viernes, 9 de junio de 2023

Apunte sobre el estado de la nación (II)




En 1925, cien años atrás, Chesterton escribió una serie de artículos en el periódico que dirigía, G. K.'s Weekly. Al año siguiente, apareció The Outline of Sanity, un libro que recopilaba esos artículos referidos a política, cultura social y economía. Algo así como El boceto o perfil de la cordura.

Ahora bien.

Con disciplina monacal, vengo oyendo a todos y cada uno de los que creen que tienen algo para decir, y sobre todo que conseguir, ahora que se va a servir la mesa del poder con las elecciones. De Grabois a Milei, de Patricia a Moreno, de Cristina a Carrió, de Horacio a Del Caño, de Wado a María Eugenia, de Massa a Scioli, y otros tantos, con más casi todos sus acompañantes, socios, cómplices o secuaces.

Un batifondo de voces. Oquedades, delirios, rapiñas y decenas de miles de linduras como ésas. 

Yo digo: un hombre corriente tiene apenas dos manos. Pero parece que el hombre en política tiene más: hay varias manos izquierdas y varias manos derechas y hasta hay algunas que brotan del centro de su tronco hacia la derecha o la izquierda. Es decir: el hombre se las ha ingeniado para transformar al zoón politikón que es en un monstruo deforme.

Entonces, volví 100 años en el tiempo y algo me consolé: poco o nada nuevo bajo el sol. Por un momento pensé que todo ese fango hediondo era un invento argentino. 

De Milei a Grabois, de Del Caño a Macri, con todo lo que hay en el medio, ya existían. Todos ellos. con las mismas oquedades, delirios, rapiñas y decenas de miles de linduras como ésas.

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La falta de hogar de Jones.

El inglés moderno, sin embargo, es como un hombre que debe mantenerse siempre fuera, por una razón u otra, de la casa en que pretendía empezar su vida de casado. Este hombre (llamémoslo Jones) siempre ha deseado esas cosas divinamente corrientes: se ha casado por amor, ha escogido o construido una pequeña casa que se le ajusta como un guante; está preparado para ser un gran abuelo y un dios local. Y justo cuando se está trasladando, algo se tuerce.

Alguna tiranía, personal o política, le priva de pronto de su casa, y tiene que hacer sus comidas en el jardín delantero. Un filósofo que pasa por allí (que es, menuda coincidencia, el hombre que lo expulsó) se detiene, se inclina con elegancia sobre la verja y le explica que ahora está viviendo, gracias al regalo de la naturaleza, una vida sencilla que será la vida en el sublime futuro. A él, la vida en el jardín delantero le parece más sencilla que regalada, y tiene que trasladarse a un estrecho alojamiento durante la primavera siguiente. El filósofo (que lo expulsó), que resulta que pasa por ese alojamiento con la probable intención de subir el alquiler, se detiene para explicarle que ahora está viviendo la vida real del esfuerzo mercantil; en el sublime futuro, la riqueza de las naciones solo podrá proceder de la lucha económica entre él y la casera. Él se ve vencido en la lucha económica y marcha a trabajar a la fábrica. El filósofo que lo expulsó (que precisamente en ese momento inspecciona la fábrica) le asegura que ahora está al fin en la dorada república que es el objetivo final de la humanidad; está en un mercado común igualitario, científico y socialista, propiedad del Estado y dirigido por funcionarios públicos; de hecho, el mercado común del sublime futuro.

De todos modos, hay señales de que el irracional Jones sigue soñando por las noches con su vieja idea de tener una casa normal. ¡Pedía tan poco y le han ofrecido tanto! Le han ofrecido fragmentos de mundos y sistemas; le han ofrecido el Edén y la Utopía y la Nueva Jerusalén, y él solo quería una casa, que se le ha negado.

Semejante apólogo no es en absoluto una exageración de los hechos de la historia inglesa. Los ricos echaron literalmente a los pobres de la vieja casa a la carretera, diciéndoles escuetamente que era el camino hacia el progreso. Les obligaron literalmente a entrar en fábricas y en el moderno sistema de esclavismo asalariado, asegurándoles todo el tiempo que era el único camino hacia la riqueza y la civilización. Igual que habían apartado a los rústicos de la comida y la cerveza del convento diciendo que las calles del cielo estaban pavimentadas con oro, ahora les apartaron de la comida y de la cerveza del pueblo diciéndoles que las calles de Londres estaban pavimentadas con oro.

Igual que entró en el triste pórtico del puritanismo, también entró en el triste pórtico del industrialismo, después de que le dijeran que ambas cosas eran la puerta de entrada al futuro, Desde entonces, ha ido de prisión en prisión, o, más bien, a prisiones cada vez más oscuras, pues el calvinismo abrió una pequeña ventana hacia el cielo. Y ahora se le pide, con el mismo tono educado e imperioso, que entre en otro oscuro pórtico, donde tiene que entregar, a unas manos que no ve, a sus hijos, sus pequeñas posesiones y todas las costumbres de sus padres.

Podemos discutir más tarde si esta última puerta es en verdad algo más invitadora que las viejas puertas del puritanismo o del industrialismo. Pero creo que no hay duda de que si se impone en Inglaterra alguna forma de colectivismo, será impuesta, como se ha impuesto todo lo demás, por una instruida clase política sobre una gente en parte apática y en parte hipnotizada.

La aristocracia estará dispuesta a «administrar» el colectivismo como lo estaba a administrar el puritanismo o el manchesterismo; en ciertos sentidos, ese poder político centralizado es necesariamente atractivo para ellos.


(Fragmento del capítulo XI de The Outline of Sanity.)