jueves, 30 de marzo de 2006

Ni invierno ni sábado

Pensando en las cosas de los días de la vida personal y también de los días de la historia (y en ese orden), me pasa que se me va la cabeza -y no sólo- una y otra vez a los misterios del fin.

Por otra parte, y mezclado con esto aunque no enteramente ajeno, pienso cómo le pasa a los santos que se duelen de "la multitud de sus pecados". Y basta ver un poco sus vidas para no entender a qué pecados se refieren.

Es verdad que cierta hagiografía exacerba este aspecto de un modo que hasta resulta irritante y los deja al borde de la santulonería o la hipocresía. Pero, es verdad también que no hace falta llegar a esos extremos.

Las caridades, la caridad, la justicia de las obras de esos justos, no dejan mucho lugar para el horror de sus pecados, a nuestros ojos, que no son los ojos de Dios precisamente. Y entonces parece claro que no son sus pecados en sí, que a todas luces no son nuestros crímenes, sino la percepción que ellos tienen de sus pecados lo que los mueve a dolor, por veniales que sean según el código. Cosa que es difícil que nos pase a los pecadores rasos.

* * *

Me pasa entonces, como decía, que en estos días se me viene a la cabeza el último gran discurso de Jesús, especialmente en la versión que hay en el evangelio de san Mateo, capítulo 24 y en las parábolas del capítulo 25.

Y por supuesto que todo allí está lleno de misterios y más todavía en relación con el fin final (no sólo el fin histórico, sino el propio, el mío.)

Pero, me pasa también que de los dos capítulos me quedé mirando el pasaje en el que Jesús dice
Por tanto, cuando viereis que la abominación de la desolación, que fue dicha por el profeta Daniel, está en el lugar santo, el que lee entienda. Entonces los que estén en la Judea, huyan a los montes. Y el que en el tejado, no descienda a tomar alguna cosa de su casa. Y el que en el campo, no vuelva a tomar su túnica. ¡Mas ay de las preñadas y de las que crían en aquellos días! Rogad, pues, que vuestra huida no suceda en invierno o en sábado. Porque habrá entonces grande tribulación, cual no fue desde el principio del mundo hasta ahora ni será. Y si no fuesen abreviados aquellos días, ninguna carne sería salva; mas por los escogidos aquellos días serían abreviados.
Claro que hay mucho para contemplar en los textos patrísticos que trae la Catena Aurea, comentando este pasaje, y que de allí copio ahora. Especialmente algunos comentarios, como los de san Hilario, san Agustín u Orígenes.

Y aún dentro de este pasaje, me detengo -diría que involuntariamente- en dos asuntos que allí se dicen.

Uno está cifrado en la cuestión de que 'nuestra huida' no ocurra en invierno o en sábado.

El otro, la cuestión de que se abreviarán los días de la tribulación, por los escogidos, porque de no ser así ninguna carne -es decir, nadie- se salvaría.

Nos gusta pensar, habitualmente, que somos parte del 'pequeño resto' y que -por ejemplo, llegando a este punto- nuestra perseverancia final está como asegurada, porque en razón del 'pequeño resto' se abreviarán las terribles tribulaciones, para que 'nos' salvemos.

Y este punto merece un comentario, creo, que no voy a hacer ahora.

Por otra parte, está el invierno y el sábado y lo que viene con esta expresión. Por supuesto que esto supone todo el pasaje respecto de los que están en Judea y deben huir a los montes y los que están en el techo que no deben bajar (oscura palabra, pues tomado literalmente, ¿cómo habrán de huir?) y el que está en el campo y no ha de volver y hasta las preñadas, de las que se duele.
Rogad, pues, que vuestra huida no suceda en invierno o en sábado.
Los textos del san Hilario, de san Agustín y Orígenes -insisto- hablan de un modo tan fuerte sobre esto que me imponen hacer un alto aquí.