martes, 28 de febrero de 2023

Tres adioses (I)


Miro entrelíneas.

Apenas entiendo una voz lejanísima.
Sueño que queda algo a mis espaldas.

Llegué a saber llanuras onduladas,
en las que florecía un nombre marchito;
conocía el rumor de la laguna inmensa:
el animal líquido
con su silencio de agua y de biguases rasantes,
de garzas quietas
y festivas gaviotas de la siembra.

Conocí la soledad estéril de un reparo 
en un monte azul de aromos nuevos,
al oeste del cielo del sol apagándose como el pasado.

Y entonces vi el camino arenoso de promesas
bajo mis pies felices. 
Y entonces ensayé la despedida, 
como un ritual sin fe.

Pero tendí mi mano y el aire la detuvo.
Tendí mi voz y el aire la detuvo.

Ahora, los ojos ríen limpios.

Para el viaje, 
para la noche que vendrá en su gozosa luna llena,
ese heraldo plateado de la luz
que hace habitación en mis entrañas, 
es preciso algo más que memorias.


 

domingo, 26 de febrero de 2023

En tu nombre


Si estás aquí, ¿quebraste una promesa?,
¿marchitaste la flor de un juramento?,
¿rompiste un voto? ¿o con tu voz mentiste
a quien oyó y creyó lo que decías?

Si estos versos te viven en tus ojos,
si acaso el corazón los atesora,
si estás buscando en ellos las señales
que siquiera hasta el pórtico te lleven...,

¿habrá llegado el tiempo que has temido,
porque ves adelante ese sendero
que no querías que se bifurcara?

Pero aquí estás. Aquí y te estás mirando.
Pues no soy yo quien escribió el poema:
sólo digo estos versos en tu nombre.


La anunciación


I

Porque desde el principio me estabas destinado.
Antes de las edades del trigo y de la alondra
y aun antes de los peces.
Cuando Dios no tenía más que horizontes
de ilimitado azul y el universo
era una voluntad no pronunciada.
Cuando todo yacía en el regazo
divino, entremezclado y confundido,
yacíamos tú y yo totales, juntos
pero vino el castigo de la arcilla.
Me tomó entre sus dedos, desgarrándome
de la absoluta plenitud antigua.
Modeló mis caderas y mis hombros,
me encendió de vigilias sin sosiego
y me negó el olvido.
Yo sabía que estabas dormido entre las cosas
y respiraba el aire para ver si te hallaba
y bebía de las fuentes como para beberte.
huérfana de tu peso dulce sobre mi pecho,
sin nombre mientras tú no descendieras
languidecía, triste en el destierro.
Un cántaro vacío semejaba
nostálgico de vinos generosos
y de sonoras e inefables aguas.
una cítara muda parecía.
No podía siquiera morir como el que cae
aflojando los músculos en una
brusca renunciación. Me flagelaba
la feroz certidumbre de tu ausencia,
adelante, buscando tu huella o tus señales.
No podía morir porque aguardaba.

Porque desde el principio me estabas destinado
era mi soledad un tránsito sombrío
y un ímpetu de fiebre inconsolable.

II

Porque habías de venir a quebrantar mis huesos
y cuando Dios les daba consistencia pensaba
en hacerlos menores que tu fuerza.
Dócil a tu ademán redondo mi cintura
y a tus orejas vírgenes mi voz, disciplinada
en intangibles sílabas de espuma.
multiplicó el latido de mis sienes,
organizó las redes de mis venas
y ensancho las planicies de mi espalda.
Y yo medí mis pasos por la tierra
para no hacerte daño.
Porque ante ti que estás hecho de nieve
y de vellones cándidos y pétalos
debo ser como un arca y como un templo:
ungida y fervorosa,
elevada en incienso y en campanas.

Porque habías de venir a quebrantar mis huesos,
mis huesos a tu anuncio, se quebrantan.

III

Para que tú lo habites quisiera depararte
un mundo esclarecido de céfiros, laureles,
fosforescentes algas, litorales sin término,
grutas de fino musgo y cielos de palomas.

IV

He aquí que te anuncias.
Entre contradictorios ángeles te aproximas,
como una suave música te viertes,
como un vaso de aromas y de bálsamos.

Por humilde me exaltas. Tu mirada,
benévola, transforma
mis llagas en ardientes esplendores.

He aquí que te acercas y me encuentras
rodeada de plegarias como de hogueras altas.

Rosario Castellanos



 

viernes, 24 de febrero de 2023

Encuentro


Porque habías de venir a quebrantar mis huesos,
mis huesos, a tu anuncio, se quebrantan.

La anunciación
Rosario Castellanos
De la vigilia estéril.

 

Tal vez será un milagro en los añiles
que nacen del romero como flores;
tal vez un torbellino de jilgueros
ruja en un cielo que atardece ardido.

Tal vez un desenfreno de los sauces
o un gemido feroz de casuarinas;
tal vez un resplandor silbe en un rayo
y deshaga la noche en alhucemas.

Tal vez el mar o el río o los arroyos
sean de pronto océanos de plata
o trace el sol cien surcos de diamantes. 

Tal vez habrá un silencio de mil siglos.
Tal vez el día durará un segundo. 
Pero habrá una señal cuando suceda.



jueves, 23 de febrero de 2023

Y después


Los laberintos
que crea el tiempo
se desvanecen.

(Sólo queda
el desierto.)

El corazón
fuente del deseo,
se desvanece.

(Sólo queda
el desierto.)

La ilusión de la aurora
y los besos
se desvanecen.

Sólo queda
el desierto.
Un ondulado
desierto.

Federico García Lorca
(Poema de la seguiriya gitana - Cante jondo.)



Cancioncilla


Malva, hiedra y mejorana,
digan todas: es Enero.
Y la abuela hila que hila
los vellones tempraneros.

Dame más lana, hija mía,
que hacer una toca quiero.
Madre, por el valle fui
y he perdido los corderos.

Malva, hiedra y mejorana,
digan todas: es Enero.
Y no curaban del hato
la pastora ni el mozuelo.

Ve, la mano se me cansa,
y el huso vacío vuelvo…
Alzaba al hablar la abuela
a la luz los ojos ciegos.

Dame más lana, hija mía,
que hacer una toca quiero…
Y alzaba al hablar la abuela
al cielo los ojos muertos.

Malva, hiedra y mejorana,
digan todas: es Enero.
La pastora, la pastora
se ha cortado su cabello.

En las manos de la abuela
puso su tesoro entero,
todo su cabello de oro
en los temblorosos dedos.

La abuela al hilar decía:
¿Qué lana parece helecho
y seda y agua de fuente
y vegada de trovero? …

Malva, hiedra y mejorana,
digan todas: es Enero.
A ver hilar a la abuela
bajó un ruiseñor del cielo.

Enrique Banchs



miércoles, 22 de febrero de 2023

Envidia de la luna




Cinco poemas dije y hablé de uno.

Completo la publicación de Aquilino Duarte sobre la poesía taurina de Roy Campbell, que trae este otro poema:


El rejoneador

Cuando en esa carrera levemente escorada
un serafín parece que se eche a volar,
los pasos de costado del caballo de nieve
que se revuelve con valor y gozo,
en órbita tronante gira el Ruedo
que centra Apis con su pena
y de su reino, con su mancha real
te unge rey su agonía.
Sus cuernos son la luna y su capa la noche,
las ascuas que agonizan de sus ojos
puede que vean en su cruento iris
al lucero del alba que se levanta en llamas,
proyectil de un idéntico deseo
cuyo orgullo es el mismo que en ti anima.


The rejoneador

While in your lightly veering course
A seraph seems to take his flight,
The swerving of your snowy horse,
Volted with valour and delight,
In thundering orbit wheel the Ring
Which Apis pivots with his pain
And of whose realm, with royal stain,
His agony anoints you king.
His horns the moon, his hue the night,
The dying embers of his sight
Across their bloody film may view
The star of morning rise in fire,
Projectile of the same desire
Whose pride is animate in you.

También ahora con una traducción alternativa:

Mientras en tu ágil carrera de virajes
pareces un serafín lanzado al vuelo,
y los zig-zags de tu corcel de nieve
ejecutas con bravura y con deleite,
en órbita atronadora vuelve el ruedo
que Apis centra con el eje de su pena
y de cuyo reinado, con real mancha,
su agonía te unge rey.
Sus cuernos la luna, su color la noche,
las brasas moribundas de sus ojos ven acaso
a través de su ensangrentada película
que la estrella matutina sale en fuego,
proyectil del mismo deseo
cuyo orgullo anima en ti.

(Traducción de E. Pujals.)


Pero no estaría completa en realidad la faena si no doy los otros tres que faltan a la obra completa taurina de Roy Campbell. Caso singular y propio de poeta: dos de los 5 poemas fueron escritos y publicados cuando todavía no había llegado a España ni visto corrida alguna: El rejoneador y Estocada.


Estocada

Un desmandado toro, obsceno y gordo
que viste sombrero en puntas de diablo
y zapatos henchidos
parece en mi cerebro como silfo que llamara
para azuzarle con mi ardiente trapo
y las péndolas entregue en el encuentro.

Ojos turbios, como los del búho, le abandonan
dañados por la luz del día;
en su sangrienta pena
sólo ven la noche en mi seda roja,
y en mi llama de acero luz ninguna
que glorifique su fatal estrella.

Nada más puede pedir esta pasión ciega
a cuyo paso, instintivo y torpe,
mi capa manejé
distrayendo la mole derrumbada
al tiro de mi acero con rojizo y chorreante
hocico que la lengua arrastra.

Ya que incluso si enfurecer pudiera
al tozudo montaraz de la manada,
todavía, a lo que él cree, yo soy
todo alas y etérea liviandad
y un cometa mi blancor se le figura
en su negro cielo de amargura.

(Traducción de Luis López Ruiz.) 


La muerte del toro

Esas astas, envidia de la luna,
hoy, apuntando al sol, han declamado;
los ojos,
yescas ayer del mediodía,
son hoy cenizas de pesar.
Mas desde el Alpe astado que se humilla
cual si el Ródano abriera sus compuertas
por una herida que jamás se cura
fluye la sangre con olor a lirios;
el vino nevado de la mancha escarlata
que se ensancha, florida, por los llanos,
y desangra su angustia por la herida...
Esto lo dice uno que ha bebido
arrodillado junto al agua
y que no hace memoria del dolor.

(Traducción de Aquilino Duque.)


Toril

La multitud: ¡Otro toro! ¡Otro toro!
EI buey: ¿Has oído?
A ti te toca. ¡Lo pide el público!
EI toro: Festejado con flores, predilecto en otro tiempo,
hoy tengo que pacer asfódelos horribles;
morder la dura tierra y tragarme mi propia sangre
habiendo mi papada gustado del arroyo dorado que fluía,
cuando, a través de las corrientes, bruñido como su marea,
el bello cirro de mi musculatura resbalara
mi corazón centelleante a través de la pie de seda,
gozo de su crisol, potente por dentro arde.
Estos cuernos que semejan luna creciente,
estos ojos, esmeraldas abrasadas del mediodía,
cuyas órbitas fueron fuego de inmortales rayos
y encendieron el horizonte inmenso con su mirada.
Todo se viene abajo ahora y pronto arrastran
un trineo de carroña a la cola de un caballo.
EI buey: Como fulgor del mediodía te vi correr.
Hoy el yunque de Toledo será tu sol
que al levantarse airado sobrepasó estas puertas
con su roja capa, amanecer de muerte: 
por ti tañe el metal y el porvenir presientes,
meta de su bruñido rayo de acero.
EI toro: Buey como eres, ¿qué sabrías de este
que nunca se acercó al confin de tal abismo?
EI buey: Buey como soy, nadie sabe como yo
quién trajo aquí a los que te precedieron para morir.
Payaso charlatán, soy el mudo y el sabio;
enigmas leerían los poetas en mis ojos.
Aliados van mi ser y mi dolor.
Sufrir es mi destino, como quejarte es el tuyo.
Yo soy el pensador, con su saber satisfecho,
y compré mi sapiencia a base de dolor.
Sé valiente, ten paciencia y guárdate el aliento.
EI toro: Pero, dime, ¿qué es más negro que esta muerte?
EI buey: Mi impotencia.
EI toro: Es tu alma la que habló.
¿Más horrible que este martirio?
El buey: El yugo.

(Traducción de Luis López Ruiz.) 



Sangre de toros y humo de altares



El torero muerto (dedicado a Florentino Ballesteros II)

Tal puede ser la obra de una hora funesta.
Ese pelele ebrio que no tiene ni rostro
fue el bello Florentino. Esto era la gracia
sonriente y la virtud frente al Poder.
¡Roto el fino espinazo de temple toledano!
¡Vacía, la crisálida, su mano que aventaba
grácil aquellas anchas falenas imperiales,
cada una en su callado diseño milagroso!
¡Era la abeja, con su rosa en peligro!
Murió con la violencia súbita de los reyes,
y desde el ruedo sube hacia la Virgen,
flotando su capote. No le hacen falta alas.

The dead torero (así en el original)

Such work can be the mischief of an hour.
This drunken-looking doll without a face
Was lovely Florentino. This was grace
And virtue smiling on the face of Power.
Shattered, that slim Toledo-tempered spine!
Hollow, the chrysalis, his gentle hand,
From which those wide imperial moths were fanned
Each in its hushed miraculous design!
He was the bee, with danger for his rose!
He died the sudden violence of Kings,
And from the bullring to the Virgin goes
Floating his cape. He has no need for wings.

El poema lo encontré leyendo Roy Campbell, Poeta taurino, un breve artículo de Aquilino Duque Gimeno, de la Fundación de Estudios Taurinos (Revista de Estudios Taurinos N.º 9, Sevilla, 1999, págs. 173-178). Duque ofrece allí esa traducción. Y algo más, esta reflexión al final de su artículo:
...de Roy Campbell en cambio sí que hay que decir que mientras los demás poetas de su tiempo y de su estirpe han sido reeditados y traducidos hasta la saciedad (Yeats, Eliot, Auden, Spender,  McNiece, el propio Pound), hoy no es fácil hallar libros suyos en el mercado. Cualquiera que hubiese militado en las Brigadas Internacionales tendría más suerte con una plaqueta insignificante que Campbell, adicto a la causa nacional, tiene con toda su obra. Y es que a Campbell le atraía en España aquello mismo que sus adversarios querían aniquilar: la sangre de los toros y el humo de los altares, y eso le hizo acercarse a San Juan de la Cruz después de presenciar en Toledo el holocausto del convento del Carmen y acercarse a la fiesta nacional con más coherencia que Hemingway, por dar sólo un nombre anglosajón. Muestra de ello son estos dos poemas en cuya traducción he puesto mi mejor voluntad.
Por su parte, este poema taurino aparece en el libro Mithraic Poems, que Campbell publicó en 1936, y está también en la recopilación de su poesía, The Collected Poems. Es uno de los sólo 5 poemas que dedicó en toda su obra a un tema que lo apasionaba.

Hay del poema otra traducción, de Esteban Pujals, aparecida en su libro España y la guerra de 1936 en la poesía de Roy Campbell (Colección «O crece, o muere», Ateneo, Editora Nacional, Madrid, 1959).  La encontré en La poesía taurina de Roy Campbell, un artículo de Luis López Ruiz.
Tal calamidad es obra de un mal momento.
Este muñeco de aspecto ebrio y de rostro ausente
fue el admirable Florentino. Era la gracia
y la virtud sonriente cara a cara a la Fuerza.
iRoto ese ágil espinazo templado en Toledo!
iVacía !a crisálida de esa gentil mano, con la cual
abanicaba aquellas anchas mariposas imperiales
en e! suspenso de dibujos milagrosos!
¡Él fue la abeja, peligro de la rosa!
Murió la muerte violenta y repentina de los reyes,
y de la Plaza hasta la Virgen sube
con su capa extendida. No necesitaba alas.
Queda bastante más para decir de los poemas taurinos que escribió el sudafricano de origen escocés, gran poeta, que admiro y gusto grandemente.

Pero, por ahora, alcanza el tiempo no más que para decir que Florentino Ballesteros (*), hijo, fue un matador que murió corneado en la arena en 1917, a los 24 años y que Campbell no conoció porque llegó a España en 1933.




____________________________________

(*) Aquí se enteran de la vida y muerte del matador: https://www.heraldo.es/especiales/centenario-muerte-florentino-ballesteros/



martes, 21 de febrero de 2023

Una querencia tengo por tu acento


Una querencia tengo por tu acento,
una apetencia por tu compañía
y una dolencia de melancolía
por la ausencia del aire de tu viento.

Paciencia necesita mi tormento,
urgencia de tu garza galanía,
tu clemencia solar mi helado día,
tu asistencia la herida en que lo cuento.

¡Ay querencia, dolencia y apetencia!:
tus sustanciales besos, mi sustento,
me faltan y me muero sobre mayo.

Quiero que vengas, flor, desde tu ausencia,
a serenar la sien del pensamiento
que desahoga en mí su eterno rayo.


Miguel Hernández

(de El rayo que no cesa.)



viernes, 17 de febrero de 2023

En la muerte


En tu muerte estaré y a cada lado
del tiempo que se acaba. Y estaré
a tu lado en silencio y te veré
y me verás en el dolor callado.

Y te veré partir. Será de pie,
y seguiré de pie, siempre a tu lado.
Un río gris de lágrimas callado
cada día de allí en más seré.

Pero en tu muerte yo estaré de pie.
Y seguiré de pie, solo, a tu lado,
como un devoto de tu amor callado.  
   
Aun en tu muerte, viva te veré
y en esa vida tuya viviré
a tu lado, de pie, en dolor callado.


 

jueves, 16 de febrero de 2023

La tarde


Viento del sur, Beethoven, las montañas,
ese cielo de té, lluvia y magnolias,
la voz tan quieta y grave que ha vibrado,
la bruma tibia en un jardín naciente.

Una acuarela de otro mar del mundo,
su pátina azulada, los tapices,
la misma voz, su resonancia dulce,
los ojos que, de grises, son la tarde. 

La tarde pasa en todo y en nosotros.
Todavía va al norte el viento sur.
De puro gusto hay fuego y es febrero.

Sencillamente, en un silencio tímido,
el corazón reposa y se complace
ardiendo con la brasa de este día.



miércoles, 15 de febrero de 2023

Ven


Si voy sin rumbo hasta la primavera,
si estoy tan lejos que perdí el camino,
si soy la traza gris del peregrino,
si fuera nadie ya o lo que fuera.

Si ya olvidé y en olvidar me obstino,
si ya perdí lo que el perder me diera,
si ya callé lo que al callar dijera,
si ya no hay mar donde bogar marino.

Entonces, ven. Me encontrarás desnudo
de mí y de todo en todo y esperando,
ciego de luz y de palabras mudo.

Entonces, ven. Porque al decirte Ven...
te imagino viniendo y regresando.
Y no hay otro consuelo que ese Ven...


 

Madrugada


Casi al fin de la noche y aun oscura, 
todavía sin luz, sin el consuelo
de una mañana nítida y rampante
de viento del oeste yendo al sur...

Sin el sosiego del amor a mano,
minutos quietos, lánguidos, vacíos,
que no son paz –y el corazón lo sabe–,
tal vez hijos del frío o la distancia.

¿Valdrá la pena hablar idiomas mudos?
¿Urgar en sombras que no dicen nada?
¿No saber? ¿No entender? ¿Andar a ciegas?

Sólo quien ama tiene luz perpetua.  
Y toda noche fulge como el día.
Porque sólo quien ama entiende todo.


 


domingo, 12 de febrero de 2023

De la moza donosa


La luna solitaria se adormece
con el rumor de piedras en el río
y en las ondas serenas canta y crece
el canto mío.

Danzan al pie del ceibo los juncales
y es su danza de luna y de rocío;
y allí te abraza en aguas musicales
el canto mío.

Llega el aire en amor y hay otra danza
suave en su leve aroma de capullo,
y es el tibio aguijón de mi añoranza
el paso tuyo.

Al ritmo de tu pie, se aquieta el río:
donosura de moza es el murmullo
con el que fue siguiendo el canto mío
el paso tuyo.


 

Los perdones de Lucio




"Sé que él me perdonó"
, dijo Abigail Páez al hablar ante el tribunal cuando llegó a su fin el juicio en el que, junto con la madre del pequeño Lucio Dupuy, fueron acusadas por homicidio y delitos aberrantes.

Las crónicas del juicio, las declaraciones de quienes tuvieron acceso al expediente o, más aún, de quienes vivieron junto a Lucio o conocieron todo o parte de lo que padeció en sus pocos años de vida, son palabras ya repetidas y conocidas. Pero hoy son eso: palabras. Tal vez con todo eso se haga un libro o la consecuente película, lo que demostrará una vez más que los guionistas y escritores necesitan del caudal inverosímil de la realidad para componer obras espeluznantes que su propia imaginación no llegaría a pergeñar.

Por mi parte, quiero escribir esta nota cuando todavía no se conoce la sentencia y las penas que el tribunal dictaminará en este caso. Creo que, finalmente, no cambiará mucho lo que pueda decir en estas líneas. Salvo que la sentencia exceda el brete de los protocolos jurídicos y se adentre en cuestiones que están en las raíces más profundas de lo que han tenido que juzgar. Pero, de hecho y sin faltar el respeto a nadie, la sentencia no me dirá demasiado.

Mientras tanto, Lucio –puedo decirlo con certeza– perdonó a Abigail Páez. Y sumó ese perdón a una lista extensa de perdones que debió repartir, con una sonrisa beatífica e imborrable ya, entre tantos otros actores protagonistas o de reparto en esta tragedia, próximos o lejanos, íntimos o algo más distantes, pero siempre testigos al menos de su vida sufrida.

Lucio perdonó a todos aquellos que por acción u omisión lo depositaron sin vida –torturado, vejado y molido a golpes– en una salita de primeros auxilios, la tarde-noche del 26 de noviembre de 2021. Estoy absolutamente seguro de eso. Lucio perdonó incluso a quienes promueven el odio al varón. Perdonó a los que prejuiciosamente justifican la disolución de una familia en beneficio de nuevas relaciones homosexuales, como perdonó el silencio de quienes evitaron toda palabra que pudiera cargar culpas sobre su madre, Magdalena Espósito Valenti, y su "pareja", Abigail Páez, por razones ideológicas y partisanas. Creo que hasta perdonó a los ediles que, quién sabe por qué extraña razón, le pusieron a la calle en la que vivió y padeció, el nombre de Allan Kardec, el gurú del espiritismo.

Lucio perdonó a todos. Y el suyo ahora es un perdón eterno.

Decía Braulio Anzoátegui que los niños son la humanidad recién salida de la divinidad. Pronto volvió Lucio a la casa de su Padre. Allí no tiene que temer y, desde allí, hasta puede interceder por todos aquellos a quienes ya perdonó.

El tribunal dictará una sentencia e impondrá penas y sé que eso esperan muchos en un sentido u otro y por razones distintas. Pero está bien que lo haga. Y mejor estará si lo hace bien, justamente y por las razones que corresponden, sin omitir ninguna de las circunstancias horrendas del caso y que merezcan la sanción que el juicio de los hombres alcance a juzgar y sancionar, según lo que las cosas son, más allá de las leyes que los mismos hombres puedan legislar, tan faliblemente.

Abigail Páez, después de decir que sabía que Lucio la había perdonado, dijo: "Ojalá yo me pueda perdonar". Puede ser una frase de circunstancia, sincera o hipócrita, producto del remordimiento o para intentar mejorar su situación procesal, como dicen en el Foro. 

Pero es una frase que, cada uno de los que de un modo u otro participaron de la vida de Lucio Dupuy, dirán, siquiera en su fuero íntimo. Y ojalá la digan. Y ningún tribunal terreno tendrá mucho que hacer en ese juicio que cada quien haga de sí y de sus actos u omisiones. 

Como fuere, a todos, Lucio ya los perdonó.


(https://www.laprensa.com.ar/525758-Los-perdones-de-Lucio.note.aspx)


sábado, 11 de febrero de 2023

Yo no he querido


Ciento cincuenta pesos
me han ofrecido
para dejar de amarte.
Yo no he querido.

El laconismo, la economía expresiva con que se ha diseñado esta copla, es su mejor rasgo.

Al amante se lo ha querido seducir con un soborno, para que abandone a su amor.

Pero, para narrar esto, él se despoja de toda retórica vulgar: nada de proclamar que su amor vale más que todo el oro del mundo, o que prefiere la pobreza con amor a la soledad adinerada.

Simplemente, cuenta su negativa, en un único y escueto verso, casi contrastándolo a la abundancia de los otros tres, que suenan como las multiplicadas palabras con que se lo ha buscado quebrar.


Miguel Cruz, El universo de la copla, Grupo del Tucumán, 1992.



jueves, 9 de febrero de 2023

Faro en ti


Oigo la luz.

Una vez y otra vez,
cimbrando tu pasión
en las cuerdas de plata del oleaje,
oigo la luz;
los rayos anhelantes de una lámpara ansiosa
buscándome en silencio
una vez y otra vez;
sembrando melodías en el aire
recóndito y oscuro.

Y soy un punto apenas
en tu océano infinito de temor y de amor;
y el resplandor de ti que está en la luz 
que oigo 
una vez y otra vez,
me sigue a tientas 
hasta alcanzarme nunca.

Oigo la luz.

Cada vez menos luz y más tu voz.

Cada vez más 
tu corazón ardiendo hasta encontrarme.
   
 

Barco de papel


Son mis últimos versos tripulantes,
navegan a tu encuentro
en este barco de papel.

Lleva tu nombre como quilla,
tu risa como vela, 
y es el timón tu mano que acaricia el cielo
y el horizonte azul.

Es tuya y para ti la nave mía
que surca la mañana.

Mi corazón, el remo.
Tu corazón, el mar.

Y esta nostalgia dulce, el viento que nos lleva. 


 

Botella al mar


Vine por la inmensidad,
de ti a ti bogando. 

Vine como una lanza ciega,
una proa sellada con misterios, 
como brizna azotada en el viento de tu mar; 
vine brillando al sol sobre las olas.

Viví la espuma, fui de sal y sol:
más fuerte que el mar
y el tiempo.

Soñé con la quietud, 
soñé tu mano librando mi soledad 
de la noche y el día;
soñé y soñé y soñé:  
soñé contigo conmigo en esta prisión, 
transparente y muda, 
que lleva amor en letras
y en suspiros.

Y aquí estoy.

Te entregué dos palabras.

Y ahora ya no soy botella al mar.

Soy yo. 



martes, 7 de febrero de 2023

Mar y amar en Mar del Plata



Hace unos días, en otra parte, decía que por primera vez en mi vida extraño un mar. Que ando necesitando ese mar. Cosa rara, pero verdadera.

Pero extraño y necesito un mar determinado, no el genérico. Y menos los específicos que suenan cuando se dice "vamos al mar, a la playa, a la costa...", y cosas así.

Hoy es el aniversario de bodas de Élida y Mingo. Fue en 1954 y, como se estilaba entonces, la luna de miel fue en Mar del Plata, uno de los destinos preferidos en el país por entonces. Y más en verano. 

Encontré esta foto de esos días buscando recuerdos de Élida en los archivos.

A Mingo le gustaba el mar y era muy buen nadador. Creo, por lo que sé, que prefería las playas uruguayas, más desiertas. Pero todo el mar le gustaba, hasta Mar del Plata.

Élida, en cambio, prefería Mar del Plata a cualquier otro balneario. Tengo anécdotas graciosas de cómo se mostraba esa preferencia inclaudicable. Otro día.

Lo cierto es que todo le gustaba de ese lugar. Y tenía sus rutinas estrictas y sus rituales. La misa de la mañana en Stella Maris o en Lourdes; si no había ido a la mañana, la misa de la tarde en la Catedral, paseos por las calles San Martín o Güemes, paseos por Los Troncos, café. Y Casino, claro, siempre. Llevaba una cantidad para cada día de estadía y la aplicaba con disciplina completa. Si ganaba, volvía a la casa con una caja de alfajores Havanna. Y solía ganar. No: no era ludópata. Le gustaba ir al Casino, sólo eso.

¿La playa? Sí, cierto, la playa, claro: porque es un balneario, es verdad. No, a la playa no le tenía ninguna devoción. Le importaba poco e iba poco y tarde. Y se volvía temprano. Sin la liturgia playera y los rituales costeños.

Muchas de esas historias las conozco de oídas, casi todas. Casi nunca la acompañé a Mar del Plata, creo que a lo sumo dos o tres veces en decenas de años. Amaba a mi madre, no necesariamente todos sus gustos o preferencias. Aunque casi todos, diría, menos uno. Este mismo.

Pasa que a mí Mar del Plata no me gusta. Exactamente lo opuesto a Élida: nada de Mar del Plata me gusta. Y tal vez se me ofenderán algunos marplatenses, amables lectores. Pero no tengo remedio para eso. Para la ofensa de los amables lectores, quiero decir. Lo otro no tiene por qué remediarse.

Élida siempre fue feliz en Mar del Plata. No sólo porque ella era básicamente una mujer feliz y feliz casi en cualquier parte. 

Pero es verdad: recorro todo lo que conozco y sé de Mar del Plata (¿sabía Ud. que su servidor en sus épocas de joven plumífero hizo con sus manos una revista completa con la historia y la vida de la ciudad viviendo una semana en el Provincial que lo contrató? ¿Sabía que los hijos de su servidor tienen en sus venas sangre de algunos fundadores de la ciudad de la Costa Galana?) y no encuentro la razón de la preferencia de Élida por Mar del Plata.

Y al revés: recorro con la vista y la memoria y el corazón todo lo que sé y conozco de Mar del Plata y no encuentro nada que contradiga mi opinión y mi afecto nulo por la ciudad.

Élida tenía un inmenso y hondo recuerdo feliz de Mar del Plata: el amor por Mingo, con quien pasó su luna de miel en la ciudad, a la que fue por primera vez en esa ocasión. Y estoy seguro de que ese amor –a sus ojos, en su corazón– inundó Mar del Plata de amor a Mar del Plata por amor a Mingo.

No creo que haya una explicación mejor. No encuentro ninguna otra.



Regalo de bodas


Resurrección
De qué abismos de almas he surgido
incesante memoria de distancias,
un pasado que muerde mi presencia,
un viento arrebolado de presagios.

Interrogo al dolor que me despierta
con una azul profundidad de aire:
se asoman a mi ser todos los seres
que viven en mi sangre.

Los seres apagados que estremecen
los bordes impalpables de los sueños,
ahondados en la selva del destino,
esparcidos como hojas en el viento.

Por la senda de pájaros marchitos
en una verde atmósfera de fábula,
avanzan las ideas y las voces
y un tumulto en penumbra de palabras.

Una lluvia de angustias y pupilas
sobre el agua veloz del pensamiento,
un despertar borroso de paisajes
en una bruma absorta de recuerdos.

Bosques lejanos bajan a la orilla
junto al latir de sollozantes aguas,
siento en mi sangre este rumor antiguo
como si un mundo dentro mí habitara.

Voces remotas se oyen en el aire
–osario de palabras y de imágenes–
con la aparente muerte de los sueños
y el rumor de las plumas y los ángeles.

Y volverá otra vez toda esta vida
a llenarse de pájaros y ramas,
y volverá una soledad de rosas
a coronar la dinastía del alma.

Hoy mismo encontré un libro que fue de Mingo, mi padre. Sabía que lo había herededado con sus papeles, pero creía que en la montonera de libros y cosas se había perdido.

Y no: aquí lo encontré.

Es Advenimiento, libro de poemas de Luis de Paola, publicado en 1937. El poema que dejo está allí.

Es claro que Mingo apreciaba la obra (y al autor, buen poeta): lo hizo encuadernar y le grabó su ex libris.

Hoy, ni más ni menos, es el aniversario de la boda de Élida y Mingo: 69 años de casados.

Por eso mismo, como los hobbits, tal vez, Mingo regala el día de sus fiestas.

Y a mí me regaló el hallazgo de este libro perdido.



lunes, 6 de febrero de 2023

Gonzalo



Élida, mi madre, no conoció a Gonzalo Rodríguez, el Dr. Gonzalo Rodríguez.

Él sí la trató a ella. Y trató quiere decir ambas cosas. En su internación, por cierto, en sus últimos días. Pero el trato llegó muchísimo más lejos: porque la trató con inmenso cariño, con increíble cariño.

Increíble, sí. Hasta que uno conoce a la persona. Y ve brotar esa afabilidad serena espontáneamente. Y mide su presencia y su dedicación en días que para él tienen 72 horas, todos los días. Junto a la cama de una persona en sopor del que no habrá de despertar: es decir: todo por nada. Porque en términos de este mundo, Élida jamás le agradecerá los servicios prestados. En este mundo, claro.

A veces, la caridad suena con trompetas demasiado solemnes o ampulosas. A veces, es un gesto algo teatral. Es raro asociar la caridad a una terapia intensiva, a sondas y tubos y sueros y fluídos corporales y tomografías o rayos X, a saturaciones de oxígeno o medidas de sodio o de potasio. Sí conocemos la dedicación y la aplicación abnegadas de médicos y enfermeras y es encomiable.

Pero, dedicación y caridad no son la misma cosa. Y cuando vemos en acto la caridad nos damos cuenta de que hasta la mayor dedicación y hasta el trato más afectuoso y paciente, se opacan. No me pregunten cómo advertimos la diferencia. Tal vez, muy probablemente, la fe dirime qué es qué. De modo que, siendo así, todo transcurre en el ámbito del don, de lo dado, de lo donado, de la Gracia.

La caridad no brilla más. Al contrario. Pero sí ilumina más, ciertamente. Es alegría, luz y calor.

Élida no debió haber ingresado a esa clínica. Lo hizo porque en su lugar natural no había cama en terapia intensiva. Las dos primeras cosas que encontró allí, en el sitio casual, fueron: un sacerdote (que fue llamado por la familia de otro paciente que no aceptó sus servicios), y a Gonzalo. El sacerdote (amigo del médico) le dio la extremaunción allí mismo. El médico, los extremos cuidados que la acompañaron hasta el fin. Y la caridad. Otra vez: todo en clave de Don.

Gonzalo escribió ese libro que se ve arriba (y que regaló a cada integrante de la familia que allí estábamos). Son historias, existenciales, experiencias de cómo la fe se presenta en clínicas y hospitales. Es un libro recomendable. Y los libros también son recomendables cuando hacen bien. 

Y es muy recomendable profesionalmente este médico cordobés de 38 años. Pero es recomendable profesionalmente porque sabe bastante más que anatomía, fisiología, farmacología o química.

Pero más recomendable es la persona, Gonzalo Rodríguez.

Y más aún: es un cristiano recomendable.

Si se lo cruzan, si Dios lo pone en sus caminos y se lo cruzan, sepan que han sido beneficiados con un gran Don.



sábado, 4 de febrero de 2023

Élida





Una madre puede ser excepcional de muchos modos.

El modo de ser excepcional de mi madre –como le pasa a muchos– era un modo único.

De principio a fin.

Murió en los primeros minutos de este Primer Sábado de mes, dedicado a la Virgen, uno de sus amores.

Y en el 69° aniversario de su casamiento con otro de sus amores, Mingo.

Dios ha hecho con ella una vida admirable que cualquier hijo agradecería haber recibido como regalo.

Y yo lo agradezco.

No pueden imaginarse cuánto.





Élida Antonia De Cunto

Chacabuco, 13 de junio de 1929 - Córdoba, 4 de febrero de 2023



viernes, 3 de febrero de 2023

A mi lado


Ahora me doy cuenta de que nunca lo había pensado antes. Lo habré vivido, lo habré sentido, habré tomado nota interior. Pero creo que nunca lo pensé realmente: nunca miré la cuestión reflexivamente, contemplándola y viviéndola a la vez.

En estos últimos tiempos, y recién ahora, me di cuenta de lo raro que es tener alguien al lado que sea pura donación, que sea puro desinterés propio y todo interés del otro. No que no tenga sus propias opiniones y juicios, no que no tenga su propia voluntad y deseos y propósitos. No que no sea una persona completa y autónoma, no que no tenga una vida propia. Pero en relación con los demás, puesta a puramente servir, ayudar, acompañar, es muy difícil hallar a la persona que no quiera llevarnos consigo, y en cambio esté enteramente dispuesta a venir con uno; muy difícil hallar a quien no piensa sino en el bien del otro.

Haber advertido eso en una persona determinada es lo que me llevó a esas reflexiones. Y a una añadidura: la alegría que da verlo y sentirlo como beneficiario de semejante donación. Y a una comprobación, como corolario: es raro. Raro en el sentido de tan infrecuente. Repasa uno su ya más bien larga vida y tiene que rebuscar y rebuscar para encontrar alguien así. Y entonces, al vivirlo, se siente hasta un poco de vergüenza por ser –y alguna rara vez haber sido–objeto de esa disponibilidad, de esa libertad generosa y completamente desinteresada. 

Sí, alegría y vergüenza a la vez: porque el tamaño del desinterés de esa persona parece que nos empequeñece, paradójicamente. Somos el exclusivo centro de sus acciones desinteresadas y eso debería hacernos sentir exclusivos e importantes. Y, sin embargo, el efecto que eso tiene –hay que empeñar un mínimo grado de honestidad, claro– nos da nuestra medida: no somos tan importantes, esa donación no parece justificada.

Diría que se llama Amor y lo diría con mayúsculas porque es como una participación genuina del Amor con el que Dios nos ama, de la misma forma desproporcionada con lo que entendemos ser en última instancia, si somos honestos.

Cuando alguien así aparece a nuestro lado y en nuestra vida –y no podemos sino advertirlo–, algo excepcional y hasta diría mágico acaba de ocurrir. 

Algo excepcional y mágico que nos lleva, al mismo tiempo, a la celebración y al silencio. 



jueves, 2 de febrero de 2023

No le des prisa, dolor


No le des prisa, dolor,
a mi tormento creçido,
que a las vezes el olvido
es un conçierto d'amor.

Que do más la pena hiere
allí está el querer callado.
y lo más disimulado
aquello es lo que se quiere;
aunque'es el daño mayor
del huego no conosçido
a las vezes el olvido
es un conçierto d'amor.

Juan Álvarez Gato



miércoles, 1 de febrero de 2023

Hipócrita


Para cualquiera, hipócrita no es precisamente el nombre de un elogio o de una virtud. Tiene que estar muy retorcido el corazón de quien crea que lo es.

Hasta que llegamos con la historia a los orígenes de la tragedia y de la actuación en Grecia, donde se genera el término y su familia.

Para ellos, el ὑποκριτής (hypocrités) es simplemente un actor y uno en condiciones muy especiales, que fueron delineándose con el tiempo y con el desarrollo del arte de la narración primero y de la interpretación después, particularmente en un diálogo, real con otro o figurado consigo mismo. Algo similar ocurre con el término hypócrisis, palabra con la que se llamaba derechamente a la representación y al arte del actor.

Tal vez, el fingimiento y la representación actoral –propios de la actuación representando a quien no se es– sea el lazo que ha unido los dos sentidos de la hipocresía: el clásico griego y el posterior.

Uno no estaba gravado en absoluto con pena alguna, ni moral ni social, y más bien al contrario; en el caso de la Grecia que vio crecer la tragedia de Tespis a Eurípides, el hipocrités era grandemente respetado y celebrado por su arte.

Ahora bien.

Más tarde, la hipocresía –fuera de la escena ya– recibió junto con la nueva significación la mancha que conserva hasta hoy. Y con toda razón.

La presencia del término en las Escrituras –particularmente en el Nuevo Testamento y en palabras de Jesús y de los Apóstoles, y ya sin la carga benevolente de la tragedia– hizo mucho por asociar la hipocresía a una fe, una caridad o una piedad fingidas o al doblez del corazón: aparecer una persona como piadosa y devota y enmascarar u ocultar de ese modo y a la vez honduras no tan pulcras y puras como las que finge a los ojos de casi todos. Y digo casi porque, por cierto, a Dios no se lo engaña jamás. Pero también porque no se puede engañar a todos en todo todo el tiempo: siempre hay alguien que ve, siempre alguien sabe.

Es comprensible: la hipocresía en el ámbito religioso es la hipocresía mayor. Porque no hay nada más alto que Dios y que las cosas de Dios.

Y es verdad, también: toda persona hipócrita se ve obligada a actuar y a representar ante otros un papel que no se corresponde con lo que es y con cómo es en realidad en las honduras de su corazón. 

Pero pretender tomar a Dios por tonto y creer que se tragará la actuación es bastante más peligroso que ser ingenuo o necio. Y uno de los peligros es que, quien finge –y de tanto fingir–, se crea su propio fingimiento como verdadero. Y hasta le pelee a Dios mismo la verdad de su mentira.

Creo realmente que Dios prefiere a un pecador honesto, porque está más cerca de poder arrepentirse verdaderamente, que quien es hipócrita.

Claro que, en realidad, no estoy diciendo nada inédito: más bien lo sabe todo el mundo o casi. 

Pero no por eso es baldío recordarlo, aun para alguien que esté leyendo estas líneas, dicho esto con todo respeto, claro.