lunes, 12 de septiembre de 2005

Breve homenaje

Y merecido, creo. A lo que tiene de homenajeable que no es poco.

Es el caso de Ignacio Braulio Anzoátegui que este año -nada menos que en la fiesta de Santiago Apóstol- habría cumplido 100.

No diré que mi simpatía por él sea irrestricta e incondicional. Nada de eso. Por ejemplo, no le gustaban nada los italianos; los inmigrantes, particularmente.

Es decir, yo no le gustaba nada.

Tampoco lo sigo con devoción inarrugable en todas sus razones y preferencias en materia política o religiosa. Ni soy un fanático de su hiperhispanofilia, ni de su voracidad de barroco. No hay que despreciar tampoco tanta preferencia. Será lo que quieran, pero un hombre que prefiere algo -aunque sea a los gritos y a los empujones- siempre es mejor que un ciudadano del mundo...

Sea.

De todos modos, cuando un hombre es lúcido y valiente, es lúcido y valiente.

Y eso me parece que merece un homenaje. Y si además sabe decir su lucidez y su valentía, mejor aún. Más merecido se lo tiene.

Creo sinceramente que nos hace falta. Que los argentinos lo necesitamos. Hace falta su talento lírico, su elegancia intelectual, su humor.

Los que traigo ahora no son ni los mejores ni los que más me gustaría. Son simplemente ejemplos, en particular de sus condensaciones geniales en aforismos.

Ya me dijo una vez el insigne tucumano que "lo que Anzóategui sabía era 'amonedar' un pensamiento..."

Decía hablando de Beatrice Portinari:
Enamorar al Dante no fue ninguna hazaña, porque él ya tenía su alma enamorada. La hazaña consistió en hacer de él un Dante, en llevarle de la mano como se lleva a un niño. En hacerle nacer dentro de ese gran Belén de estupor y de gloria que era la Cristiandad. En aparecérsele 'tutta de bianco vestita' y en resucitarle para la eternidad: que es ésa la única explicación del amor.
O de Don Juan Tenorio:
¡Pobre Don Juan Tenorio, victimario de mujeres tontas y asustadizas! Porque, más que un conquistador de ley, era un estuprador sin ley: un marica que se creía Don Juan Tenorio. Me refiero al de Zorrilla. El de Tirso era todo un loco que tenía lo que hay que tener y quizás un poco más: su desesperación de Gloria y su desesperación de Infierno. Ese algo que, desde que el mundo es mundo, mantiene en suspenso a los ángeles.

O al referirse a Sor Juana Inés de la Cruz:

Sor Juana Inés de la Cruz no está en el Cielo sólo por derecho de monja. Está allí por derecho de Belleza. (La Belleza es la artimaña de que Dios se vale para ganar a los hombres al Amor).
O al recordar a Los Siete Sabios de Grecia:
Los helenos, que algo entendían de belleza, le dieron a la sabiduría el nombre más bonito de su lengua: 'sophia'. Porque para saber es menester saber bellamente: lo demás es física nuclear y economía política o perfeccionamiento de artefactos sanitarios.
Finalmente, una ingeniosa defensa de Lope de Vega:
Lope, amador como era por exigencias de poesía, no era un mujeriego. Fueron las mujeres de su vida quienes eran loperiegas. Él no era un conquistador, sino un conquistable. Un poeta substancial -casi un desvalido necesitado de amor- a quien las mujeres se lo pasaban de mano en mano.
Y, porque no puedo no decirlo, este soneto de Poesía para 1973, su último libro de poemas, antes de morir en 1978:
En la rosa que sangra cada día

Este pequeño ser, este pequeño
ser y no ser y estarse adormecido
en un rincón cualquiera del sentido,
ausente el alma, el corazón sin dueño;

Este callado, desvelado sueño,
esta luz donde es pétalo el latido,
este, dándolo todo por perdido,
izar la vela y enfilar el leño:

Todo perdido está, todo y hallado,
todo presencia y todo lejanía,
todo allá, todo aquí y en el costado

esta herida de amor que todavía
me duele como un dardo enclavijado
en la rosa que sangra cada día.