No solamente porque hoy es Viernes Santo. Principalmente por eso, pero no solamente.
Mi corazón va hacia aquellos lados, allí donde moran esos corazones tristes y rotos. Aquellos pocos corazones argentinos de los que ya hablé, sufridos por todas partes: su pobreza, su abandono, sus dolores amorosos, su tristeza de una vida desperdiciada en lágrimas y soledad, sus desvíos y desconsuelos, su fe escasa o nula, su rabia y sus discursos de comida enlatada.
Es Viernes Santo y hay a Quien pedirle por ellos, que están crucificados con Él. Y que Lo han crucificado, a la vez.
Pedir por ellos (para ellos y en su nombre) es pedir con ellos, también. Porque todos –casas más, casas menos– necesitamos a Jesús haciendo de Cireneo y de Verónica en nuestras vidas.
Y Jesús lo sabe.