¿Para qué pasar por erudito? Todo el que quiera saberlo sabe que marihuana y 420 son hermanos. Al menos primos. Después están los eufemismos del cannabis recreativo, la cultura cannabis, la cultura 420. Y así recorriendo la jerga, que se afana en disimularse detrás de motes biensonantes como si tuviera algún complejo de culpa retorcido entre las hebras de la hierba. Como si en el fondo supieran por qué necesitan contraseñas, palabras en clave que adecenten lo indeseable. Extraña conducta elusiva de los que promueven el daño y la muerte quemando pasto o a pinchazos o a nariguetazos o con el paco criminal.
Que 4:20 era la hora de la tarde a la que se citaban unos
estudiantes californianos para fumarse un porrito (o muchos porritos) en algún
colegio de California, allá por mediados de los '70, ¿quién no lo sabe? Que el
20 de abril (secuela numérica poco ingeniosa) terminó siendo un día de
celebración marihuanera, ¿hace falta mucho ingenio para descubrirlo?
No perdamos tiempo con estas obviedades. Vayamos a asuntos
más obvios todavía.
La Argentina se va pareciendo (¿pareciendo?) demasiado rápido
a un narco-país. Y eso no puede hacerse si los dineros y las amenazas no fluyen
como ríos hacia los que toman decisiones (y las ejecutan o no) en los más altos
niveles, en los niveles medios o en los más bajos. Las drogas solamente pueden
ofrecer dinero o adicción. No tienen muchos más argumentos. Y, eso sí: el
inmenso poder de coacción que logran con ambas cosas y que usan cruelmente y
sin escrúpulos. Poder que también reparten como caramelos, a los golosos
insaciables de poder.
El tráfico de drogas no es un entretenimiento privado como
coleccionar estampillas, no es un hobby como armar casitas con fósforos de
madera, algo a lo que uno se dedica en la soledad y la tranquilidad inocente de
su casa.
Es un monstruo grande y pisa fuerte. Y ocupa un espacio
enorme. Y está dispuesto a cualquier cosa con tal de expandirse proteicamente.
Al infinito y más allá.
Sí. La Argentina está muy cerca de ser deglutida por
semejante animal, que ya se ha desayunado aquí a funcionarios de todos los
ámbitos posibles, y por cierto que también a varios de aquellos que deben
combatir al monstruo. Recién está despertando su apetito. Todos ellos son un
aperitivo. ¿Es un fenómeno argentino? ¡Pero, no y no...! ¡Qué va a ser
argentino!
Pero a un servidor le interesa la Argentina, antes que nada.
De modo que no me dicen mucho ahora las guerras por imponer el opio que el
narco-imperio británico haya hecho a la China imperial en el siglo XIX, como no
me aflige demasiado que hoy los pulcros funcionarios holandeses hagan
profilaxis de agujas con narco-camionetas por las calles de Amsterdam. Salvo
porque los damnificados y las víctimas son, como diría Kierkegaard, "mis hermanos los hombres".
Algo sin nombre
Claro que lo más fácil ahora sería mentar al mascarón de proa que navega orondo hoy mismo entre nosotros los argentinos. Un jovencito 420 que merece más conmiseración que cárcel, si no fuera porque detrás de semejante flautista de Hamelin marchan obnubilados millones de seres tan desangelados como él. Además de algún presidente o alguna vicepresidente. O cualquier otro progresista logrero que le haya visto el filón a cooptar a un ídolo de masas seguramente hambrientas de mejores cosas que estos versos (al azar):
Comenzamo' a entona' y se me calienta el pico
Vamo' encapsulado al par'y, a ciento y pico
Dame má' pa' picar, perro, que yo lo pico
Y pa' la' mujere' bien chorra ese bien rapidito
Y le hago que mueva cintura, agarra' 'e la cadera
Pa' meterle con locura, yo traje la verdadera
Si queré' hacer travesura', gata, ponte bellaquera
Sube la temperatura, vamo' a seguirlo ahí afuera, eh…
Ya sé que no es Cervantes o Marechal. Y me dirán que,
precisamente, es valioso porque representa
un colectivo que hay que poner en valor e incluir, porque es el emergente que
interviene en el espacio público de una nueva forma de y bla y bla y bla…
Déme un minuto y con esa misma parla trivial y hueca le hago la defensa de Satanás,
si cuadra, que para eso se ha inventado ese engendro verbal.
Diría que el muchachito es un ídolo con pies de barro, aunque
más propio sería pensarlo como un ekeko tejido en tetra y hierba, portador en
sus alforjas de beneficios y riquezas malhabidos. Y malhabidos porque siempre
será malhabida la ganancia que se obtiene ordeñándola de las miserias y de los
vicios ajenos. Cualquiera fuere la ganancia: la que se mide en billetes o la
que se mide en votos.
¿Quiere saber por qué no lo nombro? Precisamente porque Ud.,
ilustrado y amable lector, ya sabe de quién hablo aunque no lo nombre. Y es ése
el problema. Él es un signo penoso de la Argentina de este tiempo, un signo que
a los codazos desplaza y avasalla a millones de argentinos que no son eso, ni
quieren serlo, y que desafía desde la tapa de los diarios y las multiformes
pantallas y ataca los ojos y los oídos. Y los corazones y las mentes. Un signo
que es levantado como emblema y paradigma. No es el único. Y cuando desaparezca
su triste fama efímera, seguramente otro vendrá que lo mismo y más hará.
Una nación narcotizada
Pero es apenas un signo. Bien mirado, muestra en parte que la
Argentina está cerca de ser un narco-país y eso es triste y grave.
Pero más triste y grave es que la Argentina ya es un país narcotizado.
Ser una nación narcotizada es más grave todavía. Mucho más.
Es como tener el efecto de la droga sin haberla ingerido, aspirado, inyectado o
fumado. Es haberse disuelto, es haber enervado su voluntad de acción y
resistencia, de cosas buenas y nobles, como si estuviera drogada.
Hay traficantes de eso también, trafiquen drogas o no, hagan
o no la vista gorda: hay una dirigencia 420 también. Una que incluso puede
discursear sobre el asunto y en contra de los vicios, y escandalizarse, o
engolar la voz para ilustrarnos sobre los orígenes sociológicos y
socioeconómicos del flagelo; o hacer la
mímica del combate al narcotráfico, y censurar el hedonismo y proclamar la
cultura del trabajo y del mérito, y así siguiendo en las cuentas del rosario
hipócrita de las frases convenientes, incluso las demagógicas que explican las
ventajas de la legalización para combatir el narcotráfico. Para el caso, y que
se sepa, la fabricación de armamento no es cosa de cuentapropistas ilegales y
eso no ha impedido la ingente corrupción y la copiosa vida ilegal de semejante
industria y comercio. Pamplinas.
Pero resulta que muchos (muchos…) de esos personajes son los
que han trabajado con esfuerzo e ingenio (y hasta buenos modales) para hacer de
la Argentina una nación narcotizada, envilecida, mendiga, inane.
Un día, el combate al flagelo
de las drogas (por usar una frase casi en desuso) podría tener éxito. Pero
si en un mundo utópico un día desaparecieran todas las substancias narcóticas, las
estupefacientes, todas las drogas, todavía podrían quedar pimpantes y boyantes
los que trabajen para terminar de hacer de la Argentina una nación narcotizada.
Y esos son los más peligrosos y dañinos y a los que con fuerza hay que repudiar y resistir y de los que hay que precaverse más que nada: porque los que matan el alma son peores que los que matan el cuerpo. Y ahí no hay izquierda ni derecha. Solamente buenos y malos.
_________________________________(Diario La Prensa, Buenos Aires)