lunes, 15 de mayo de 2006

Damna caelestia

En el Libro IV de sus Odas, Quinto Horacio Flaco nos dejó esta Oda VII, dedicada a un no del todo reconocido Manlio Torcuato, probablemente un abogado prestigioso de la época.

Diffugere nives, redeunt iam gramina campis
arboribusque comae;
mutat terra vices, et decrescentia ripas
flumina praetereunt.
Gratia cum Nymphis geminisque sororibus audet
ducere nuda choros.
Inmortalia ne speres, monet annus et almum
quae rapit hora diem.
Frigora mitescunt Zephyris, ver proterit aestas,
interitura, simul
pomifer autumnus fruges effuderit, et mox
bruma recurrit iners.
Damna tamen celeres reparant caelestia lunae:
nos ubi decidimus
quo pius Aeneas, quo dives Tullus et Ancus,
pulvis et umbra sumus.
Quis scit an adiciant hodiernae crastina summae
tempora di superi?
Cuncta manus avidas fugient heredis, amico
quae dederis animo.
Cum semel occideris et de te splendida Minos
fecerit arbitria,
non, Torquate, genus, non te facundia, non te
restituet pietas;
infernis neque enim tenebris Diana pudicum
liberat Hippolytum,
nec Lethaea ualet Theseus abrumpere caro
uincula Pirithoo.


La oda es famosísima y destila una inmensa melancolía. Cuesta ver detrás de esta gloria pagana los arrestos de vitalismo -melancólico también- del Carpe Diem, ese tópico goce irrestricto del hoy sin mañana.

Una traducción que encontré dice más o menos lo mismo en estos términos:

Las nieves pasaron; vuelven a reverdecer los campos
y las ramas de los árboles;
la tierra muda de aspecto, y las corrientes menos caudalosas
de los ríos dejan de combatir sus riberas.
Una de las Gracias, desnuda, y en compañía de las Ninfas y sus gemelas hermanas,
se atreve a dirigir las danzas;
el año y hasta la hora que arrebata el día presente
nos aconsejan
no esperar nada duradero.
Los Céfiros templan el rigor del invierno; la primavera cede a los rayos del estío,
que ha de fenecer cuando
el otoño, coronado de frutos, esparza sus ricos dones; después
tornan otra vez los días brumosos de diciembre.
El curso acelerado de los meses repara los daños de las estaciones;
(rápidas reparan las lunas sus menguas celestes)
pero nosotros, si caemos

en el lugar que habitan el piadoso Eneas, Anco o Tulo Hostilio,
quedamos convertidos en polvo y sombra.
¿Quién sabe si los dioses celestiales nos añadirán al día de hoy
el de mañana?
Sólo escapará a las ávidas manos de tu heredero
lo que generoso hayas dado a tus amigos.
Así que dejes de ser, Torcuato, y Minos
haya pronunciado su última palabra,
ni la piedad, ni la elocuencia, ni el ilustre linaje
te restituirá a la vida.
Diana no logra libertar de las tinieblas eternas
al pudoroso Hipólito,
ni Teseo romper las cadenas que sujetan
a su caro Pirítoo en el infierno.

Pero los que más me gustan son especialmente los versos que dicen:
Damna tamen celeres reparant caelestia lunae:
nos ubi decidimus
quo pius Aeneas, quo dives Tullus et Ancus,
pulvis et umbra sumus.
Que, en otra traducción que encontré, y tal vez mejor, dicen:
Los daños del cielo los reparan las lunas en rápida sucesión:
pero nosotros, cuando caemos
a donde cayeron el piadoso Eneas, y los ricos Tulo y Anco,
sólo somos polvo y sombra.


Primero habrá que digerir latines, mitologías, pero sobre todo sentido y significado.

Y después veremos.