jueves, 9 de marzo de 2023

Mechongué


Debería haber una foto de Leonel y de Roxana.

Pero no habrá. No hace falta. Sería trivial.

Lo que hay que hacer es llegarse a la punta noroeste de Mechongué, viniendo de San Agustín, y ver la esquinita con una enorme parrilla redonda como para seis animales asándose, hoy apagada. Al lado, el comedero simpático que abrieron hace dos meses. Almorcé temprano con ellos. Leonel, servicial y dispuesto, con su gracia campera de posadero hobbit, me improvisó una magnífica pizza y contó historias, mientras Roxana mostraba su discreción criolla y su gusto por la geografía, los hijos y los nietos andaban por ahí. El local se está armando. La cortesía y la cordialidad ya están, desde siempre parece. 

Quién diría. Uno nunca sabe. Elegí raros caminos "de adentro" para llegar a la costa desde Tandil.

Así resultó que Mechongué era la última posibilidad de comer algo antes de llegar al desierto feliz de Centinela, una de las paradas del periplo variado de esta vez, entre charlas y travesías. Hay que ser justo: sí había posada cordial aquí al llegar...

Pero hice bien. Me hubiera perdido historias sabrosas de Leonel: desde juntar papas en los campos de alrededor durante años a hacer canchas de polo, la pasión por asar, y la cría de chanchos a granel, los puestos de historias y comidas en las "fiestas" de la zona. Y más.

Sí. Elegí bien los caminos. Porque a veces hay que dejar los mapas y hacer los caminos.

Para que el camino nos haga.