martes, 30 de agosto de 2005

Stiglitz (II)

Sólo muy lateralmente estas cuestiones tienen que ver con Stiglitz, aunque algo tienen que ver, por más que la relación sea de algún modo esotérica.

Estos otros textos que copio ahora pueden servir al propósito, pero antes hay que leerlos. Éste, por ejemplo, es también de The Well and the Shallows:
Por ejemplo, hay una influencia que crece cada día con más fuerza, que jamás ha sido mencionada por la prensa y que es inteligible incluso para los que tienen una mentalidad periodística. Y consiste en la vuelta de la filosofía tomista, la vuelta de una filosofía que comparada con las paradojas de Kant, Hegel y los pragmáticos, es la filosofía del sentido común. La religión de Roma es, en sentido estricto, la única religión racionalista. Las otras religiones no son racionalistas sino relativistas; afirman que la razón es relativa en sí misma y que no es fidedigna; declaran que el ser es sólo el devenir y que el tiempo no es sino un tiempo de transición; en el campo de las matemáticas amañan asteriscos para decir que que dos y dos son cinco y en el terreno de la metafísica y de la ética aseguran que hay un bien por encima del bien y del mal. En lugar del materialista que sostenía que el alma no existe, vamos a tener a un nuevo místico que lo que dice es que lo que no existe es el cuerpo. Con todas estas cosas de por medio, el regreso de la escolástica supondrá sencillamente el regreso del hombre cuerdo... Pero decir que no existe el dolor, ni la materia, ni el mal, o que no hay diferencia alguna entre el hombre y la bestia o incluso entre una cosa y otra distinta, es tratar desesperadamente de destruir la experiencia y sentido de la realidad; en cuanto deje de ser la última moda, hartará más y más al hombre que se volverá, una vez más, en busca de algo que dé forma a un caos semejante y se adapte a las dimensiones del hombre.

Sigamos siguiendo algunos materiales de Pearce. El 15 de marzo de 1936, en su última aparición en la BBC, Chesterton habló sobre Terminaremos con un estallido, dentro de una serie que se llamaba La sal de la vida.
A mí también me han recprochado el que defienda la sal de la vida contra lo que llamamos una vida simple. Me han denostado por erigirme en defensor de la cerveza y de los bolos. Afortunadamente, si yo defendiera el juego de bolos no habría peligro de que llegara a ser un campeón; por alguna razón nunca me he dedicado a ellos con la precisión con que me dedico a la cerveza; no obstante, he jugado a otros juegos tan corrientes como los bolos y muy mal siempre...

Sea como fuere, he disfrutado como cualquier otro con esos juegos, con esa sal de la vida. Ahora bien, estoy convencido de que el secreto que todos buscamos, el secreto de gozar de la vida no está en la sal de la vida de ustedes, ni en la mía, ni en cualquier otra actividad que nos distraiga de la vida. Nuestro mundo terminará sumido en la desesperación a menos que encontremos alguna manera de hacer que nuestros pensamientos, las ideas corrientes que se nos ocurren en los tiempos corrientes, sean más alegres de lo que parecen ser ahora, a juzgar por la mayoría de las novelas y de las poesías. Hay que estar contento en esos momentos de paz en que uno recuerda que está vivo.
Dice Pearce:
El título de la charla era una alegre respuesta al poema de T. S. Eliot, "Los hombres vacíos" y a su estribillo pesimista:

De esta manera terminará el mundo
De esta manera terminará el mundo
De esta manera terminará el mundo
no con un estallido, sino con un lamento.

A Chesterton le parecía una situación odiosa:

Les ruego que me disculpen si les resulta anticuado lo que les voy a decir y es que no me gustaría llegar a pensar nunca que el mundo está en peligro y a punto de acabarse... Pero si lo hiciera, no creería que se iba a terminar con un lamento, sino con el triunfo de la muerte, si es que realmente se fuera a acabar... Y sería incluso tan indecentemente frívolo que prorrumpiría en cánticos y diría a los jóvenes pesimistas:
Burlas, risas de conejo, sonrisas de medio lado;
nosotros de jóvenes reíamos y cantábamos.
Ellos podrán terminar con un lamento
pero nosotros acabaremos con un estallido.

Estas cosas que cito, me parece, se refieren a los tiempos nuestros, al talante de hoy, tanto como a la vida económica de nuestros días (y a la vida de los hombres que vivimos según la vida económica de nuestros días).

Pero, por extraño que parezca, creo que también se refieren a los textos que cité vez pasada sobre los papas y la radio y la televisión, como a los sermones de mi párroco sobre el sentido de la Cruz, y, si tengo que decir la verdad, creo que hasta se refieren a lo que puede estar detrás de las palabras de Benedicto XVI del último domingo, lo haya dicho en esta clave o no.

Sin embargo, sigue haciéndome ruido algo en el tono chestertoniano. Algo que por cierto Pearce no parece advertir, tal vez porque en buena medida su propio modo de ver coincida con ese tono.

Pero, en fin, qué remedio, otra vez me fui largo.

Para la próxima, entonces. Lo prometo.