viernes, 17 de diciembre de 2021

La secreta belleza de lo triste




Cuando el día es largo, muy trajinado, agridulce y casi triste sin casi, me es costumbre la música o la pintura al final del día. Largo, larguísimo rato.

Porque la belleza salvará al mundo, claro. Siquiera esta belleza terrena, imperfecta y sublime. Porque hay cosas en este mundo que parecen no tener arreglo (no digo salvación, que quién soy yo para repartir medallas...) y la belleza nos hace la ilusión de que, hasta aquellas cosas que nos entristecen, caben en la alegría, si pasan por el lienzo o las armonías.

Misterio grande es. Yo no lo sé decir. Pero hay consuelo y hasta esperanza en los trazos y en los sonidos bien acordados. A un servidor, al menos, eso le pasa.

Oí que Pieper decía que Goethe decía (cito al voleo) que lo bello no es tan operante como prometedor. Será, si ellos lo dicen. 

Pero yo soy hijo de Il Mare no del Rin. Y para los hijos de Il Mare la belleza no es un subterfugio, no es una excusa, no es un instrumento o un cartero, así, sin más, una herramienta, una paloma mensajera para mandar mensajes. Para nosotros la belleza es operante, casi ex opere. Y es prometedora a la vez, porque la belleza recorre el tiempo y el mundo desde adentro, desde las raíces y las entrañas. La belleza lleva al mundo, no solamente lo salvará, lo sostiene, lo conduce al puerto y al fin. Y nos espera al final, y eso mismo significa que lo bello es prometedor. Solamente la belleza sabe que lo que promete es más verdad que el pan y la tierra. Porque lo que ella promete es ella misma.

El caso es que quedé atónito con la belleza que es capaz de hacer Pietro Annigoni, a quien descubrí hoy paseando por los rincones donde se acumulan los consuelos de la belleza. Era capaz, murió hace unos 30 años. Mientras vivió, fue un eximio retratista que adoptó una técnica renacentista y ahondó en un realismo elegante y así se escapó de su tiempo con prestancia y acierto, diría. Vayan a ver quién es y vean lo que hizo.

Pero recorriendo su galería extensísima, noté que casi la totalidad de sus mujeres tienen un aire de tristeza. Bella tristeza y belleza melancólica y nostálgica. Mujeres distintas de todas partes, ¿todas melancólicas y tristes? ¿Es posible? ¿Son ellas? ¿Es su pincel, su paleta? No sé eso. Pero allí están para verlas. Y para ver lo que él vio. 

La secreta belleza de lo triste..., dice Jaime Dávalos en un poema bellísimo que introduce a La Nochera, bellísima zamba que compuso con Ernesto Cabeza. Lo dejo aquí también, porque cabe.

Y será como él dice. Aunque un servidor cree que no hay tristeza alguna en la belleza. Hay nostalgia de un futuro que colma toda la sed de belleza que estas migajas espléndidas en este valle apenas si logran calmar a la vez que la hacen crecer. Esa tristeza bella existe y esa belleza triste existe. 

Pero no es triste. Porque es belleza.