sábado, 19 de marzo de 2005

No del mejor humor, arranqué para el asado.

Mediodía de vientecito suave, más o menos sol, más o menos nubes.

Pero el compromiso era de hierro y faltar era pecado grave.

Juan, el que sabe hacer los asados, puntano de San Luis en el límite con Villa Dolores, moreno, socarrón, tranquilo, callado, el dueño de casa, cumplía años. Y su inquilino, el inefable vendedor de libros en el tren, me venía invitando desde que llegué de viaje. Y fui. Tenía que.

Me hicieron contar cosas de afuera, pero también se fueron cruzando las anécdotas de otros en la mesa, de tal modo que, al terminar una muy graciosa de una mula loca en el servicio militar del hijo de mi amigo el vendedor de libros en el tren, le di con el final patriótico del cuento entrada a la guitarra de otro de los comensales, Mariano. Haciendo de maestro de ceremonias, claro...

Cantó unas cuantas. Entre ellas, esta linda zamba (desconocida para mí), con letra de Manuel Castilla y música del Cuchi Leguizamón, flor de la nata salteña en músicas y versos:

Juan panadero

Qué lindo que yo me acuerde
de don Juan Riera cantando
que así le gustaba al hombre
lo nombren de vez en cuando.

Panadero don Juan Riera
con el lucero amasaba
y daba esa flor del trigo
como quien entrega el alma.

Cómo le iban a robar
ni queriendo a don Juan Riera
si a los pobres les dejaba
de noche la puerta abierta.

Por la amistad en el vino
sin voz querendón cantaba
y a su canción como al pan
lo iban salando sus lágrimas.

A veces hacía jugando
un pan de palomas blancas
y harina su corazón
al cielo se le volaba.
Y resultó que mi amigo, salteñísimo él, había conocido al Juan Riera de la zamba y a sus hijos, alguno panadero como él. Y de pronto la canción se volvió otra. No sé si la letra es de lo mejor que le conozco al autor, y creo que no. Aunque la zamba cantada es muy bonita. Pero el agregado 'existencial' la hizo mágica.

Me quedé mirando al hombrecito 'chaparro', moreno, envejecido. La zamba y él se habían vuelto la misma cosa y la zamba ya no era zamba.

Toda la Argentina estaba ahí, en la mesa chica y sencilla de la tarde casi otoñal, mantelito rojo.

La zamba ya no era la zamba y él ya no era el vendedor de libros. Hacía de 'cicerone' tierra adentro, hacía de 'virgilio' salteño diciéndonos quién era quién en ese infierno, purgatorio y cielo cotidiano, nos guiaba por la letra de la zamba y nos contaba más que lo que la zamba decía. Y de otras cosas habló y -salteñísimo él, por supuesto- recitó sus versos propios, que le dedicó a mi mujer, por su primera vez en esa mesa.

Toda la Argentina estaba allí, soterrada, asordinada. Ni por un momento la Argentina de los diarios y de las noticias. La Argentina a secas.

Un panadero hecho zamba, explicado por un vendedor de libros en los trenes.

Buena faena.