lunes, 5 de junio de 2023

Apunte sobre el estado de la nación




Está por un lado el hartazgo (justificado) y por otro, la desesperación (no justificada).

Está el gorilismo de cualquier vereda y a secas, que cree saber lo que detesta pero duda de lo que prefiere, ni sabe qué hacer con ambas cosas. Está el conservadurismo revivido, torpón, medio ciego, cuadrado y bastante zonzo. Está el liberalismo, a secas también (porque me aburren las distinciones alambicadas de los bien pensantes que eligen una flor u otra y se hacen los burros para no decir que son todas de la misma raíz y del mismo árbol...). Están los tribuneros de eso que ahora llaman la derecha: unos cuantos –rancios o nuevos– ávidos de revancha y hambrientos, más de negocios y poder, según el caso, que de gloria o bien. 

Están los saltimbanquis del peronismo, los proteicos. Son graciosos: se pegan una lavada de cara, se dan dos o tres manos de cal, borran unas cuantas líneas de su curriculum, inventan y dibujan otras, citan dos o tres veces por párrafo al General embalsamado. Y con eso vuelven a la cancha. Como si hubieran estado desde la cuna en las mazmorras del kirchnerismo o de los gorilas, tanto da, presos del despotismo austral o de las finanzas ubicuas, y al fin ahora, libres, corajudos y locuaces, ven la luz y quieren iluminar.

Está la izquierda, que tiene más colores que el arco iris. La del cuanto peor, mejor. Y haciendo que sea todo peor, porque así les gusta más y les va un poco mejor.

Están los carroñeros, que gobiernan o se oponen (o ambas asimetrías a la vez). Los que, donde ven una presa herida, van como samaritanos y se la devoran como hienas. Aunque la presa sea tan hedionda como ellos.  

Están los autistas. Los que viven de la política y los negociados. Los que no ven otra cosa que su traste tibio sobre alguna silla del poder, alrededor de alguna mesa inmoral en la que se discute y se discute: tomála vos, dámela a mí...

¿Y el pueblo? El pueblo (harto o desesperado) está entretenido (no divertido: entretenido), viendo cómo lo llevan de la nariz, famélico y prostituido, al paseo habitual: el shopping del mercado persa de los candidatos huecos o reciclados. Y ahí van las buenas gentes, ansiosas (y hartas y desesperadas) por ver si de una buena vez algún Gandalf aparece y les arregla mágicamente la vida, el barrio, la ciudad, la provincia, la patria.

Pero.

Está esa cosa informe como un chisme, imprecisa como la niebla, omnipresente como el aroma de un basural o de las aguas estancadas de la zanja. Un conjuro perverso, palabras como talismanes, nombres como abracadabras. Consignas que se repiten como mantras. Éxtasis de desesperación que quiere sonar esperanzado y firme, convicciones súbitas de disparates abstrusos e insolventes, promesas falsas maquilladas como una anciana coquetona y ridícula, para disimular quién sabe qué hondones nefastos; o vacíos solamente repletos de flatulencias orales, escritas, tan profundas y sabrosas como un slogan de campaña.

Están los que (hartos o desesperados) creen que cualquier cosa es mejor que lo presente. Súbitos fanáticos militantes de cosas que no conocen o en las que no creen, pero a las que proclaman como verdaderas nomás que porque les pareció ver que tenían algunas hebras de plástico de algo que alguna vez les gustó. Pero igual están listos para saltar con una sonrisa satisfecha de la paila a las brasas, porque no hay nada peor que la paila ardiente. En el fondo, sueñan con desahogarse un rato, respirar una media hora, con alivio fingido y la nariz tapada, para volver a desesperarse a la hora siguiente y,  otra vez hartos o desesperados, volver a esperar poder saltar de las brasas a la paila, porque no hay nada peor que las brasas ardientes.

Entonces.

Otra vez: está por un lado el hartazgo (justificado) y por otro, la desesperación (no justificada).

Algún día habrá que decirles que, si se hace siempre lo mismo, siempre habrá el mismo resultado.

Se hartan y se "deshartan", se desesperan y se des-desesperan. Su hartazo y su desesperación, parecen distintos, pero ambos son un vino que se diría viene de la misma uva, de la misma cepa, de la misma viña.