miércoles, 1 de marzo de 2023

Tres adioses (II)


Algo de luz, algo del día:
era el este del cielo renacido otra vez.

En medio de un camino
que iba a una soledad de sal y paz
desconocida,
despedí a la muerte.

Enumeré las horas
de la sonrisa horrísona,
y las hice partir con su carga de muerte.

Conté los minutos, 
los que amasaban con vida ficta
los años estériles,
y vi las espaldas de la muerte que llevaban consigo;
y los dejé ir.

Amasé con los segundos placenteros
una figura, una gárgola espantosa
que sembraba la muerte 
cada vez que punzaba 
los ojos y mi pecho con su voz;
y vi su engaño
inerte y escondido 
enhebrado en el polvo deshecho de su carne de piedra
que el viento alejaba hacia la nada.

Y ese día,
con todo un derredor de soledad
y una brisa entera de hierba y rocío en el aire, 
en medio del camino, 
apenas con la luz, la sal, la paz,
una verdad de mar y bosque y llano alzó su copa. 
Y nada más fue la muerte. Y su sombra no fue más.