martes, 2 de octubre de 2012

Esperanza del milagro

Inútilmente pido lo que pido,
inútilmente quiero lo que quiero:
no espera mi esperanza lo que espero
ni olvida mi memoria lo que olvido.

Ni pide mi esperanza lo que olvido
ni quiere mi memoria lo que espero:
inútilmente olvido lo que quiero,
inútilmente espero lo que pido.

Todo es inútil ya. Pido y espero;
pido al amor olvido, y el olvido
se entrega a la memoria prisionero.

Quiero sin esperanza, y lo que quiero
espera eternamente en lo que pido
el milagro de amor en el que muero.

Con ese título, este soneto escribió Ignacio Braulio Anzoátegui y lo publicó en 1945, con el sello de ediciones Convivio, en un libro de poemas que llamó Desventura y ventura del amor.

Y es bien raro poder hacer eso.

La tersura lírica de Garcilaso, sin amaneramientos (tersura viril la de Garcilaso) y los arabescos conceptistas a lo Quevedo, sin la rispidez algo amarga de Quevedo.

Es decir: hondura quevediana y elegancia garcilasiana.

Los lectores de versos olvidamos, o no sabemos, que el poeta tiene que tener un traje, algún vestido para sus versos. Y no a todo el mundo le queda bien la ropa. Hay algunos que se ponen cualquier cosa y les va bien. Otros, por más que se sobrevistan, con exceso que ya de por sí es cierto mal gusto, no logran caer bien.

Decir que algo es quevediano o garcilasiano es lo mismo que casi nada. Se puede imitar eso con cierta capacidad de observación y cierta disposición a la mímesis material, extrínseca.

Pero si se dice de veras que algo es garcilasiano o quevediano lo que se quiere decir es que algo de la substancia lírica de esos autores también lo logran otros que no son ellos.

Cuando un poeta sabe poemar, es verdad, no es más que sí mismo. Pero nadie es tan sí mismo que no pase que algo de lo que le es característico y propio no sea a la vez singular y universal. Y eso vale para Garcilaso y Quevedo también, por supuesto.

No es por el traje de afuera que estos versos son lo que digo. Es por las uvas y el trapiche que dieron ese mosto. Ver algo, entenderlo, intuirlo de un modo, sentirlo y vivirlo. No son las palabras de afuera, no es la sintaxis de afuera. Es la inteligencia viendo -y el corazón sintiendo- lo que está en el origen de la factura de afuera.

No es imitar en el sentido corriente. No es parecer.

Es ser.

Ser Garcilaso y ser Quevedo. Sin dejar de ser Anzoátegui.