miércoles, 1 de junio de 2022

Romance de un crespín


En un aromo vivía
un crespín que he conocido
cantando, de tarde en tarde,
su canto que, junto al río,
le daba tibieza al agua
y al agua le daba un ritmo
melancólico y marrón,
y como el río, cansino.
Y parecía feliz
en su monte y su dominio,
saboreando madrugadas
que oteaba, cuando hace frío,
desde la rama más alta
del aromo entumecido.
¿Quién sabe qué cosa haría
que gorjeara como aviso
quizá la lluvia viniendo, 
quizás el viento o alivios
de un resplandor como fuego
atronando sus sentidos?
El crespón de su cabeza,  
color pardo y blanquecino,
huesos pocos, patas flacas,
pocas plumas, cuerpo chico,
mirada vivaz y alerta:
prendas eran de su estilo
de vestir, sin mucho adorno,
de andar apenas vestido.
Como no podía amar,
nunca se armaba su nido.
Y si había que empollar
los huevos que eran sus hijos,
al nido de otro los daba
y jamás criaba él mismo.
Pero era lindo su canto,
con gracia: cantaba lindo:
era como esa tristeza
que a algunos les da el domingo, 
que podría ser nostalgia
de un tiempo que no ha venido.
Tal vez no fuera una pena
lo que decía su trino.
Tal vez era soledad,
tal vez no tener destino
o ni siquiera tener
el amor que dan los críos.
Tal vez el crespín fingía
un dolor que no ha sabido.
Tal vez, en noches sin luna,
cuando todo oscurecido
cubre el monte, apaga el llano
y confunde los caminos,
el crespín canta una copla
con otro canto distinto,
y sueña que no está solo
y que hay un nido tranquilo
en el que duerme su sueño
sin que nadie lo haya visto.
Pero, cuando sale el sol,
vuelve a su trova y herido
sangra cantando y sufriendo,
para que oigan sus vecinos
cómo el hondo corazón,
como si fuera un castillo,
encierra melancolías
que se tejen con los hilos
de quién sabe qué telar,
como si fueran los signos
con los que llama en silencio
a quien pueda darle abrigo.
No seré yo, que hace un tiempo
dejé aquel monte y habito
entre arrayanes y robles,
cerca de un bosque de pinos,
donde he visto que hay un pájaro,
que no me era conocido,
de canto alegre que canta
nomás un canto festivo,
cada mañana y su tarde
y en noches sin laberintos.
Recuerdo sí del crespín
la tristeza que le he oído.
Algo de ella habrá dejado
para que venga conmigo.