martes, 24 de abril de 2012

Está verde el amarillo

Así que me va a tener que perdonar, vea.

Sí. Algo de otoño medio invernado vino, eso es verdad. Tanto que ya estoy aprontando la salamandra oronda, que al presente luce silenciosamente sobria y serena, quemando a prueba lo que le doy, sin más trámite que los ajustes de su osamenta, ya harta del verano y sus arrabales.

Tiene toda la razón: había dicho que hasta que el otoño no apareciera no seguía con las cosas del país de hoy; por capricho, había dicho.

Y ahora que llegó lo dejo estar al asunto. Sí.

Que madure, vea: no me van a correr. ¿Qué es esa prepeada de querer que uno se ocupe a cada rato de cada cosa que se le cae del bolsillo a los madamases y mandamenos?

A los gobiernos hay que tenerlos con la rienda corta, cumpa. Y a los que no lo son, anche. No vaya a ser cosa que se les suba a la cabeza la historia y se crean históricos, nomás que porque los días pasan.

Historia es otra cosa, mi amigo. Historia lo que se dice historia no es el relato.

Mientras, y para historia, sigo con Aragón, por ahora. Y cuando le cuadre a un servidor, seguirá con lo otro. Faltaba más...

Lo veo entonces a San Martín yéndose para siempre de estos pagos en Creer en la soberanía.

Como veo una mirada retrospectiva, desde aquel 1978, sobre el sentido del papado en La sombra de Pedro. Y otra mirada igual, pero ahora sobre militares y civiles en estos pagos, en El juego de nunca acabar.

Al final, y para descanso de los días, poesía: y así viene ella en la remebranza de un Recuerdo de los versos de Etchebarne, que si se lo pierde se perdió algo de veras grande.


No se apure, cuate: todavía vamos a estar discutiendo en falso cosas verdaderas un rato y otro rato y todas esas seriedades mal paridas pasarán, pero esotras que le traigo ahora no habrán de pasar.