domingo, 4 de noviembre de 2018

¿Cualquier cosa? (VII): la metáfora (II)


¿Por qué la metáfora puede ser la reina de la poesía?

El mecanismo de la metáfora supone una doble visión. Quien tiene la imagen interior y el concepto de aquello a lo que habrá de referirse, ve a su vez el aspecto en el cual eso visto coincide de alguna manera con otra cosa distinta de ello. Y no ve solamente dos objetos distintos. Ve sus relaciones y atributos similares, proporcionados. Esto es aquello, como aquello es a esto otro. Y tales atributos y relaciones son a una cosa, como lo son a la otra cosa vista los otros atributos y relaciones que le corresponden.

Esto puede darse fuera de la poesía, es verdad. La diferencia es que el poeta ve de este modo habitualmente. Todo el tiempo. Diría que es su primera mirada como intuitiva. Y hasta diría que es su modo preferido de mirar. Y entiendo que, siendo así, de algún modo los elementos de la metáfora son anteriores a la ejecución de la obra poética.

Su asunto siempre se ve siempre amplificado, en una mirada que traspasa aquellos círculos de los que hablé más atrás.

Pero hay que decir que una condición de posibilidad de esto mismo es la cualidad simbólica de las cosas. Ellas mismas tienen en su naturaleza una doble representación. El mar es el mar pero no es solamente el mar. Es también la inmensidad. Una cima es a su vez la altura y la elevación; una sima, la profundidad y la hondura. La primavera es por naturaleza el renacer de la vida tras la muerte del invierno. La noche puede ser la oscuridad del mundo. Pero también la del alma.

Esas trasposiciones son connaturales a la mirada del artífice. Casi diría que su virtud es ver de tal modo las cosas en sí mismas, hasta ver cuándo ya no son ellas mismas sino el signo de algo más, habitualmente más hondo o más alto que ellas. En ese territorio crecen las metáforas. Y la poesía.

Hay un camino artificioso y caprichoso para componer una metáfora. Tratar de asimilar cualquier cosa a cualquier otra cosa, tengan resonancia una en otra o no, y preferentemente no. Puede ser una forma de obtener patente de profundidad o de originalidad mal entendida. Pero, de ser así, no es una metáfora en sentido recto. Es una excentricidad. Y por lo mismo no vale la pena ocuparse de ello ahora. Casi lo mismo diría respecto de las modalidades tales como el libre fluir de la conciencia, como se la conoce preceptivamente, o de las percepciones, emociones y sensaciones, atropellando hacia afuera las palabras en un caos que pretende representar la auténtica actividad de la sensibilidad y del espíritu.

La poesía de mayor calidad tiene en la metáfora la piedra de toque, mucho más que en cualquier otro recurso. Siguen a continuación la riqueza de las imágenes y recién después el dominio material del verso, aunque esto mismo no es ajeno de ningún modo a la virtud lírica del poeta. Y es claro que no es reversible: tener dominio del verso, como ya dije, no es necesariamente signo de que ese verso sea poesía.

Supongamos que se acierta con el verso en metro, ritmo y rima. Pero es más difícil acertar con imágenes. Y mucho más con la metáfora.

Para la medida y la rima, como ya se ha dicho, hay que tener cierto patrón acústico. No ocurre lo mismo con las imágenes y con las metáforas. Hay allí un complejo tramado de visión intuitiva y de imaginación que no se obtiene simplemente educando el oído o en una mímesis puramente exterior de ejemplos prestigiosos. También ocurre que el poeta ve la sugestión que una rima provoca, como ya dije más atrás. Es verdad. La búsqueda o el hallazgo de una rima dispara sentidos y relaciones de sentidos con los que habrá de vérselas el artífice. Y nunca estará seguro de si su impulso poético inicial no está en realidad detrás de esos hallazgos, como en realidad pareciera ser.

Esto dicho, lo que quiere decirse en definitiva es que la capacidad para la metáfora y aun para la imagen no es imitable. Podrá hacerse el mimo de una cierta dicción y tener cierto arte para ello. Pero eso no garantiza de ningún modo que lo que pudo hacerse en broma, con una dependencia servil de lo imitado, pueda hacerse en serio, libremente, no ya con la voz prestada sino con la propia voz. Si acaso se puede acertar con la imitación de la forma de hablar, moverse y mirar de un eximio gobernante, eso no quiere decir que se pueda gobernar por ello con la pericia de un eximio gobernante.