jueves, 27 de septiembre de 2018

Wast


A poco de nacer un servidor, la familia se instaló un año en el norte de Córdoba. Durante los siguientes casi 20 años, los veranos en parte se llamaron Córdoba. Y las sierras.

Para cuando en mi adolescencia leí Desierto de piedra y Flor de Durazno, ya sabía qué color y qué sabor tenían aquellos paisajes. Y eso fue de algún modo lo que hizo que guardara de esas novelas un recuerdo duradero. Todo ocurría en una patria chica que había sido mía, una Arcadia -diría Evelyn Waugh- en la que también yo había vivido.

En aquellos años fui lector esporádico de Hugo Wast. Había tanto para leer que dedicarse a un solo autor no parecía razonable. Y nunca lo es, diría. Lo cierto es que -cosa mía- siempre consideré a Wast un autor de libros para leer. No para hablar de ellos, y, de hecho, nunca había hablado de él.

Hasta que un día, hace unos pocos años, me invitaron a un homenaje que organizaron en el pueblo, por el aniversario de la muerte del escritor cordobés.

Y allí fui con estas páginas que dejo aquí ahora.


Hugo Wast: el Arte y la Fe.