miércoles, 2 de enero de 2019

Sacramentum futuri (IV): Sobre el velo de las mujeres


Hay una cuestión en apariencia menor en el capítulo XI (2-16) de la primera carta a los cristianos de Corinto. Entre varias amonestaciones, y para zanjar una disputa local, san Pablo desarrolla una cuestión presuntamente ritual: el velo de las mujeres.
Los felicito porque siempre se acuerdan de mí y guardan las tradiciones tal como yo se las he transmitido.
Sin embargo, quiero que sepan esto: Cristo es la cabeza del hombre; la cabeza de la mujer es el hombre y la cabeza de Cristo es Dios.
En consecuencia, el hombre que ora o profetiza con la cabeza cubierta deshonra a su cabeza;
y la mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta deshonra a su cabeza, exactamente como si estuviera rapada.
Si una mujer no se cubre con el velo, que se corte el cabello. Pero si es deshonroso para una mujer cortarse el cabello o raparse, que se ponga el velo.
El hombre, no debe cubrir su cabeza, porque él es la imagen y el reflejo (la gloria) de Dios, mientras que la mujer es el reflejo (la gloria) del hombre.
En efecto, no es el hombre el que procede de la mujer, sino la mujer del hombre;
ni fue creado el hombre a causa de la mujer, sino la mujer a causa del hombre.
Por esta razón, la mujer debe tener sobre su cabeza un signo de sujeción, por respeto a los ángeles.
Por supuesto que, para el Señor, la mujer no existe sin el hombre ni el hombre sin la mujer.
Porque si la mujer procede del hombre, a su vez, el hombre nace de la mujer y todo procede de Dios.
Juzguen por ustedes mismos: ¿Les parece conveniente que la mujer ore con la cabeza descubierta?
¿Acaso la misma naturaleza no nos enseña que es una vergüenza para el hombre dejarse el cabello largo, mientras que para la mujer es una gloria llevarlo así? Porque la cabellera le ha sido dada a manera de velo.
Por lo demás, si alguien es amigo de discusiones, le advertimos que entre nosotros se acostumbra usar el velo y también en las Iglesias de Dios.

Como se ve, hay allí algunas doctrinas respecto del varón y la mujer que siguen la línea paulina en la materia, que es consistente con el resto de las Escrituras. Pero además de expresar el criterio de san Pablo, algunas afirmaciones resumen en pocas líneas todo lo que el cristianismo dice respecto del varón y la mujer y su relación. Al mismo tiempo, se reitera la tipología respecto de la Cabeza y el Cuerpo, figurada también en el varón y la mujer, como matriz primera y última de toda la cuestión.

Cualquiera que quisiere saber qué dice el cristianismo respecto del varón y la mujer tiene allí condensado el asunto y tratado en distintos niveles, por cierto que con una concisión que tal vez amerite apenas una glosa.

Dejemos de lado la cuestión ritual propiamente dicha y vayamos a los fundamentos paulinos para sostener el rito. Otra vez, los signos bajan, no suben. El velo es la consecuencia de algo que se da en un plano superior y más hondo (que llega hasta los ángeles ante el Trono de Dios), en el que se dan realidades que son a su vez ellas mismas significativas. Así procede san Pablo, dando al comienzo el fundamento y desarrollando la cuestión después en planos diversos.
Cristo es la cabeza del hombre; la cabeza de la mujer es el hombre y la cabeza de Cristo es Dios.

Queda clara la relación Cabeza-Cristo y Cuerpo-hombre. Como significativa de esta relación en un orden inferior, está la relación cabeza-hombre y cuerpo-mujer, como ya se vio también más arriba en el capítulo V de la carta a los Efesios.

Un paso más adelante, en sentido tipológico, san Pablo insiste, volviendo a la relación de la cabeza  con el cuerpo:
El hombre, no debe cubrir su cabeza, porque él es la imagen y el reflejo (la gloria) de Dios, mientras que la mujer es el reflejo (la gloria) del hombre.
En efecto, no es el hombre el que procede de la mujer, sino la mujer del hombre;
ni fue creado el hombre a causa de la mujer, sino la mujer a causa del hombre.
La alusión al relato del Génesis es clara. Y alguno podrá tener en esto alguna incomodidad y sugerir o pensar que el dato es meramente cultural: así pensaba un hombre antiguo. Pero quien dijere esto estará pasando por alto el fuerte sentido tipológico que hay en el relato del Génesis y en la consecuencia paulina de ese relato:
no es el hombre el que procede de la mujer, sino la mujer del hombre;
ni fue creado el hombre a causa de la mujer, sino la mujer a causa del hombre.
Porque, primero:
Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza". (Gn. 1, 26)
Y más adelante (Gn. 2, 18-24):
Después dijo el Señor Dios: “No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada”.
Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales del campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre.
El hombre puso un nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo; pero entre ellos no encontró la ayuda adecuada.
Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y cuando éste se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío.
Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre.
El hombre exclamó:
“¡Esta sí que es hueso de mis huesos
y carne de mi carne!
Se llamará Mujer,
porque ha sido sacada del hombre”.
Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne. (Ver la Addenda al final de esta serie.)
Y a esto, en primer lugar, se refiere san Pablo. Su interpretación en este caso es tipológica y de ella se sigue el gesto ritual, de quien es cuerpo de la cabeza:
Por esta razón, la mujer debe tener sobre su cabeza un signo de sujeción, por respeto a los ángeles.
Hay que notar además el hecho significativo de que lo que ha sido tomado de la carne del hombre, volverá a hacerse con él una sola carne.

¿Es todo lo que el cristianismo tiene para decir respecto del varón y de la mujer? No, al menos en las sentencias de san Pablo, porque, inmediatamente después, afirma:
Por supuesto que, para el Señor, la mujer no existe sin el hombre ni el hombre sin la mujer.
Porque si la mujer procede del hombre, a su vez, el hombre nace de la mujer y todo procede de Dios.
Y esto mismo iguala en un aspecto al varón y a la mujer, siguiendo también el primer relato de la creación en el Génesis, cuando dice (Gn. 1, 26-28):
Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo”.
Y Dios creó al hombre a su imagen;
lo creó a imagen de Dios,
los creó varón y mujer.
Y los bendijo, diciéndoles: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra”.
En alguna otra parte desarrollé lo que me parece un dato también altamente significativo: la aparición del lenguaje humano en relación con la creación de la mujer, tal como se lee en el capítulo II del Génesis, cuyo fragmento cité más arriba. Pero no es éste el momento de tratarlo in extenso. Solamente apunto apenas que la palabra de Adán surge en soledad humana, todavía la mujer no existe. Y esa palabra es el signo de su conocimiento, análogamente como el Verbo, el Logos, es la expresión del conocimiento que el Padre tiene de Sí mismo. Las relaciones entre las dos palabras, la divina y la humana, es asunto que santo Tomás de Aquino ha tratado con fineza. De esas meditaciones surgen otras profundidades respecto de la mediación y los mediadores, asunto que también he tratado en otro escrito.

Como creo que se nota, la coherencia de las correspondencias en los distintos niveles no deja lugar a dudas. Iguales en su naturaleza (de lo humano procede lo humano, de Adán procede Eva), ello no empece el hecho de que en ambos haya figuras de la relación Dios-hombre y con esa relación la de Cabeza y Cuerpo.

Valdría la pena apuntar también un detalle que se nota en este fragmento ya citado:
Por supuesto que, para el Señor, la mujer no existe sin el hombre ni el hombre sin la mujer.
Porque si la mujer procede del hombre, a su vez, el hombre nace de la mujer y todo procede de Dios.
En la traducción al español del pasaje, san Pablo señala que la mujer procede del hombre y el hombre nace de la mujer.

La Vulgata lo dice así, diferenciando las preposiciones de modo significativo:
Verumtamen neque mulier sine viro, neque vir sine muliere in Domino; nam sicut mulier de viro, ita et vir per mulierem, omnia autem ex Deo.
Y esto a su vez traduce el original griego de la Carta, que usa las preposiciones del mismo modo (εκ του ανδροσ, para decir que la mujer procede del hombre, δια τησ γυναικοσ, para decir que el hombre nace de la mujer). En el caso de Dios, la preposición es la misma que usa para proceder: εκ του θεου.

En la Vulgata y el texto griego no hay verbo explícito (está elidido) y la referencia y el modo de decirlo es a través de las preposiciones, que están marcando diferencias que el Apóstol quiere marcar.

No parece aventurado decir, entonces -y siguiendo a san Pablo-, que así como en Adán se figura la divinidad, en Eva se figura la humanidad. Y que así como en Adán se figura la cabeza, en Eva se figura el cuerpo. Y así como en Adán se figura el Novio y el Esposo, en Eva la Novia y Esposa.

Tienen mandato de fructificar esa unión y esa relación, porque ese fruto significa a su vez otro Fruto del amor entre el Esposo y la Esposa, los analogados primeros de esta relación. De ese modo, todo lo que es figura de la Novia y la Esposa engendra del Novio y del Esposo, y eso que engendra es fruto del Amor que los une, los cubre, los nutre. Así lo dice el arcángel a la Virgen, al llevarle el Anuncio de la concepción de Jesús, engendrado por el Padre en ella.

Éste es el momento de volver a recomendar, para el mejor aprovechamiento de todas estas figuras, especialmente centradas en Adán-Cristo, el texto del cardenal Jean Daniélou con el que comencé estas reflexiones.

*   *   *

Como ya se ha dicho, en el breve texto de esta primera carta a los Corintios bien puede contenerse lo medular de la concepción cristiana respecto del varón y de la mujer. Y no sólo. Sino que está allí dicho lo que Dios revela al hombre respecto de su designio al respecto, bien que lo hace frecuentemente con figuras que el entendimiento tipológico ayuda a develar.

De este modo, quedan aquí expuestas, siquiera someramente y sin pretensión de agotar los temas, dos líneas principales que surgen de un mismo asunto. Esas dos líneas, como se ha dicho también, están juntas en el principio de todas las cosas y habrán de asociarse también al final, en lo eterno.

La primera cuestión es la relación de la Cabeza con el Cuerpo, y el postulado dicho al inicio de que, para saber en la historia y más allá de la historia lo que habrá de ocurrir con el Cuerpo, hay que atender a lo que ha sido y es de la Cabeza. Para nuestro caso, para vislumbrar y aun entender los signos referidos al Cuerpo, hay que ver esos signos acaecidos y a la vez ya prefigurados en la Cabeza. Que es como decir que a la Iglesia le acaecerá a su modo lo que a Cristo.

La segunda cuestión es el cúmulo de figuras que apuntan a la intelección de lo que son y significan el varón y la mujer, y de lo que significan su unión y su fecundidad.

Padre, varón, Novio, Esposo, Cabeza, mujer, Novia, Esposa, Cuerpo. Todos términos que en sí mismos y en sus relaciones nos hablan consistentemente del Plan divino, pero también -y con frecuencia figuradamente- de las concepciones de Dios, de los afectos de Dios, respecto del sentido de lo humano, especialmente en su relación con lo divino, que es lo que de su creatura al Padre le importa casi exclusivamente. Y digo casi exclusivamente porque la ultima ratio del ser y el obrar divinos es la Gloria.