domingo, 23 de febrero de 2014

La vergüenza de haber sido

Hace una punta de años que conozco a una persona de la que, recién cuando apareció el kirchnerismo (más precisamente Cristina Fernández), me enteré de que se consideraba un peronista más y casi casi de la primera hora. No que lo fuera antes o que no supiera distinguir. Pero era como si se le hubiera despertado una palabra (peronismo) -dormida, latente o tal vez inexistente- y le fuera cómoda para definir su posición política inédita, es decir su adhesión al kirchnerismo.

Lo cierto es que, a la vez, mientras se resistía a que se la catalogara como k insistía en decirse peronista. Nunca entendí bien por qué hacía eso, y de hecho me parece que sigue haciéndolo. Y sigo sin tener una buena explicación para eso. En las trifulcas o conversaciones, según el caso y más bien lo primero, he visto y oído cómo ponía en juego todas las trazas ideológicas y conceptuales del kirchnerismo, también su dialéctica y su modo de manipular la realidad y los argumentos, también las muecas de la militancia k y las líneas del relato k y el modo k de defender lo k. Pero. No admitía que se le dijera k. Todo era en nombre del peronismo. Por otra parte, Perón, en sus discursos (no, no eran conversaciones realmente...), era más bien un nombre (a veces saboreado, a veces escupido) y la mayor parte de las veces a Eva Perón había que recordársela, para que no olvidara que no hay peronismo sin Evita, entre los peronistas, claro. Y entre los no peronistas, claro, también. Cuando aparecieron los billetes con la imagen, creo recordar un discurso de oportunidad. Un discurso k, por supuesto. No peronista.

Con el paso del tiempo, y a medida que fue haciéndose más evidente que al kirchnerismo se le caían las cosas de las manos y que mostraba un cierto temblor (de miedo, de nervios o senil), fue como sacándose a jirones la piel k, pero más bien al modo k, porque el caso es que por debajo del reseco entusiasmo que apenas le quedaba no le apareció ningún renuevo de la piel peronista, y sólo aparecía una especie de lábil nostalgia de la que creía había sido la gloria k. En nombre del peronismo, por cierto.

Misterios de los entresijos políticos en la cabeza y el cuore de la gente, que pueden ser más difíciles de desentrañar que los psíquicos. Para mí, por lo menos.

He visto el fenómeno repetirse en otros a lo largo de estos años. Pero siempre hay un caso emblemático y paradigmático. Y a mí me tocó ver y oír ése que cuento. Sin entenderlo del todo, es verdad.




Hasta que esta mañana, mire por dónde, leí en Perfil un larguísimo reportaje que Jorge Fontevecchia -mire por dónde...- le hace a Horacio González y a Beatriz Sarlo, como secuela de una última carta abierta del grupo que se llama igual y que trasluce un batifondo regular en las filas k.

Fontevecchia no se resiste y moja el pan en el tuco ajeno, pero eso no es lo interesante de este asunto, aunque bien que hace parte de él, sí señor...

Leyendo y releyendo las interminables parrafadas del reportaje a los que JF considera los dos intelectuales más destacadas del kirchnerismo y del anti kirchnerismo, me di cuenta, en primer lugar, de que más bien estamos fritos. Y por eso mismo.

No me considero un sujeto culto, pero no soy analfabeto. A González lo leí con enorme esfuerzo, habla un idioma que no estoy seguro de que exista, pero se ve que él sí. Sarlo, creo, hace que lo entiende. Es claro que en sus primeros pasos nadie le advirtió al sujeto que no es elegante complicar. Tampoco nadie le debe haber dicho en primero o segundo grado de la primaria que una persona no puede pensar bien si tiene ese empacho de palabras en el marote. Y ya después debe habérsele hecho vicio. También está el hecho de que de tanto repetirle los amigos que es un genio, no puede desmerecer.

Si uno lee el reportaje, cosa improbable (ya lo sé), va a tener que enfrentarse a eso con mucho coraje. Pero si logra pasar las más de doce hercúleas pruebas de soportar la hinchazón de espíritu y gola que tiene este pobre hombre, entonces le quedará cierto recreo. Y el recreo no es que sea dulce, pero algún provecho tiene para quien se ocupa de estos asuntos. Porque con una inocencia de rata por tirante, González desnuda no solamente la desazón por el desamor que percibe hacia el kirchnerismo en su hora más desabrida, sino que repite como si quisiera dar lástima las gastadas líneas del relato k.

Y lo logra, porque la verdad es que da lástima. Sobre todo por dos o tres momentos en que el actor, turbado y atosigado por su misma verba, se olvida de los argumentos y de los párrafos del relato.

Por decirlo con sus propias y penosas palabras: "..lamento que mi memoria flaquee justo en el punto en que podría acercarme más a tener éxito en esta discusión…"

Punto para Sarlo. Triste punto, pero punto al fin.

Y después está Sarlo, más bicha, con los deberes más prolijos, como son las chicas en el cole..., más rápida, como mejor informada, más oportuna. Sí. Claro.

Pero no está en desacuerdo con González. Lo trata de mamarracho. Y al kirchnerismo, claro. Y a ambos por la misma razón: porque no hicieron bien lo que decían que iban a hacer y porque no hicieron bien lo malo que tenían que hacer. Unos inútiles. Pomposamente soberbios en esta versión, pero al final unos inútiles.

Y el peronismo (y todas sus máscaras) mezclado entre las sábanas de esta orgía de dos ancianos enardecidos con sus propias ideas de la política, en sus delirios de gabinete y de autores que hay que leer para ser un intelectual progresista y de izquierda. El peronismo esquivo y nominal del nominalísimo González y el peronismo que por definición escuece la piel gorila de Sarlo, una más o menos ilustrada y sofisticada gramsciana de la UBA.

González que quiere darle vida a los fragmentos de un otrora poder omnímodo k, lloriqueando como un esclavo se humilla ante su amo para que le dé de comer y no lo cague a latigazos.

Sarlo que quiere ver al kirchnerismo como a sus plantas rendido un león, bien que un león peor que herbívoro: inútil, goloso y rapiñero.

Y los dos jugueteando con jergas como para no desmentir al perro que corre abajo del sulky de los patrones, el bueno de Fontevecchia. Porque no hay que olvidar que estas dos lumbreras están pensando el país. Que hubo, que hay y que habrá. Si dejan algo.

Hasta lo perspicaz y más o menos sensato que pueda haber dicho alguno de ellos, se viene abajo pútridamente porque se nota tan transparente que es una estrategia discursiva para afirmar la fláccida piel de Cristina omnipotente o para delinear un programa de oposición no a las ideas sino a las manos torpes que las ejecutan.

Y el peronismo, claro. Otra vez. Siempre. En grado de paraguas o de pesadilla. Como una especie de Falstaff tragicómico e inasible, como una especie de vampiro omnipresente y multiforme, un rato bella, otro rato bestia, todo a su turno y a veces a la vez. Para ambos, para González y para Sarlo.

Y eso es el oficialismo. Y eso es la oposición.

Listo.

Después de un rato largo y de una tanda y otra más de mate y de ocuparse un poco del jardín y otro poco de no hacer nada, entendí.

Ya sé ahora que el kirchnerismo es mala cosa porque a González no se le entiende cuando habla, aunque se entiende lo que quiere decir. Y ahora sé que lo que Sarlo representa es una mala cosa porque a Sarlo se le entiende perfectamente cuando habla pero no se entiende por qué lo dice.

Pero además y por añadidura oportuna entendí un poco más aquel caso emblemático del principio.

Es verdad que hay que ser progre y zurdo. Un poco o bastante, al menos.

Pero, entiendo que si además yo fuera un poco inteligente aunque no muy honesto pensando y hablando, también me daría vergüenza decir así nomás que soy kirchnerista. Y más me daría desde que la mala calidad del kirchnerismo se nota más. Y creo que también me pondría -antes, durante y un poco después...- debajo de la capa mágica del peronismo (cualquier significado de esta palabra, vale), que, mal que mal, parece que es el agua bendita del kirchnerismo y que es quien le limpia los pecados casi hasta hacérselos desaparecer. Ahora o cuando ya no estén. Pero casi, claro.

Qué sé yo.

Un día no muy lejano nos levantaremos y encontraremos que la Argentina tiene más González y Sarlos que lo que suponíamos o nos hubiéramos animado a sospechar. González y Sarlos capitalistas y de derecha y González y Sarlos revolucionarios y de izquierda.

Y hasta González y Sarlos de ese tipo de peronista que decía al principio, que no sé si es tan pobre gente como a uno le gustaría que fuera.

Y hasta González y Sarlos de especies menores y minoritarias.

Y todos pensando el país, así, como ellos. 


Y entonces habrá que concluir que, si eso es lo que hay, si eso es lo que quedó, realmente estamos fritos.