jueves, 12 de junio de 2008

Lianas (IX)

Tengo dos noticias.

Como manda el canon, una es buena y la otra no tanto.

La buena es que el síndrome del exilio me hace extrañar la patria a más no poder y las tripas me piden dar la vuelta.

Hace tres meses largos que –autoincriminado y será que pagando quién sabe cuáles deudas- me condené a tratar asuntos de la polis por tiempo indeterminado, con accesoria y costas, lejos de casa.

Y lo cierto es que ya tengo ganas de ir rumbeando de nuevo pa’l pago, con la sentencia mal que mal cumplida, se me hace.

No creo que sea verdad aquello de que uno se va para poder volver. Pero es verdad que con gusto se vuelve al pago, vea usted.

¿Y por qué volver al pago? Pues porque hay cierta política-política, en un sentido muy claro y preciso, que no es mi hogar del todo, y menos lo es –espero tremante- la política de mierda. Y no que le haga asquillos a mancharme los zapatitos blancos que no tengo, porque ha de saber usted que profeso una religión que dice que lo que mancha es en todo caso lo que sale y no tanto lo que entra.

Lo que pasa, al fin de cuentas y puesto a ver y releer, es que creo que, en primero, casi todo lo que tenía para decir, fue dicho. Y en segundo, querría hablar de otras cosas. O tal vez de las mismas, pero de otra suerte.

Después de todo, mi estimado, ¿cuándo no estamos hablando de política o de religión? ¿O cuándo es tan política la política o tan religión la religión que no tengan, por ejemplo, una habitación para la belleza y viceversa? El día que sea así, habrá que sospechar de la política o de la religión. Y hasta de la belleza. El día que el bien se divorcie de tal manera de lo bello y viceversa, el día que a lo verdadero tengan que amputarle tanto del bien o de la belleza y así, algo monstruoso habrá pasado y como a un monstruo habrá que considerar lo que de ello resulte. Y aún así con misericordia habrá que tratarlo, sí. Pero será con toda la misericordia con la que se trata a un monstruo por ser tal; sin olvidar que algo así no es conforme a su naturaleza, que es lo que ‘monstruo’ significa. Y por lo mismo y en lo que se pueda habrá que ver de volverlo o ayudar a volverlo a su natura, claro.

Y pueden volverse así de monstruosas la política y la religión: con el bien, lo bello y lo verdadero guerreándose en sus entrañas, en guerra a muerte tantas veces.

No se olvide, señor mío, que para que esas tres cosas estén unidas todo lo que pudieren estarlo y para que en ellas se unan los que son muchos, es que existe la polis. Y la política.

Y por supuesto que se entiende que sea tan pero tan difícil realizarlo en este mundo sublunar, donde todo tiene esa injertada simiente centrífuga que se empeña en dividir lo que en un principio -y en la raíz- está unido (aunque aquí y ahora tan tironeado y tan doliente), tanto como se empeña esa mala semilla en dividir ahora aquello que al final estará de nuevo pacíficamente íntegro, mal que le pese.

Comentar un poema puede ser tan político o religioso como se quiera, visto de este modo. Y debería serlo, fíjese. Como tampoco se puede comentar del todo bien un discurso o una medida de gobierno sin atender a cuánto de bien y verdad -y hasta de belleza, sí- llevan.

Así como todo lleva por origen un germen de unidad amorosa, así también las cosas, mi amigo, llevan por origen un germen de esa trinidad, y de unidad en esa trinidad, un germen del que no pueden deshacerse tan fácilmente, y acaso no pueden nunca del todo. Todas las cosas son hechura trinitaria y es huella de esa trinidad el bien, la verdad y la belleza que llevan y que sean capaces de multiplicar.

Por otra parte, a qué engañarse, estoy seguro de que si se me da por volver -como si dijera en una semana o en un año- a tratar asuntos del foro, habrá poco más o menos lo mismo en las góndolas: de estas cosas tratadas en estos días nunca hay desabastecimiento y raramente salen productos tan novedosos, además. Bien mirado el asunto, son ventajas que tiene el curso espiraloide de la historia, ventajas de la carrera helicoidal que permite viajar por el tiempo con lo mismo pero distinto, de principio a fin.

Me alienta, claro, otra cosa.

Oigo un no audible -pero, en mi perspicacia, sonoro- '¡por fin, viejo...!', un '¡ya ahueque, caballero...!', un '¡finishela, che...!', un '¡terminála, macho...!', todo a coro, mudo, multilingüe y en alborozo, que me les está diciendo al corazón y a los dedos que pulsan esta bitácora, que mejor soltar velas y teclas con otros rumbos. Y es el caso que el corazón y los dedos de un servidor dicen con júbilo unánime: '¡Amén, amén!'. Lo que no es garantía ninguna de que tecleando sobre otras cosas mejore lo presente.

Ahora bien.

La noticia no tan buena es que, antes de abandonar la polis, me queda por pulsar una prometida cuerda más.

Pero aquí el fatigado leedor puede descansar, bien merecidamente, antes de la última estación.

Porque se me hace que lo que falta, en el mejor de los casos, puede ser tan tedioso como lo que ya fue.

Aunque nos alivia a todos saber que con ello se cierra la serie.