lunes, 8 de septiembre de 2014

Lamento por Leonor

Es verdad que no toda Leonor es Leonor de Aquitania (aunque, si un nombre es un destino...)

Mucho se dijo de esta mujer. Y de todo un poco.

La Leonor de Aquitania que pinta Joaquín Dicenta en su obra, por ejemplo, no es necesaria ni exactamente la Leonor histórica, indómita, fiera política, apasionada, arrogante: la esposa infiel de Luis VII de Francia; la amante de Raimundo de Poitiers, su pariente; la mujer peleadora de Enrique II de Inglaterra (hay que reconocer que Enrique tampoco le fue muy fiel a Leonor); y como esposa suya de él, por eso mismo madre del corazón de león Ricardo y del sin tierra Juan, su hermano.

En la espléndida película El león en invierno (volví a ella hace unos días), Katherine Hepburn, adorablemente, hace una Leonor terrible junto a un terrible Enrique (Peter O'Toole) y a unos terribles hijos que ni le cuento. No me olvido nunca de ninguna de ambas, ni de esa Leonor ni de esa Katherine...


Ya anciana y todavía terrible, Leonor le eligió a Castilla como reina a su nieta, la famosa doña Blanca (la que al pasar menciona Quevedo en unos conocidos versetes chuscos sobre el dinero, pero que fue bastante más que eso: la madre de san Luis IX, entre otras cosas.) Pero no es lo único que hicieron por España ella y su descendencia.

Qué decir: si grande quiere decir terrible, Leonor era grande. Tal vez haya sido una mujer funesta, como algunos sostienen. A mí no me lo parece del todo. Un talante difícil y de turbión, eso sí. ¿Se habrá ganado su fama? Quién sabe. Inadvertida no pasó y tal vez, como pasa tantas veces en la historia, su papel la desluce pero era necesario para algo.

Es verdad también que hoy por hoy no se ven mujeres de esa estatura. Y tal vez eso bastaría para tomar partido por ella. Hay que admitir también que, por eso mismo y obligado a elegir, uno está tentado de preferir a esta Leonor, con todo y eso, antes que a muchas de las cualesquiera otras de las que vagan por las costas de este mundo sublunar.

En 1932, el primer Premio Lope de Vega de teatro se lo dio el ayuntamiento de su ciudad natal a Joaquín Dicenta (h) por su obra, precisamente, Leonor de Aquitania, que ya mencioné.

En el acto primero, están estos sentidos y prolijos versos que, recitándolos, hizo famosos Nati Mistral.
¡Qué doloroso es amar...
y no poderlo decir!

Si es doloroso saber,
que va marchando la vida
como una mujer querida,
que jamás ha de volver.
Si es doloroso ignorar
dónde vamos al morir,
¡más doloroso es amar...
y no poderlo decir!

Triste es ver que la mirada
hacia el sol levanta el ciego
y el sol la envuelve en su fuego
y el ciego no siente nada.
Ver su mirada tranquila,
a la luz indiferente
y saber que, eternamente,
la noche va en su pupila
bajo el dosel de su frente.

Pero si es triste mirar
y la luz no percibir,
¡más doloroso es amar...
y no poderlo decir!

Conocer que caminamos
bajo la fuerza del sino;
recorrer nuestro camino
y no saber dónde vamos.
Ser un triste peregrino
de la vida, en los senderos
no podernos detener,
por ir siempre prisioneros
del amor o del deber.

Mas si es triste caminar

y no poder descansar
mas que al tiempo de morir,
¡más doloroso es amar...
y no poderlo decir!

Vivir como yo soñando,
con cosas que nunca vi;
y seguir, seguir andando,
sin saber por qué motivo
ni hasta cuándo.
Tener fantasía y vuelo,
que pongan al cielo escalas,
y ver que nos faltan alas
que nos remonten al cielo.

Mas si es triste no gozar
lo que podemos soñar,
no hay más amargo dolor
que ver el alma morir,
prisionera de un amor,
y no poderlo decir.