domingo, 11 de septiembre de 2016

Nacimiento del agua


Espero la lluvia como un amante espera
una mirada y una voz,
entre constelaciones de voces y miradas.

Y tu mirada es la hondura del trueno,
tu voz es la herida cálida del relámpago.

Pero tu respiración es más:
mansedumbre de la llovizna rítmica, dulce,

calandria aterida,
aleteante sobre un tejado musical.

¿Y dónde estás, agua del manantial de cada arroyo?
¿Dónde tu río va, que tarda y no viene?

Un silbo te recuerda en la laguna, un ave blanca
que tienta suerte y busca su alimento entre las ondas,
compases del viento.

Espero.

Te espero.

Miro el aire,
gris en la ceniza de un fuego que vendrá en el rayo que te llama.

Sé que llega pronto la flor de tu alumbramiento.


Porque nunca no estás.


La sencillez del aire se conmueve,
la fina sencillez de un agua mansa que deja al aire en vilo
ya susurra mi nombre,
humedece mi silencio, la memoria,
y la tarde arropada en tu niebla tibia, traslúcida.

La quietud del campo está en ascuas;
temblorosos, él y yo,
acechantes,
esperamos el bramido del cielo,
amoroso alarido de la nube.
Cada uno, él y yo, celoso porque tardas.

Y ya vas creciente, y más, y más creciente.

Como un deseo limpio.

Como un torrente anhelante,
río abajo, cielo abajo,
brotando como un abrazo fresco, tierno, interminable,

siempre.


Porque nunca no estás.