lunes, 8 de mayo de 2006

Barras y estrellas (I)

La cuestión me interesa por varias razones. En primerísimo lugar, por esa especie de confrontación entre el inglés y el español. Y lo que supone en si misma considerada.

Es un disparate. Y no resiste ni necesita un análisis minucioso. Hay que ser muy pero muy torpe para oponer los versos de Shakespeare o una oración de Tomás Moro o The Lord of the Rings, a un romance anónimo, a Cervantes o a unos Silbos de Miguel Hernández.

Salvo que no se esté oponiendo la maravilla que puede producir una lengua en cuanto maravilla, sino que -tal y como pasa en tantos otros aspectos- la oposición sea el rehén de otras oposiciones más o menos explícitas y de otro tipo.

Como si dijera que un americano medio considerara que su condición de tal, o de anglosajón, o de blanco protestante, le trae aparejada per se alguna superioridad. La idea no es nueva. Y es más bien estúpida. Sin ir muy lejos, el primo de un wasp (white anglo saxon protestant), del otro lado del Atlántico, y sin dejar de ser wasp y sin dejar de considerarse en cuanto tal superior al resto de los mortales, tal como le ha ocurrido al inglés, for instance, considera que un americano medio es un ser más o menos inferior y de él se burla por eso y otras razones cada vez que puede y no de ahora, sino más bien de siempre. Y la visión de cualquier europeo es más o menos la misma; aun cuando el complejo de inferioridad, la avidez de éxito y riqueza y dominio global, haga que se mire a los Estados Unidos como un líder y un arquetipo. O simplemente como el competidor.

Alguien ha observado que los Estados Unidos de Norteamérica es un país cuyos ciudadanos no tienen nombre, cosa extraña y poco frecuente. En Norteamérica hay otros norteamericanos, así que no lo son específicamente. En la misma América hay Estados Unidos que no son ellos, como México o Brasil, de modo que estadounidenses es un nombre que no les propio tampoco, aunque mientras sí hay mexicanos y brasileños, no hay estadounidenses norteamericanos que sean algo más específico que eso, que no lo es. Ni hablar del 'american' con el que se autollaman. Y así.

Por cierto, y para que no se apuren a sulfurarse los que podrían sulfurarse, hay en los Estados Unidos gentes buenas y santas, además de sensatas y de buena voluntad, como sensibles estudiosos e inteligentes y ciertamente mejores que yo, para lo que no hace falta mucho. Y no digo esto como quien concede retóricamente.

En cualquier caso y con respecto a la discordia en torno a la versión que está circulando del himno de los Estados Unidos, hay alguna que otra cosa que puede ir apuntándose.

La primera es que los Estados Unidos, oficialmente, admiten y por eso tienen traducciones de su himno.

La segunda, y más chusca por ahora, es que haberse tomado el trabajo de usar el español -y en la versión escrita y mucho más en la cantada, en realidad, el spanglish- para hacer tales versetes que son más bien un bodrio, es en primer término una ofensa al español.

En fin, lo dicho. El asunto que está en cuestión no es una defensa de la lengua inglesa (aunque sea la que hablan en los Estados Unidos). El asunto no es la proclamación soberana del español. El asunto no es una reivindicación del national anthem contra el avasallamiento de un grupo de irreverentes mestizos, cobrizos, oscuros. El asunto no es el anhelo de una cantidad de gentes de origen hispanoamericano de permanecer fieles a su identidad raigal.

Es bastante más sucio que eso y que todo eso junto. Aunque haya pizcas de todo ello.

Pero es uno más de los ejemplos de cómo se presentan las cosas, muy especialmente en nuestros tiempos.