Desde que conocemos y entendemos el segundo mandamiento, parece que nos inclinamos a aplicarlo a nuestros enemigos, suponiendo que 'amarás a tu prójimo' -como diría Chesterton- significa lo mismo que 'amarás a tu enemigo', porque suelen ser la misma persona.
Hacer eso -amar al prójimo/enemigo- tiene cierta lógica. Cierta, nomás. No completa.
Amarás a tu prójimo -y, ahora que lo pienso, creo que la mayor parte de las veces- es un mandamiento que debemos aplicar a los que amamos, que suelen ser los más próximos y a quienes amar no resulta tan sencillo, sólo porque tengan en la frente marcado a fuego el rótulo del 'amado'.
Ojalá fuera sólo un juego de palabras.
Pero no lo es, me temo.