martes, 10 de marzo de 2020

Nacionalismo viral



Hay tantos modos y vías para hablar de esta peste.

Pero hay dos que importan más que los demás, aunque uno de los dos importa menos que el otro.

El primero, va por el camino de los hechos, puros y duros. Qué es, de dónde proviene, por qué existe, qué produce, qué consecuencias tiene.

Allí, las respuestas son de una asepsia que espanta. Debería ser así. Con exacta y totalmente todas las respuestas a cada pregunta. Sin subterfugios, sin disimulos o correcciones políticas. Y con todas las hebras de cada respuesta: desde la biología, hasta la política, la economía y la cultura.

Hay en ese camino el subproducto de una parva de especulaciones, hay recuas de comentarios y de interpretaciones. Pamplinas.

Nada más que lo puro y duro es lo que hay que contestar. Y nada más.

Es improbable. No imposible. Sólo es improbable que obtengamos la aséptica pureza de lo duro. Hasta pretenderlo suena a utopía o angelismo. Pero no es imposible.

El segundo camino importa más, así que de él diré menos. Es el del símbolo, el de los signos que la Fe nos pide escrutar en todo tiempo. Serena y agudamente.


Así las cosas y dicho lo cual, sólo me queda una breve reflexión.


Es claro que se trata de una amenaza global. Amenaza a todo y a todos. ¿Realmente? No lo sé. Amenazar, parece que amenaza. Cuánto, por el momento, importa poco. Es mucho. Es global. Así lo viven la OMS y la vecina de al lado, el fútbol y el turismo, los supermercados y las bolsas de valores.

Ahora bien.

El mundo viene tratando de ser mundial desde hace bastante. Una carrera global atropellada por la globalidad atropelladora.

Un recuento rápido de fenómenos. La producción masiva, la comunicación masiva, las guerras mundiales, las interconexiones planetarias, hasta la velocidad que reduce distancias, la ecología, los organismos internacionales. Sigan ustedes.

Pero.

Es claro también que ha habido, desde hace un siglo más o menos, amenazas globales que o han hecho parte de la globalidad o han sido las consecuencias de los esfuerzos mundialistas del mundo mundial. Todos padeceremos todo en todo.

Una caricatura patética (y perversa y pervertida) del Ut unum sint.

Sin embargo.

Y aquí me detengo.

Este bichito global ha producido un efecto curioso.

La respuesta global desesperada.

Cerrar las naciones a cal y canto. Meterse en casa. Restare in casa.

Darle la espalda a la aldea global y volverse a la propia.

¿Por buenas razones? No sé. Y más bien diría que no.

Pero.

Ahí está el asunto tal como está.

Extraña lógica desquiciada. Los males de la globalidad ¿no deberían curarse con más globalidad?

Qué remedio. Hay un sólo camino para que la expresión Ut unum sint sea viable y saludable. Para cada uno y para todos los que serán uno.

Cualquier otro está sembrado de paradojas irreductibles y patéticas.


El mismo mundo global que hasta hace media hora abría religiosamente las fronteras a las patadas para revolver un amasijo en el que la confusión hiciera de amalgama, ahora, no bien aparece un bichito global, como elefante que ha visto espantado a un ratón, se sube a su propia silla, se encierra con llave en su propia casa.

Y deja la llave adentro.

Papanatas.