martes, 30 de noviembre de 2004

"Basta de aniversarios,
basta de días..."

Son unos versitos de Castellani. Y me vienen bien, porque en el almanaque dice que hoy hace un año que escribí las primeras líneas en este lugar.

Nada de nada, entonces. Se podría hacer una entrada para decir que no voy a hacer una entrada sobre la primera entrada, al estilo del Prólogo de Cervantes. Pero no soy Cervantes y el Ingenioso Hidalgo ya está de lo más escrito y publicado.

De modo que,

"Basta de aniversarios,
basta de días..."

¿Un discursete de agradecimiento a los pacientes lectores? Nada. Ni eso.

"Ni un párrafo de gracias...", diría Primo de Rivera.

El amable y paciente lector no querrá discursetes de "gracias" ni conmemoraciones. Tal vez -no digo que seguro sea así-, algunos quieran que afine la puntería aquí y otros por allá. Que diga esto o que ya no repita aquello. O que no afine nada y calle de una vez. Pero el paciente y amable lector seguro que no quiere ni retribuciones ni actos conmemorativos. ¿A qué darle entonces?

El paciente y amable lector quiere, de eso sí estoy seguro, que si voy a decir algo diga lo que estoy diciendo porque me parece que hay que decirlo y que lo que diga sea lo que tengo para decir. Y querrá que calle lo que no digo, en iguales circunstancias, por las mismas razones.

Porque estoy seguro de que, casi sin pensarlo, el lector sagaz sabe que no quiere un Frankenstein armado de pedacitos de inteligencias y voluntades ajenas. No, señores, el amable lector busca hacer todos los esfuerzos que están a su alcance para no ser un adulón o un atrabiliario y para portarse como Dios manda.

¿Cómo querría el lector buscarse un espejo de sí mismo? ¿Para qué querría eso? No, el lector no es un Narciso de ninguna especie, ni un tragaldabas que come por comer. Se contenta más con lo que haya en el plato y con su fundado paladar para dictaminar si le place -hasta donde sepa y pueda- el banquete o si le sobra sal o si le resulta insípido. Y con probar presas que no sabía o saltearse las que sí o regustarlas. Y hasta con irse de buenas a primeras a buscar posada a donde le venga mejor el yantar.

No existe otra suerte de lector, estoy seguro. ¿Y quién querría otra clase de lector? ¿Para qué querría alguien un lector que no tuviera el coraje viril de hacer lo que le parece que tiene que hacer? No me gustaría a mí ser otra clase de lector que éste que digo.

El lector sabe de sobra que no está allí leyéndose sus cosas para hacer número.

Así que, mire: Diga usted, amable lector, lo que le parezca que está bien decir y calle lo que le dicte la prudencia. Y espere con serenidad que otro tanto habrá de hacer un servidor, mientras le dé el caletre.

Y ya que no estamos diciendo ni feliz aniversario ni muy gentil de su parte, sigo de camino. Que hacia allí voy.