alguien el poder para que decida en el futuro en qué Argentina va a vivir, debería pensar, en el presente, qué Argentina será la que su elegido o preferido le ofrece. Y pensar si quiere vivir en esa Argentina que habrá de ser, tanto para él como para los suyos y todos los demás.

Y eso, más allá de su pasión, de su espíritu de facción, de su desesperación, de su deseo de revancha o de venganza, de su desengaño. O de su propia estolidez y zoncera, que no lo deje ver más allá de un resultado de un día de elecciones. Resultado que tal vez festeje ese día, resultado que tiempo después pueda ser que deba llorar.

El tiempo del discurso político es el tiempo futuro, repito con Aristóteles.

Haga un esfuercito, mi estimado, y piense muy detenida y lo más aguda y completamente posible, si querrá vivir (usted y los suyos y todos los demás) en la Argentina que le está cocinando su candidato o su preferencia. Piense –debe pensar– si de veras quiere eso para usted, los suyos y para todos sus hermanos argentinos. Y no se conforme con esa parte del discurso que le promete caminos porque sabe que así juntará los votos de los que aman los caminos. Y no se conforme con esa otra parte del discurso que le promete camisas de seda porque así junta los votos de los más coquetos. No se conforme con el que le promete lo que usted quiere oír, en definitiva, y piense en lo que puede o quiere hacer o realmente hará. Y si eso está bien y es lo que usted de veras quiere para la Argentina.

Hay suficiente información a mano, suficiente quiere decir incluso demasiada. No hay nadie desconocido, aunque casi todos sean de un modo u otro mentirosos, o sean un producto de marketing político para captar clientes. Hay suficiente legajo político a la vista como para aducir que usted no sabía, que ha sido engañado o confundido. Hay suficiente fracaso, suficiente traición, suficiente oportunismo, suficiente delirio, suficiente repetición de figuras, suficiente tramoya y suficiente voracidad de poder a la luz del día, como para decir que lo que va a pasar sea una sorpresa. Y nada digo de las conspiraciones, locales, globales, y demás asuntos que por increíbles, tantas veces parecen inexistentes. 

Entonces.

A los que juegan con el juego de alquimia de la política en su casa, a los que creen que sus decisiones tienen influencia en la vida de la Argentina, eligiendo a éste o a aquel, vuelvo a sugerirles este ejercicio de futurología posible. Siempre que tengan buena fe, se entiende.

Porque cuando ocurra lo que le están prometiendo o escatimando, no podrá decir que no sabía.

Porque el discurso político habla, principalmente, de futuro. Y usted, mi amigo, es el destinatario innominado de ese discurso. Y de ese futuro que está eligiendo. Es un asunto que debería importarle, ya que se toma el esfuerzo de jugar al ajedrez con los trebejos de candidaturas y consignas, en el tablero fatigado de una Patria sufrida.

Y una cosa es que lo engañen y otra cosa es que se deje engañar. 

Y que se deje engañar para calmar su ahogo, su furia o su desilusión de ahora, o para tener algo en qué creer, o para alimentar una expectativa de pies de barro fundada en un discurso plantado sobre arena, o porque no hay nada mejor, o porque hay cosas peores, o porque es el endeble mal menor, o porque así no ganan "ellos", o porque por ahí funciona, o porque no hay "otro potable"...

Todas esas cosas las sabe bien el orador. Y a todas esas cosas apela con su discurso, en futuro, para inclinar su juicio y su elección presente. Un juicio y una elección suyos que lo pongan al elegido en un futuro dorado (para él) y que puede ser que sea negro (para usted).

De modo que, usted, personalmente usted, debe hacerse responsable de lo que es responsable.