domingo, 19 de marzo de 2006

Loco y débil

Los judíos exigen señales milagrosas y los paganos piden sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos; en cambio, para los llamados, sean judíos o paganos, Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres.

Entiendo que san Pablo era buen orador, y que llegó a ser un retórico con experiencia. Sus discursos y cartas prueban que mudo no era. Entiendo entonces que usa aquí una figura: la locura de Dios, la debilidad de Dios. Entiendo que esto es una forma de contrastar locura-sabiduría y debilidad fuerza, usando a la vez el recurso de que lo inferior de lo superior es lo superior de lo inferior. Bien.

Pero Dios resulta aquí loco y débil. Mientras dice que Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios. Uno podría decir incluso que estas figuras son paralelas a aquellas palabras del propio Cristo hablando de sí y de sus seguidores: si esto hacen con la leña verde, qué no harán con la leña seca. Donde Él resulta verde y nosotros secos. El mismo estilo de oposiciones y contrastes docentes.

Pero igual Dios resulta allí loco y débil. Será una figura, será un contraste paradojal, una ironía, un recurso retórico. Sí. Pero creo que no solamente es un recurso para mostrar la sabiduría y la fuerza. Creo que es verdad. Y esto no es tampoco un mero recurso...

Dios es loco y débil. Así se nos aparece, porque así se apareció ante los apóstoles y quienes lo seguían. Así se apareció a Pilatos. O a Herodes. Todos ellos vieron locura y debilidad, donde no podían ver fuerza y sabiduría.

Dios es loco y débil. Y tal vez una prueba escandalosa de su locura y de su debilidad son sus elegidos. Y entre todos ellos, oscuramente refulgente, uno: José, el padre adoptivo de Jesús.

Ni la fuerza de los reyes, ni las peripecias de los jueces, ni David, ni Salomón, ni las aventuras y peripecias de su homónimo, ni Jacob, ni los legisladores, ni los patriarcas ni los profetas, ni la tragedia de Abraham, ni el drama de Abel. Noé, Enoc, Elías. Nada. Nada de eso.

José.

Por supuesto que se podría hacer un discurso acerca de los 'medios pobres' que Dios prefiere, sobre las paradojas de su sabiduría y de su fuerza. Pero no dejan de ser frases, verdaderas en cierto sentido profundo, conducentes, sí, pero...

José.

San Juan -precisamente uno de los que mejor y más vio a través de la locura y de la debilidad-, dice hoy, tras el relato de un rapto de 'locura':
Mientras estuvo en Jerusalén para las fiestas de la Pascua, muchos creyeron en él, al ver los prodigios que hacía. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que nadie le descubriera lo que es el hombre, porque él sabía lo que hay en el hombre.

Y esto mismo podría aplicarse a la elección de san José.