viernes, 17 de marzo de 2023

Destino


La sombra de los pasos que dimos es oscura.
Es una tempestad que se estrella en nuestras espaldas,
y pesa sobre nuestros hombros,
y nubla nuestra mirada, 
y hace inmóviles nuestras manos.

(Mientras, a cada momento, el corazón 
entibia la esperanza,
la abraza con ternura, la cobija 
y no deja que un viento helado seque sus brotes niños,
retoños de cada día
que amanecen con nosotros 
y vienen a nuestro encuentro con una felicidad
a flor de sonrisa,
retoños de lo que ya era y siempre es y será
y siempre hemos esperado.

La esperanza es recia, sin embargo.

Nos habla en un idioma recio;
y con palabras de piedra y roble y brisa, 
anima nuestro paso hacia una brillante bruma incierta,
que promete a nuestros ojos cansados de andar.)

Creemos que todo ocurre fuera de nuestro corazón.

Creemos que un hado agita el vaivén feroz 
de las tormentas que doblan nuestras espaldas.
Creemos que cada mañana es solamente un designio
que nos hemos ganado.
Creemos que todo es más que nosotros, 
creemos que todo es menos que nosotros.
Creemos ser tierra inerte que labran mascullando
labradores crueles o indiferentes.

Creemos que todo ocurre fuera de nuestro corazón.

(Preferimos no saber que nos han dado la tierra.
Que la hemos labrado con nuestros pasos y nuestras manos.
Que su fruto es hijo de esa boda 
entre la tierra que nos han dado 
y las manos que han surcado labrantíos.
Que somos también la misma semilla que crece
en una tierra que no somos nosotros.

En el fruto de nuestras manos, también están nuestras manos.)

Creemos que todo ocurre fuera de nuestro corazón.

Pero la risa y las lágrimas nacen en nuestro corazón.
Las heridas y la pena nacen en nuestro corazón.
En nuestro corazón han nacido las flores 
y ha brotado el perfume que aroma la felicidad.

Y creemos que sólo el destino hace llorar a los niños.
Creemos que la soledad es fatídica.
Creemos que la tristeza es una maldición o un desvío.
Creemos que el amor es un rayo que no cesa.
Creemos que el odio es un viento de furia 
que mueve nuestras manos inertes.
Creemos que nuestra voz nace sólo para nuestros oídos, 
que sólo ellos la merecen. 

Necesitamos creer que todo ocurre 
fuera de nuestro corazón.
Para erguirnos como predestinados, 
para sostener la risa que enarbolamos como una gloria.
Para que todo nos sea una herencia merecida.
Para no saber de culpa alguna.
Para ser la ley inexorable que hará todas las cosas,
a nuestra imagen y semjanza.

(Pero el corazón conoce la esperanza,
porque ella tiene su habitación en él.

Y el corazón se duele de que vivamos sólo de tiempo,
o como si el tiempo no existiera 
y no lastimara nuestros pies.
Y se duele el corazón de nuestras historias huecas, 
de nuestra escritura pobre y desmañada,
de nuestra máscara: 
él espera que al fin digamos, 
espera que al fin mostremos la verdad y la belleza 
de ser hijos y padres a la vez, 
y se duele de que creamos ser solamente padres, 
o solamente hijos.

Porque él sabe 
qué es nuestro destino 
y qué es nuestra libertad.)