Le tengo miedo al coraje
que me da la borrachera;
miedo a que nadie me ataje
o a que me ataje cualquiera.
Estoy que la digo y la repito.
Es una maravilla.
Y pienso (no se puede no...)
¿Qué cosas son una borrachera?
De veras hay cantidad de asuntos y cosas que son una borrachera. ¿Y el coraje? Anche: cantidad de cosas que son coraje de borrachera, según y conforme se entienda borrachera...
Borrachos de miles de cosas podemos estar. Y que cada una de esas borracheras nos empuje desde adentro a quién sabe qué, a qué corajes.
Y que pase, en ese coraje de borrachera, que nadie nos ataje. Que no haya cómo ni quién, salvo uno mismo y mal, porque está borracho. Y así, borrachos, que nos despeñemos. Tal vez hasta lo hondo. Aunque creamos que vamos en la dirección opuesta. Porque hay borracheras de lo alto, claro. Y no son infrecuentes. Y si nadie ataja el coraje que da esa borrachera, más temprano que tarde llega la locura. La que Chesterton decía: no perder la capacidad de razonar, sino la realidad. Y vivir en el mundo propio y fantasmagórico de un borracho...
¿Y si nos ataja cualquiera? Peor, diría. En todos los casos. Querer aprender de quienes no debemos o ir por caminos disparatados en cosas que nos exceden (cosas de la mente o del corazón), hiere al alma. Y si no me creen, vean el tratado de la modestia de santo Tomás de Aquino, en la Suma Teológica (II-II), cuando trata la virtud de la templanza. Y cuánto y cómo no que la hiere, sí, señor...
Y así siguiendo.
Pónganse a pensar.
Le tengo miedo al coraje
que me da la borrachera;
miedo a que nadie me ataje
o a que me ataje cualquiera.