viernes, 14 de enero de 2022

Hacedores de mitos




Sé que esta entrada es extensa, extensísima. Pero diría que –salvo las de un servidor– vale cada línea de este texto de John R. R. Tolkien, Mythopeia, que dejo completo para que lo aproveche quien lo quiera (el original en inglés, otro día).

Se sabe que el poema es una respuesta a una famosa conversación en la tarde-noche del 19 de septiembre de 1931 por los alrededores del Magdalen College, en Oxford, entre Tolkien, C.S. Lewis y Hugo Dyson, con este asunto de la validez de los mitos como eje, entre otros asuntos mayores.

Pero se engaña fácil quien crea que se está hablando de literatura y nada más. Cierto: es, al menos, literatura. Pero no es solamente literatura. O, diciéndolo mejor, la literatura es mucho más que lo que creen quienes creen que la literatura es solamente literatura.

Mythopoeia es un buen ejemplo. 

Por eso mismo creo que vale la pena ver en estos versos todo lo que ellos puedan decirnos, aun de las cosas más inmediatas del tiempo presente. El modo de ver esos mismos tiempos y sus púas, por ejemplo. Algo que, los que no saben lo que es la literatura en su fino fondo, difícilmente puedan ver o gustar.

No lo veía Lewis –con todo y su penetración y cultura– hasta que Tolkien se lo mostró. Y con Lewis se lo dijo a cualquier Lewis –o menos que Lewis o más que Lewis– que tampoco lo vea.




MITOPOEIA


A aquel que dice que los mitos son mentiras, y por tanto sin valor, aun dichos «a través de plata». 

Filomito a Misomito 



Miras los árboles y así los denominas, 
(los árboles son árboles y «creciendo» es «crecer»); 
caminas por la tierra y recorres solemne 
uno de los globos menores del Espacio: 
una estrella es una estrella; materia en una bola 
obligada a seguir un curso matemático 
entre lo regimentado, lo frío, lo inane, 
donde átomos destinados son heridos a cada momento.
 
Por mandato de una Voluntad que obedecemos 
(como debemos), pero sólo oscuramente aprehendidos, 
grandes procesos ocurren; el tiempo se desenvuelve; 
desde oscuros orígenes hasta metas inciertas 
como cuando en una página sobrescrita y sin clave, 
con letras y pinturas de variados matices, 
una innúmera multitud de formas aparece, 
algunas torvas, o débiles, o hermosas o raras, 
extrañas entre ellas, excepto las emparentadas 
con un remoto Origo, mosquitos, piedra y sol. 
Dios hizo las rocas pétreas, las plantas arbóreas, 
la tierra telúrica, los astros estelares, 
las criaturas homúnculas que andan por la tierra 
con nervios que el sonido y la luz estremecen. 
Los movimientos del mar, el viento en las ramas, 
la hierba verde, la lenta rareza de las vacas, 
el trueno y el relámpago, pájaros que giran y gritan, 
el barro que sale del barro a vivir y a morir, 
todo debidamente registrado, imprimiendo 
los pliegues cerebrales con marcas distintas. 

Sin embargo los árboles no son «árboles» hasta que se los nombra y se los mira 
y nunca así se los nombra hasta que aparecen 
quienes despliegan el complicado aliento del lenguaje, 
débil eco y oscura imagen del mundo, 
pero ningún registro ni fotografía, 
siendo adivinación, juicio y carcajada, 
reproduce a aquel de agitado interior 
por hondos movimientos admonitorios, emparentados 
con la vida y la muerte de los árboles, las bestias, las estrellas 
cautivos libres que socavan barrotes de sombra, 
extrayendo lo ya conocido de la experiencia 
y apartando la vena del espíritu. 
De ellos mismos sacan grandes poderes, 
y mirando atrás contemplan a los elfos 
que trabajan en las sutiles forjas de la mente, 
y luz y oscuridad entretejidas en telares secretos.
 
No ve ninguna estrella quien no ve ante todo 
hebras de plata viva que estallan de pronto 
como flores en una canción antigua, 
que el eco musical desde hace tiempo 
persigue. No hay firmamento, 
sólo un vacío, o una tienda enjoyada 
tejida de mitos y adornada por elfos; y ninguna tierra 
sino la matriz de donde todo nace. 


El corazón del hombre no está hecho de engaños, 
y obtiene sabiduría del único que es Sabio, 
y todavía lo invoca. Aunque ahora exiliado, 
el hombre no se ha perdido ni del todo ha cambiado. 
Quizá conozca la desgracia, pero no ha sido destronado, 
y aún lleva los harapos de su señorío, 
el dominio del mundo con actos creativos: 
y nunca adora al Gran Artefacto, 
hombre, sub-creador, luz refractada 
a través de quien se separa en fragmentos de Blanco 
de numerosos matices y continuándose sin fin 
en formas vivas que van de mente en mente. 
Aunque hayamos puesto en los agujeros del mundo 
elfos y duendes, aunque hayamos levantado 
dioses y casas de la oscuridad y de la luz, 
y sembrado la semilla del dragón, era nuestro derecho 
(usado bien o mal). El derecho no ha decaído. 
Aún seguimos la ley por la que fuimos creados. 
¡Sí, hilamos sueños no realizados, engañando así 
a nuestros tímidos corazones y demostrando el feo Hecho! 
¿De dónde viene el deseo y el poder de soñar 
y el de juzgar que algo es hermoso o feo? 

No todos los deseos son ociosos, nunca en vano 
ideamos cumplimientos, pues el dolor es el dolor, 
no deseado por sí mismo, pero enfermo; 
o reforzar o someter la voluntad 
es torpeza, y del Mal sólo esto 
es terriblemente cierto: hay Mal. 

Benditos los corazones tímidos que el mal odia, 
ese jilguero en la sombra y sin embargo la puerta cerrada; 
que no buscan parlamento, en un cuarto guardado, 
aunque pequeño y desnudo, sobre un rudo telar 
hacen telas doradas para el día lejano 
esperado y aceptado bajo la oscilación de las sombras. 

Benditos los hombres de Noé que construyeron 
las pequeñas arcas, aunque frágiles y con pocos viajeros, 
y con vientos contrarios avanza hacia un espectro, 
el rumor de un puerto que la fe adivina. 

Benditos los hacedores de leyendas con sus versos 
sobre cosas que no se encuentran en los registros del tiempo. 
No son ellos quienes olvidaron la Noche, 
o nos invitan a gustar deleites organizados 
en islas-loto de bendición económica 
condenando a las almas a ganar un beso de Circe 
(y como imitación, producido a máquina, 
la falsa seducción del dos veces seducido). 
Lejos vieron esas islas, unas más hermosas, 
y aquellos que las oyen y las que han de tener cuidado. 
Han visto la Muerte y la derrota última, 
y no obstante no retrocederán desesperados, 
pues a menudo han vuelto la liza a la victoria 
y a amables corazones de fuego legendario, 
iluminando Ahora y oscuros Días idos 
con luz de soles aún no vista por hombres. 

Me gustaría poder cantar con los trovadores 
y mover lo no visto con un golpe de cuerda. 
Me gustaría estar con los marineros de los abismos 
que cortan las delgadas planchas en faldas montañosas 
y viajan en una misión vaga y errante, 
pues muchos han ido más allá del fabuloso Oeste. 
A los locos sitiados y a mí nos dirían 
que en una fortaleza guardan el oro, 
impuro y escaso, pero lealmente lo traen 
para acuñar la borrosa imagen de un rey distante, 
o tejer en telas fantásticas los brillantes 
heráldicos emblemas de un señor invisible. 

No caminaré con vuestros monos progresistas, 
erecto y sabio. Ante ellos se abre 
el abismo oscuro adonde el progreso lleva 
si por misericordia de Dios el progreso termina, 
y no deja de embarullar los mismos 
cursos estériles cambiándolos de nombre. 
No iré por ese camino llano y polvoriento, 
indicando esto y aquello por esto y aquello, 
vuestro mundo inmutable donde 
el pequeño hacedor no participa del arte del hacedor. 
No me someteré sin embargo a la Corona de Hierro 
ni dejaré caer mi pequeño cetro dorado. 

                                 *

Quizá en el Paraíso el ojo se extravíe; 
contemplando el Día imperecedero 
viendo el día iluminado, renueva 
de una verdad reflejada la imagen de la Verdad. 
En seguida mirando la Tierra Bendecida 
verá que todo es como es, y sin embargo libre. 
La salvación no cambia ni destruye 
ni el jardín ni al jardinero, los niños o sus juguetes. 
No verá el mal pues no hay mal 
en los cuadros de Dios sino en el ojo malévolo, 
no en la fuente sino en la elección maliciosa, 
no en el sonido sino en la voz desentonada. 
En el Paraíso ya no parecen fuera de lugar; 
y aunque hacen cosas nuevas no hacen mentiras. 
Y así seguirán, pues no están muertos, 
y habrá llamas en las cabezas de los poetas 
y arpas donde precisos caerán los dedos: 
allí del Todo cada uno elegirá para siempre.