martes, 28 de febrero de 2006

El Pastor de Orihuela

De un modo u otro, este año va a estar impregnado de la voz de Miguel Hernández. Y no sé bien por qué del todo, además de que me parezca una altísima voz.

Se supone, por ejemplo, que uno debería agradecerle a Serrat haberlo difundido. Y aunque no niego que algunos de los poemas que musicalizó me gustan cantados -y eso merece un agradecimiento, claro-, no estoy en condiciones de regalar homenajes olímpicos, así porque sí.

La verdad: me gustan más los poemas de Hernández que las canciones de Serrat, qué puedo hacer...

Pero cuando leo poemas adolescentes del pastor de Orihuela, como éste y con ser tan poca muestra:
Dos cantares

Las penitas de la muerte
me dan a mí que no a otro,
cuando salgo al campo a verte
con mi negra, negra suerte,
con mi negro, negro potro.

Soledad, qué solo estoy
tan solo y en tu compaña.
Ayer, mañana y hoy,
de ti vengo y a ti voy
en una jaca castaña.
se me da por pensar algunas cosas.

Una, y para ir diciendo algo, que es prueba de la misericordia divina.

Ha de ser buena persona Dios, que nos cobra demasiado poco la muerte de Miguel Hernández.

Un artículo de María de Gracia Ifach, de 1960, que prologa el tomo primero de la obra completa que publicó Losada (tiene 4ta. edición de 1997), cuenta que en 1934 -el mismo año en que murió, como del rayo, Ramón Sijé, con quien tanto quería Miguel- el hombre fue a ver una manada de toros. Estaba a las afueras de San Fernando de Jarama, había ido de excursión. Miguel amaba los toros y escribió hartas cosas sobre ellos de rara y viril calidad. Y eso hacía entonces: mirar y admirar los toros.

Parece que fue ahí que le cayó la Guardia Civil y le dieron una paliza. No le creyeron que estaba mirando los toros. Al final, insultos y bofetadas y llaverazos mediante, lo soltaron dando por buena su declaración. Estaba viendo los toros, nomás. Vi dicho esto en un par de lados y le atribuyen al episodio alguna importancia en la adhesión de Hernández a la España roja, de unos años después.

Habrá que ver si es cierto. No me extrañaría mucho. Hay que ser chambón. Chambonazos. Y de sobra sabe uno lo chambonazo que se puede llegar a ser.

El hijo de unos pastores oriolanos, pastor él mismo. Manso tipo. Buenazo. Casi de una sola mujer, con la que casó y tuvo hijos. Finísimo poeta. Buena gente. Bastante bien parece que lo había formado su entrañable Sijé, que -jóvenes ambos todavía- hasta le escribió unas líneas llamándolo al orden cuando las 'luces del centro' de Madrid podían empezar a hacerle mal. Líneas que apreció y no desoyó Miguel.

Y, al fin, pensar que por sacarse el gusto dándole unos llaverazos a un tipo que está mirando los toros, nomás...

No conocía la anécdota, que leí hace poco, pero de veras creo que no la necesitaba.

Tiene que haber quien me venga con la factura de los poemas a Stalin o la Pasionaria, o a los mineros de Asturias o contra Mussolini. Sí, ya sé. Claro. Los leí. Algunos buenos versos tienen, sí. Pero que me juren entonces que los mejores versos de este hombre están en esos poemas, que si no son de circunstancias, seguro también se escribieron muchos de ellos a golpes de bofetadas porque miraba los toros, nada más, a las afueras de San Fernando de Jarama.

Moraleja: hay que tener cuidado con las llaves y cuidar a quién se le dan llaveros.

Porque las llaves abren y cierran toda suerte de puertas.