Llevo el sonido como una daga,
se envaina en mí.
El corazón silencia su latido,
el ave calla,
la misma luz enmudece,
no hay zumbidos ni abejas en la flor,
y rompe el mar
contra las rocas sordas
sin su estruendo y su salitre.
Sola quietud del viento,
sola ingravidez del trigo y su rumor,
sola soledad del manantial y el agua.
Y la daga de tu voz se envaina en mí.
Y traspasa la fibra de los truenos,
apacigua el canto de la lluvia,
deshace melodías,
ahoga los murmullos de las noches.
Y con cada herida que tú, la única,
abres en mí,
con cada son,
con cada dulzura,
llega tú música y sangra la alegría
cuando envainas tu voz aquí en mi pecho.