lunes, 18 de noviembre de 2019

Garcilaso de la Vega le escribe a Amália Rodrigues


(Del cielo de España al cielo de Portugal)
Divina Elisa, pues agora el cielo
con inmortales pies pisas y mides,
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo y verme libre pueda,
y en la tercera rueda,
contigo mano a mano,
busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos
donde descanse y siempre pueda verte
ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?

De Égloga I
Garcilaso de la Vega



Amalia, por mi mal,
con tal pasión amé a una portuguesa,
ay, flor de Portugal...,
que haberla amado en mi memoria pesa.

Oirás en el cielo que fue mito:
que Elisa, la pastora,
que con su canto llora
el pastor Nemoroso de mi escrito,
no es la Isabel que lloro
sino un nombre velado por decoro.

Tú ya verás allí
y al son sereno de su voz amada
preguntarás por mí:
sabrás lo que te diga
aquella que, adorada,
no fue mi amante ni siquiera amiga.

Yo canté la tristeza
que la muerte me dio viéndola muerta
y, con mi mano yerta,
los versos que lloraron su belleza.
Temblando de agonía,
morí a la par su muerte. Y fue la mía.

Y sabrás lo que ves,
allí nada es oculto.
Y te dirán en dulce portugués
quién me hizo infeliz,
por quién mi amor aún está insepulto.
Si fue Isabel mi amada. O fue Beatriz.