viernes, 3 de septiembre de 2010

Flor de estos días

Y así va siendo.

Apenas un poco de sol nítido sobre los cerros, entre la nieve y el bosque; y eso apenas una tarde de un día.

Hasta que la piedad del aire y del cielo trajo algo del temporal del que vengo, y que vino a florecer en este desierto de almas, quizá para mi contento.

Los días de trabajos van pasando. Intensos y reñidos. Con almas en desierto que dudan de ser almas todo el tiempo y de mil formas. Y afirman sus dudas con una melancolía que parte el alma.

Tal vez esta llovizna de hoy, que me sigue como un perro fiel, riegue las penas de estas buenas gentes. Un servidor no puede eso. Apenas mira el desierto de almas que ve y quiere carpir aquí o hincar la pala allá, más abajo, pasando la tierra helada. Por si debajo de la nieve gastada y lustrosa de las sendas grises, diera con un poco de arena, siquiera para que se aferre una raíz de flor, una brizna siquiera verde. Apenas eso. ¿Quién sabe?

Las buenas gentes la vislumbran y sonríen. La adivinan y bajan la cabeza. Discuten, guerrean contra su tristeza, levantan su puño tembloroso e increpan a su nostalgia de quién sabe qué, de qué felicidad negada en algún lugar del que ya creen que no son y al que no saben volver. Lugares de la tierra y del cielo.

Y está eso de que uno tenga a la vez que gozarse en la dicha del aire liviano y el frío todo en torno, con su vigor de montaña entre el silbido de los árboles olorosos; y eso de que tenga uno que caminar feliz sobre la nieve que se demora y que lo deja a las puertas del cobertizo en el que guardan estas buenas gentes sus perplejidades y dolores, mientras un cerro majestuoso y blanco mira por la ventana el drama de estas vidas, silencioso, olímpico. Misericordioso.

Dejo las suyas ahora. Vuelvo a mi propia noche por hoy. Finó este día. Un vaso tibio de un vino noble me espera paciente mientras ordeno mis notas del día y las de mañana, que se me hacen superfluas, insuficientes. Por la puerta abierta, entra tumultuoso el frío seco y se oye el vaivén del lago que al viento suave de la noche mueve piedras que suenan como cuentas de una oración que parecería nadie rezarle a nadie. Toda la estancia huele a madera nueva.

Hay una como soledad silenciosa, serena. No deja que uno se engañe, sin embargo.

En algunas partes de la villa, en el silencio rumoroso de esta noche, tal vez ahora mismo haya gentes entrecerrando sus asuntos hasta ver si algo de alguna luz de alguna parte les amansa el alma.

En silencio yo también, los homenajeo con unas músicas ásperas, qué más puedo hacer; algo de eslavos, expertos en decir esas cosas. No se me ocurre más.