viernes, 2 de octubre de 2009

Che farò senza Euridice

No sé cuántas versiones hay de esta aria de Orfeo y Eurídice del alemán Christoph Willibald Gluck, sobre unos versos que compuso para el libreto el poeta Rainiero de Cazalbigi, que modificó el mito original siguiendo a Ovidio, para darle al asunto final feliz.

No sólo hay decenas de versiones: las hay para toda suerte de voces y registros, varones y mujeres, tenores, contraltos, contratenores.

En mis años jóvenes me aficioné a una versión de Pavarotti, claro. Pero con el tiempo incorporé más de una docena de voces distintas, con sus más y sus menos y no porque la de Luciano no me gustara. Así, también y de paso, tuve tiempo en estos años para mirar con más atención a Orfeo.

Veamos la música.

Ahí está, para empezar por alguien, el modo como lo dice Michael Chance, por ejemplo, un contratenor.





O Andreas Scholl, más depurado dicen y más grave, aunque también él contratenor.





Pero, también y no puedo omitirla, está la fabulosa Teresa Berganza.





Y, si ya estoy aquí, entonces cómo no voy a recordar al mítico Tito Schipa. Dicen que no tenía voz. Claro. Pero le da una naturalidad al lamento de Orfeo, que al final resulta tal vez bastante más creíble que el virtuosismo de otros, o casi. Por lo menos, a mi gusto.






Pero.

Finalmente, y bastante más allá de Gluck, está el poderoso mito de Orfeo y Eurídice.

No ahora, no. No mientras viajo y ando por allí y más allá, en otros asuntos que ni a Platón, ni a Virgilio, ni a Ovidio, ni a nadie como la gente le interesarían tanto como lo que les interesó el asunto de Orfeo.

Eso vendrá otro día, si cuadra, con más tiempo. Orfeo, entretanto, sigue cantando su lamento sobre la muerte de Eurídice.

Ay, muchacho… Como si para Orfeo todo el asunto fuera la muerte de Eurídice, que no es poco, pero...

En fin, no me hagan hablar.