lunes, 18 de junio de 2007

Paralelas tales

Entre tanta cosa que hacer y leer (más o menos hecha y más o menos leída), apenas tuve tiempo de darle un vistazo a un reportaje a Alejandro Dolina que vi por allí.

Querría decir esto: no lo tengo por una referencia, salvo para orientarme respecto de algunas cosas, como por ejemplo qué se puede hacer con cierta originalidad y talento. No es un decidor despreciable, pero tampoco es el finisterre de la sagacidad, de la perspicacia y menos de la cultura.

Es un sujeto curioso, sí, con talento y tics. Paga la mayoría de los peajes que hay que pagar, si uno es quien es y piensa lo que piensa. Lo raro es que no pague más, que no sobreactúe.

Creo que básicamente es honesto, como creo que básicamente es un desesperado.

Dicho a su modo, tal vez haya que dar por el pito lo que el pito vale. Y no más.

En el reportaje dice tres cosas que subrayé. Una, sobre la indiferencia estelar:
Las cosas que yo escribo siempre están relacionadas con el amor y la muerte, y últimamente también con la perplejidad de que al universo no le importa mucho todo esto. Esa indiferencia estelar produce, entre otras cosas, que no sea muy distinto ser una persona que otra. La desesperación de saber que somos sustituibles forma parte de mis temas obsesivos.
Otra, cuando le preguntan sobre el tema del tiempo en sus obras:
Desde luego. Hasta diría que es el tema principal, porque la muerte y el amor son hijos del tiempo. Y el carácter sustitutivo de la existencia también obedece al tiempo. Después de todo, nos vamos sustituyendo a nosotros mismos: estos que somos hoy pues no se parecen mucho a los que éramos hace algunos años.

El carácter irreversible del tiempo... esta dramática revelación de la ciencia a través del principio de termodinámica conforme al cual el tiempo es absolutamente irreversible y que no hay máquina del tiempo ni esperanza ninguna para los que pretendemos evitar la muerte es un asunto.

Yo quisiera no morirme, pero bueno... En tal caso, el único consuelo posible es morirse con despacho en disidencia. Existiendo la muerte, mal puede uno existir sin angustia.
Y la tercera, respecto del arte:
...el arte, especialmente la poesía, es un dictamen, una opinión, a veces un grito desesperado sobre la condición humana; y la condición humana es trágica.

(...)

De todos modos, en mi modestísima literatura no hay una nostalgia deliberada y puntual; todos llevamos una mera nostalgia, pero que no es la nostalgia de una pizzería que han demolido, sino que es más profunda y terrible: la de saber que no somos dueños del tiempo, que la muerte es irreversible y que lo que perdimos no lo hemos de recuperar... El arte es el hijo de la falta, del "no tener". La gran poesía aparece siempre cuando algo falta, cuando se ha perdido un amor, un afecto, una causa, una sed de justicia, la juventud, la fortuna.
Y del humor:
El humor es un dato de sal, que tiene un valor más formal que profundo, para evitar cargar las tintas, para que todo no sea tan evidente.

(...)

El humor sirve para sentar una ráfaga de cinismo. El cinismo es quizá rastrear el desatino, y en ese sentido me gusta, ya que ventila las demasiadas seguridades del escritor. Aquél que está demasiado seguro, pontificando, y está poniendo en sus personajes frases de una filosofía demasiado expuesta y pétrea hace bien cada tanto en ventilarlas con cinismo.

Para eso sirve el humor, el humor es sal, por eso hay que usarlo poco, pero hay que usarlo.

Habrá que ver.

No viene mal un recreo.

Mientras, y aparte, voy desculando -mascullando, también se puede decir...-, las sutilezas no siempre del todo sutiles de los asuntos 'racionales' que venía viendo. No los olvido, pero no quiero tratarlos sin masticarlos bien.

Tampoco tiene que parecer que hay alguna relación entre lo que dicen el cardenal Ruini, Joseph Ratzinger-Benedicto XVI y Dolina.

Aunque haber, hay.