viernes, 10 de marzo de 2006

Mocito de bombín













Lentamente, y al fin de la jornada
cumplida y fatigada de ocio impuro
-presente, sin pasado ni futuro-,
subió la calle y se perdió en la nada
de la niebla que besa el adoquín.
Entró por la ventana a la taberna,
una pierna primero y otra pierna
después, y ya, quitándose el bombín,
caballerosamente pidió un vino.
Lo admira la muchacha imaginando
su dicha -y su desdicha- junto al hombre;
y le niega la risa y hasta el nombre.
Pero el mozo, sin que ella sepa cuándo,
se la llevó en la grupa a su destino.