lunes, 10 de febrero de 2020

La Yegua de la Noche




Acertó Jorge Luis Borges al detectar en la obra de G. K. Chesterton un lado menos brillante, menos gracioso que el que habitualmente se le atribuye no sin razón al escritor inglés. Eso que veía era algo que Borges consideraba oscuro. Así lo plantea en dos notas que integraron su libro Otras inquisiciones.  Sin embargo, Borges -a criterio de un servidor- vuelve a equivocarse al acertar.

Como saben los que saben, Chesterton ha dicho en su Autobiografía que conoció al demonio en sus años juveniles, años en los que se veía impelido a negar todo lo existente, en un hondón de escepticismo y nihilismo. Pero la expresión demonio no es una alusión genérica. Y en su escrito se trata más bien de una expresión específica. Conoció la acción del demonio en los endemoniados, con los cuales tuvo una fugaz relación que le dejó una impresión duradera en su espíritu. Una impresión de horror. Y con ello advirtió para siempre la presencia de un mal operante en el mundo y la naturaleza de ese mal. Un dragón que podía causar mucho daño y que efectivamente lo causaba.

Borges conjetura que las “pesadillas” y misterios y oscuras maldades que aparecen en la obra de Chesterton son la misma -¿y auténtica?- substancia de su obra y más: de su persona. Y conjetura que los aspectos brillantes de sus escritos son como un intento de exorcismo de lo que lo atormentaba.

Es conocido su juicio de 1947 al escribir, en uno de los artículos de los dos que nombré, titulado Sobre Chesterton: “algo en el barro de su yo propendía a la pesadilla, algo secreto, y ciego y central”, negándose finalmente y por esto mismo a calificarlo como un “escritor feliz”.

Podría decirse que el autor argentino tenía intenciones propias para su interpretación, como su propia elección espiritual, y que trataba de arrastrar así a Chesterton a su lado. Podría decirse también que su interpretación pasa por la superficie de las cosas, y que la agudeza para detectar esos hondones en la obra, lo abandona al momento de explicar el origen y el significado de esos mismos hondones. 

Cualquiera fuere la vereda que se tome, el punto de llegada parece ser el mismo.  Borges tenía una determinada dificultad para entender a Chesterton en lo que a éste le era definitorio. Y un paso más allá: tenía una determinada dificultad para admitir -y celebrar- lo que acaso sí veía, intuía o sabía respecto de Chesterton. Al admirarlo por la forma de sus relatos policiales, procuraba vaciarlos de su contenido original, más profundo y más verdadero.

Quién sabe. Tal vez el propio Chesterton podría defenderse a sí mismo:

Podría sentarme aquí y escribir una historia espeluznante, muy creíble, sobre cómo subí por el camino sinuoso más allá de la iglesia y conocí a Algo: digamos un perro, un perro con un ojo. Entonces debería encontrar un caballo, tal vez, un caballo sin jinete; el caballo también tendría un ojo. Entonces el silencio inhumano se rompería: debería encontrarme con un hombre (¿necesito decir, un hombre tuerto?) que me preguntaría el camino a mi propia casa. O tal vez me diría que se quemó hasta los cimientos. Creo que podría contar una pequeña historia muy acogedora en este sentido. O podría soñar con escalar para siempre los altos y oscuros árboles sobre mí. Son tan altos que siento que debería encontrar en sus cimas los nidos de los ángeles; pero en este estado de ánimo serían ángeles oscuros y terribles, Ángeles de la Muerte.

Sólo que, ya ves, este estado de ánimo es un disparate. No lo creo en lo más mínimo. Ese universo tuerto, con sus hombres y bestias tuertos, sólo fue creado con un guiño universal. En lo alto de los árboles trágicos no debería encontrar el Nido del Ángel. Sólo debería encontrar el nido de la pesadilla; el nido soñador y divino que no está allí. En el Nido de la Pesadilla descubriré ese huevo opalescente, enorme y oscuro del que nace la Pesadilla. Porque no hay nada tan delicioso como una pesadilla cuando sabes que es una pesadilla...

Por lo tanto, no veo nada malo en viajar con la pesadilla esta noche; ella me relincha desde las copas de los árboles y el viento rugiente; la atraparé y la llevaré por el aire horrible. Tanto los bosques como las malezas tiran de las raíces en la creciente tempestad, como si todos quisieran volar con nosotros sobre la luna, como esa Vaca salvaje y amorosa cuyo hijo era el Becerro lunar. Nos elevaremos a ese loco infinito donde no hay ni arriba ni abajo, el alto torbellino de los cielos. Contestaré la Llamada del Caos y la Vieja Noche. Montaré en la pesadilla; pero ella no cabalgará sobre mí.

(El fragmento proviene de un artículo titulado La pesadilla, que GK publicó en 1909 en The Daily News. En inglés, como es obvio, pesadilla se dice Nightmare que debería traducirse literalmente como Yegua de la Noche y Chesterton se vale de esa etimología, así como de referencias mitológicas referidas al becerro lunar.)