sábado, 6 de septiembre de 2014

Soledades del lobo


En la sierra y por el bosque,
dice a los niños el viejo,
anda un lobo solitario
de pelo gris casi negro,
patas largas y un hocico
con unos colmillos fieros
que, de verlos, si los vieran,
se quedarían de hielo.
Y un andar como de gato
y unos ojos como fuego
y un aullido que cautiva
pero cala hasta los huesos.
Será que será dañino,
pero es más lo que da miedo.
Nunca lo verán al alba,
pocas veces bajo el cielo
que el sol ilumina: el día
pasa escondido y avieso
y, antes que llegue la noche,
cuando apenas gime el cierzo,
ya sale no sé de dónde
y anda solo y en silencio,
entre las zarzas y moras,
entre las hayas y abetos,
rondando quién sabe qué,
tan cuidadoso y atento.
Jamás va por los caminos,
jamás sus garras ha puesto
sobre sendas y veredas:
siempre anda por lo secreto.
No se le sabe manada,
ni siquiera compañero.

Si vieran, como yo he visto,
la piel de ese lobo artero,
que luce tal que se siente
como de seda en los dedos,

que hasta manso se diría,
que se diría hasta bueno...
¿Y alguna vez en la vida,
pregunta un niño moreno,
ese lobo que tú dices
se ha comido algún cordero?
El viejo calla y lo mira,
y está mirando a lo lejos
cosas que sabe de lobos
que corren como recuerdos.
Pues, la verdad, poco dicen
los que saben de estos cuentos,
pero andan diciendo algunos
que son como yo más viejos,
que este lobo es solitario
pues nunca pudo con ellos.