sábado, 12 de febrero de 2011

Soledad (V)

Creo que a esta altura parece claro que la soledad que vengo diciendo no tiene exactamente sus antónimos en compañía y alegría. Y eso no quiere para nada decir que, existencialmente, el solitario del que hablo no esté solo, en un sentido real y hondo. O que incluso no pene en esta vida.

Fue así que, pensando en este asunto, me acordé del singular y de lo que dice Leonardo Castellani en su libro sobre Kierkegaard. Esa categoría del singular le pertenece al danés, claro, aunque me parece que se puede ahora aplicar lo que Castellani dice al respecto, por lo que tal vez se verá, si acierto a ponerlo en claro.

Le es difícil definir al singular, como lo es para K., pero creo que está claramente expuesto -incluso la dificultad y el peligro de esa dificultad- en el capítulo 9 del libro que digo (y en otras partes del texto, a propósito de otros temas de K.).

De allí traigo ahora unos párrafos que me parece sirve ver.

Cuando un hombre entra en contacto con Dios, se produce una cosa en él que no puede confidenciar a los demás; se produce en él un Secreto, es portador de una cosa inefable; porque Dios es inefable: nada levanta tanto la vida como un secreto que uno tiene que llevarse tranquilamente a la tumba. Incluso el Demoníaco es un hombre secreto: está en contacto directo con Dios, aunque negativo.
Es un punto axial en toda esta cuestión. Aunque esto podría llamar a alguna confusión respecto de la naturaleza y el ejercicio de esta singularidad del singular. Sobre todo si esto se lee junto con la cita que trae Castellani, poco antes: "El hombre más extraordinario es aquel que por dentro es extraordinario y por fuera es lo más ordinario que pueda".

Hay que leer un poco más de lo que dice Castellani.

Pero el Singular, como les digo, no es una cosa rara, es una cosa común, a que todos estamos llamados -como estamos llamados a la santidad- lo cual no quita que “pocos serán los escogidos”. No es necesario ser un genio literario, un genio filosófico y un genio teológico a la vez, como Kirk.

Así, pues, ¿qué definición nos da del singular? ¿Es el santo? No precisamente. ¿Es el genio? No precisamente. ¿Es el héroe? No precisamente. ¿Es el desdichado? No precisamente. ¿Es el incomprendido? No precisamente. Algo de todo eso hay.

¿Es el que tiene vocación a la santidad? Por ahí vamos mejor; pero todos tenemos vocación a la santidad.

Singular es el que tiene vocación religiosa a la Soledad. De ese modo son singulares tanto San Benito como Bodelaire, tanto el "solitario de Marne" (León Bloy) como el "solitario de Engadina", Nietzsche. Y así se puede pensar que hay una especie de orden religiosa invisible de todos los solitarios del mundo. Puesto que esa vocación religiosa se puede no corresponder (con lo cual no se la suprime) y se puede corresponder bien o mal: hasta la cima o hasta uno de sus grados, que son muchos.

Nietzsche, por ejemplo, no correspondió a su vocación. Faltó en lo religioso; pero no lo suprimió. Y el conflicto entre su espíritu religioso, sacerdotal incluso, y su ateísmo voluntarioso, lo volvió loco, según dicen (Thibon y Maritain).

(En realidad fue una espiroqueta, el "treponema pállidum").

Sin embargo, la espiroqueta puede volver paralítico general y demente, pero no causa la forma de la demencia. La forma la da la psicología del demente. Y la forma de la demencia de Nietzsche fue una especie de desgarramiento desesperado entre dos tendencias contrarias e irreconciliables. Sus últimas cartas las firmaba con dos pseudónimos: en unas ponía: "El Anticristo", en otras ponía "El Crucificado".
Y un poco más adelante concluye:

Singular es pues el que los tomistas llaman "persona". Los que no son singulares constituyen "la masa".
Hay algunas cosas que decir respecto de la soledad que convendría apuntar aquí.

Una es la asociación peligrosa entre soledad y apartamiento como local, espacial. "Y yo voy como un descarte, siempre solo, siempre aparte…", dice el tango Garúa, de Troilo y Cadícamo. De cosas así, creo que alguna justificación, le viene a la soledad esa tan antigua carga negativa que parece inevitable y fatal, y no lo es.

Otra nota a observar es la de la como exigida excentricidad del solitario del que estoy hablando, en y por su misma soledad. Es un estereotipo, me parece. En el sentido del que hablo, creo que es claro que Jesucristo era un solitario, por caso; y es curioso que se lo acuse precisamente de no haber sido lo bastante excéntrico y extraordinario y sí por el contrario demasiado ordinario y corriente. Y cuando acaso se para mientes en esas formas sencillas de sus modos, de su historia y de su vida familiar y hasta pública, y hasta en los continuos apartamientos y velamientos de su persona, a muchos les parece que hay allí mismo una cierta excentricidad o una peculiaridad tensa, una forma sofisticada de vanidad, como si se quisiera decir que hace alarde de su singular soledad y habla callando y se hace notar despareciendo.

También, ¿cómo no?, está el asunto típico y frecuente de la soledad entendida como una situación en la que se cae por enfermedad, por depresión, o desgracia, o mala suerte en la vida; por abandono de amigos, padres, cónyuge, hijos; por males psíquicos, temperamento. Son otras derivaciones, creo, de la soledad penalizada. Y que la hay, la hay, claro; pero se lleva demasiadas luces del escenario humano, a mi sabor. Y es el terror mayor, precisamente por eso mismo.

Será. Pero, y más allá de todo, muy otro es el asunto viendo la cuestión de la soledad como un estado del singular y de su vocación religiosa a la soledad; entendiendo que hay en todos esa vocación a ser singular y por consecuencia una vocación religiosa a la soledad; pudiendo ver, además, esa misma soledad como el ámbito del secreto que guarda el hombre tras el encuentro con Aquel que es inefable, que dice Castellani. Lo cual es religioso por antonomasia.

Y allí otra vez la paradoja de que el Sumo Comunicante no pueda así nomás ser expresado y comunicado; y que el resultado de ese encuentro sea el silencio (ese silencio ante lo inefable) y la soledad que, en ese encuentro -como esponsalicio-, aparece bajo el ropaje del Esposo que le habla a la Esposa de cosas que solo ellos solos deben oír y decirse.

De modo tal, entonces, que ese solitario tan singular en que se convierte el singular, que ha seguido y correspondido su vocación, entienda no necesitar y no necesite, en ese estado, más compañía que aquella inefable que lo ha dejado solo frente a los hombres, ni otra alegría que la dicha inefable que ha encontrado, precisamente, en esa soledad.

Por donde, así visto y vivido, compañía y alegría se hacen, no ya antónimos, sino sinónimos y a la vez secuelas de la soledad.