miércoles, 2 de junio de 2010

Unduavi

Se la oí cantar sólo a Eduardo Falú. Hace muchos, muchos años. No sé de nadie más.

Nomás ayer, después de muchos y más años sin saber del muy ladino, se me cruzó como si nada este Triste. Y me dio una gran alegría.



Que tampoco toda Bolivia es Evo, qué joder…

Ahora bien: si usted supiera, caserito, de qué cerros y a qué altura está colgado el tal Unduavi, y si se imaginara un poco lo que hay que hacer para llegar, eso de querer volver a devolver un pañuelito robado en un adiós, se vuelve una semejante proeza, que es al menos tan lírica como épica.

Y más lo primero que lo segundo, porque tengo para mí que son más trajinados los trabajos del corazón (con tesoro/s a cuestas...) que los trabajos de una nación.

Así las cosas, y de paso para Sicilia (tengo que ir a buscar el libro experimental ése que le decía, que ya terminé y me dejé quién sabe dónde en algún lugar del Mare…), tuve que pasar por Unduavi.

Al menos, siquiera para ver si se ve desde allí qué quiere decir eso de “¡qué triste la cerrazón!”

Porque, hoy por hoy, con tanto triste, tanto triste de cerrazón, tanta cerrazón, ni modo de esquivar el asunto.