viernes, 3 de enero de 2014

Daniélou: Jericó y el fin del mundo

Si en el tema del paso del Mar Rojo nos dio Orígenes una tipología sacramental, el derrumbe de Jericó le va a brindar magnífica ocasión de elaborar una interpretación escatológica. El tema ya la tradición anterior lo insinuaba; pero quien la desenvolvió en toda su amplitud fue Orígenes. Jericó es el mundo. Orígenes lo explica así en su Homilía VI. "Jericó ha sido sitiada, tiene que caer. Con frecuencia aparece Jericó en las Escrituras tomado en sentido figurado. Así es; lo que el Evangelio dice del hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones es, qué duda cabe, figura de Adán, que, desterrado del paraíso, anda errando por el mundo. Lo mismo que los ciegos de Jericó, a los cuales se dirigió Cristo para devolverles la vista, que figuraban a los que en este mundo son ciegos por la ignorancia, para los cuales el Hijo de Dios ha venido a este mundo. Así, pues, este Jericó, vale decir el mundo, tiene que caer. Esa es la verdad que los Libros Sagrados con frecuencia nos recuerdan, el fin del mundo" (VI, 4; 855D-856A). De nuevo se hace eco Orígenes de la tradición. La interpretación que nos da de la parábola del Samaritano, él mismo en otro lugar nos dice que la recogió de labios de los presbíteros. "Uno de los ancianos, queriendo interpretar las parábolas, decía que el hombre que bajaba era Adán; Jerusalén, el paraíso; Jericó, el mundo; los ladrones, las potencias enemigas; el sacerdote, la Ley; el levita, los Profetas; el Samaritano, Cristo; las heridas, la desobediencia; la bestia de carga, el Cuerpo de Cristo; el mesón que hospeda a cuantos en él quieren entrar, la Iglesia; la promesa de volver el Samaritano, la segunda venida de Cristo" (Ho. Luc., XXXIV). De esta antigüedad es buena prueba hallar dicha interpretación en san Ireneo (Adv. Haer., III, 17, 3). No podemos menos de preguntarnos ¿esta interpretación no se remontará a la generación de los Apóstoles, o tal vez no será simple eco de la enseñanza de Cristo? Porque es bueno no olvidar que el Evangelio nos da de la parábola de la cizaña una interpretación muy parecida a ésta, y que, como ya lo notó Orígenes, la "interpretación que Jesucristo dio de la mayor parte de las parábolas no nos las han transmitido los evangelistas" (Comm. Mth., XIV, 12). Desde luego estamos en presencia de una interpretación sumamente antigua (1).

El libro de Josué nos narra por menudo la ruina de Jericó, es decir la consumación del mundo. Orígenes nos la va a interpretar en una página singularmente preciosa, porque nos ofrece la perspectiva tipológica desde una triple dimensión, cristológica, mística y escatológica, de modo que los puntos esenciales del sentido figurativo los vamos a contemplar agrupados y jerarquizados. Y esto es tanto más de apreciar, cuanto que en la ocasión vamos a hallar el camino desembarazado de lo que en Orígenes con frecuencia cierra el paso al sentido espiritual con alegorías filonianas, y al sentido escatológico con anagogías gnósticas. Aquí, como en tantas ocasiones, Orígenes recogerá simplemente el eco de tres formas tradicionales y legítimas de tipología, ahora agrupados en sucesión normal, como tres momentos sucesivos del desenvolvimiento de la tipología de Cristo en su realidad histórica, en su Cuerpo místico y en su Parusía final. Es ni más ni menos que el triple adviento, de que nos habla san Agustín : el de la carne, el de las almas, el de la gloria. Esta es la verdadera estructura, la idea exacta de los sentidos de la Escritura, la norma con la cual hemos de comparar todos los demás elementos para probar su valor. También es indispensable no echar en olvido que el Antiguo Testamento no sólo prefigura el Nuevo en su conjunto, sino que a su vez, la venida de Cristo en carne y en su Iglesia prefigura la Parusía final. Es esta una idea muy cara a Orígenes (De Princ., IV, 3, 13; Comm. Cant., III, P. G., XIII, 152-154), y cuyo tema central es el texto de Jeremías: "El Ungido de Yavé era nuestro aliento; a su sombra viviremos entre las naciones" (Jer. Lam., IV, 20).

Pero vengamos ya al texto mismo: "Jericó se desploma al sonido de las trompetas sacerdotales. Es bien sabido, lo hemos dicho más arriba, que Jericó es figura del mundo presente, cuyas fortalezas y murallas vemos por el suelo, a causa de las trompetas de los sacerdotes. La fuerza y las defensas sobre las que, como sobre murallas, se asentaba este mundo era el culto de los ídolos, organizado por los demonios, aprovechándose del arte mentiroso de los oráculos, servido por augures y magos, que a modo de fuertes murallas, rodean el mundo. Pero venido que fue nuestro Señor Jesucristo, cuya Parusía desde muy antiguo anunciaba el hijo de Nun, envió apóstoles y sacerdotes, portadores de la majestuosa predicación y celestial doctrina, a modo de trompetas.No poco sorprendido he quedado al ver cómo la historia cuenta que no sólo tocaron las trompetas los sacerdotes, sino que también todo el pueblo, al oírlos, lanzó grandes gritos, o según otros manuscritos, exultó con extraordinaria alegría. En esta alegría veo yo una admirable condición de concordia y unanimidad; y ya sabemos que si esta condición existe entre dos o más cristianos, el Padre celestial les concede cuanto pidieren en nombre del Salvador. Pues cuando esa alegría es tal, que todo el pueblo permanece unánime y concorde, sucederá lo que se escribe en Hechos de Apóstoles, que sobrevino un gran temblor de tierra, allí donde los Apóstoles estaban unánimes con las mujeres y María, la Madre de Jesús. Pues cuando así tiemble la tierra, todo en el mundo se desplomará y destruirá, y el mundo desaparecerá. Finalmente, atiende a lo que el Señor dice para exhortar a sus soldados: "Confiad, Yo he vencido al mundo". Siguiendo a tal Capitán, el mundo está ya vencido y se han derrumbado las murallas, sobre las que se apoyaban los hombres de este mundo" (VII, 1-2; 856D-858A).

Nos encontramos en plena interpretación cristológica. La Pasión de Cristo ha derrumbado a Jericó. Estas palabras expresan simplemente la primitiva concesión de la Redención: el mundo es la idolatría del paganismo, y esta idolatría no es en el fondo sino culto de demonios, bajo cuya tiranía ha caído el humano linaje. Aquí se nos ofrece un concepto realista del pecado original. Al morir, descendió Cristo a los dominios del demonio (que creyó tenerlo asido con su poder), y con su resurrección aniquiló aquel poder para Sí y para todo el humano linaje, de quien se había hecho solidario. Hermosa perspectiva central, donde van a converger en el cristianismo primitivo, la teología de la redención, la liturgia del bautismo como rompimiento con el demonio, y la espiritualidad de la tentación. A más de esto, Orígenes asocia la ruina de Jericó con el acontecimiento que remata el misterio de la Redención, Pentecostés, cuyo temblor de tierra significa el desplome de los ídolos, prefiguración de la derrota final de la muerte (otro nombre, con que también se conoce al demonio), en la Parusía. Esto nos explica un párrafo de san Gregorio Nacianceno, en sus Discursos Teológicos. Hablando de la progresiva revelación de la Trinidad, nos pinta la revelación del Espíritu Santo como un tercer temblor de tierra: primero tembló el Sinaí, revelación del Padre; en segundo lugar tembló el Calvario, revelación del Hijo" (Disc. Theol., V, 25).

A continuación encara Orígenes la interpretación mística: "Pero estas cosas son para que cada uno de nosotros las cumpla en sí mismo. Dentro de ti mismo tienes por la fe a tu Capitán, Jesús. Si eres sacerdote, fabrícate con textos de las Escrituras trompetas retumbantes; saca de las mismas significados y enseñanzas, con que se acrediten que retumban. Toca con ellas salmos, cánticos, figuras proféticas, misterios de la Ley, doctrina de los Apóstoles. Y si tú haces resonar tales trompetas, y paseas siete veces alrededor de la ciudad el arca de la alianza, digo, si no separas los preceptos simbólicos (mystica) de la Ley, de los preceptos evangélicos; si, además, en ti das el acorde del júbilo, o sea si el pueblo de tus pensamientos y sensaciones profiere un sonido ajustado y armonioso, lanza un grito de júbilo porque el mundo se ha derrumbado en ti y destruido" (VII, 2; 858B-C).
Esta página nos da una visión del aspecto interior de la tipología. La caída del mundo de los ídolos fue fruto de la Pasión de Cristo, pero es menester que esta caída ya realizada en lo sustancial se la aplique cada uno a sí mismo. Cada uno lleva dentro de sí el Jericó de sus propios ídolos; lo que falta es que, alistados en las huestes de Jesús, por la unión de la doctrina espiritual (figurada por las trompetas sacerdotales) y de la práctica de la caridad (figurada por el clamor del pueblo) se venga abajo todo este Jericó interior. Orígenes echa aquí mano de ciertos elementos de la alegoría filoniana, verbigracia eso de los acordes y armonía (concentus), como figura de la unión interior de las potencias; pero la inspiración general es bíblica a más no poder. Es el aspecto interior del cumplimiento en Cristo de la figura de la toma de Jericó.

(1) Se la echa de ver más tarde. Véase a san Ambrosio, Exp. Luc., VII, 73; C.S.E.L., XXXII, 312.

El texto es largo. pero se lee solo. Y con gran placer. Por lo pronto por lo que dice.

O será cosa mía, que tengo por la tipología un enorme aprecio.

No diré más por ahora, porque siempre es bueno estar en el texto todo lo que se pueda.

Sí diré que los Magos de Oriente -llegando su fiesta- fueron harto benévolos conmigo.

Estaba un servidor por hacer que la Tipología bíblica, del cardenal Jean Daniélou (del capítulo cuarto del Libro V de ella viene este fragmento), tuviera una versión digital, porque parecía necesario que estuviera a mano. Y resultó que antes de empezar los trabajos, como hay que hacer desde la que red crece sin tasa ni medida, me fijé si acaso no estaría ya.

Estaba. Claro.

Y así fue que me hice rápidamente de la copia que ahora pongo a disposición, creyendo sin dudar que con eso se hace un bien, porque la obra es de gran valor y hoy por hoy esquiva. En otras ocasiones (y en otra bitácora) tuve el gusto de comentar algunos asuntos sirviéndome de varios capítulos de ella y me fue de gran aliciente y ayuda.

El título original de esta obra, que es de 1950, es mejor que el traducido: Sacramentum futuri. Études sur les origines de la typologie biblique.