miércoles, 21 de septiembre de 2022

El amor de su vida


Unas lecturas para preparar unas charlas sobre el lenguaje de la poesía, me llevaron a un ensayo lleno de sugerencias. Trata sobre el retrato y el nombre de la amada grabado en el corazón del amante y el rastreo de esa cuestión en los testimonios literarios. Porque es tópico literario antiguo, muy antiguo, y aun llega a estos días nuestros.

Si alguien se interesa, aquí queda la forma de llegar a él. 


Pero, a la vez, releía también la biografía de F. Dostoievsky que con acierto escribió el ya fallecido noruego Geir Kjietsaa. Y –así son las cosas– a propósito de un episodio que allí se cuenta, me fui por el camino de los ejemplos de poetas que han llevado en el corazón el retrato y el nombre inscripto de su amada. O más precisamente del amor de su vida.

Dostoievsky, se sabe, se casó dos veces y tuvo hijos con la segunda mujer, Anna Grigorievna Snitkina. La primera fue Maria Dmitrievna Isayeva, bastante mayor que él. Sin embargo, el amor de su vida fue Apolinaria Prokofievna Suslova, a quien llamaban Polina Suslova. Más joven que Fiodor, era una muchacha de carácter vivo que iba y venía en los avatares de la relación, relación que no llegó a matrimonio. Pero ella quedó en la obra del escritor en varias novelas y relatos. La que se destaca, entre varias, es la apasionante Nastasia Filipovna de El Idiota, de la que el protagonista, el epiléptico Lev Nicolaievitch Myshkin (como el autor), está perdidamente enamorado.

Algo parecido puede decirse de Catulo, el joven poeta romano del siglo I aC, y su tormentosa relación con Clodia, que dio origen a no pocos de sus Carmina. Tormenta del corazón de la que quería y no quería desprenderse y que atestigua el conocido Carmen 85, Odi et amo

¿Y Dante? No hay un solo verso dedicado a Gemma Donati, su esposa y madre de sus hijos Giovanni, Pietro, Jacopo y Antonia (que tomó los hábitos con el nombre del amor de la vida de Dante... sor Beatrice). Toda la obra del altissimo poeta, prácticamente está puesta bajo el nombre de quien lleva en su corazón: Beatrice.

¿Y su vecino aretino, Petrarca? Sabemos que tuvo dos hijos y no sabemos bien de quién son hijos, y no sabemos mucho más que eso de su vida amorosa. Pero, allí está su Canzionere, para decir que lleva grabado indeleblemente el nombre de Laura de Noves en su corazón y en la mano con la que le escribe y alaba.

Y algo parecido a lo que se dice de Gemma Donati, se dice de Anne Hathaway, la mujer de William Shakespeare, 8 años mayor que él, con quien casó a los 18 años y fue la madre de al menos 3 de sus hijos. De los 154 sonetos que se le atribuyen a Wil Shakespeare, buena parte dedicados a amores del poeta, hay apenas uno dedicado a ella, con frases ambiguas según algunos críticos. Tan difícil como eso es rastrear a la misma Anne en las obras de teatro.

¿Y Garcilaso de la Vega? Hombre gentil y valiente... y enamoradizo y muy atractivo para las mujeres. Con muchas tuvo asuntos. Pero casó con Elena de Zúñiga que le dio 5 de los hijos que tuvo el Príncipe de las letras castellanas. ¿Elena es la Elisa que Garcilaso tiene grabada en su corazón y persiguió en casi toda su obra? No y no sabemos, dicho sea al pasar, quién sea exactamente esa Elisa (si Beatriz de Sa o Isabel Freyre, bellísimas ambas), la Elisa cuyo nombre tuvo en los labios en sus últimas y heroicas horas de vida corta.

¿Y Cervantes? Sabemos que, de un amorío, nació una hija, Isabel de Saavedra, reconocida por él recién cuando la niña tenía 15 años y la única que se le conoce. Pero, poco después del nacimiento de la niña, casó con otra joven, Catalina de Salazar, casi 20 años menor que apenas había conocido hacía unos 2 ó 3 meses, en la casa de amigos y casualmente. Con ella, por largos y frecuentes viajes del poeta, vivió muy intermitentemente por unos 15 años. En cambio, ya  no se separó de ella en los últimos 15 años de vida. Dicen las biografías que Catalina lo amó. Sin embargo, apenas hay unas líneas –muy formales y consideradas– que se estima están dedicadas a ella en el Quijote de 1615, la segunda parte. ¿Era Catalina su Dulcinea, la que Quijote llevaba en su corazón grabada? No parece y diría que no.

En fin. 

No hace falta mucho más –y hay mucho más– para que quede dicho lo que queda dicho.

Ahora bien.

Entre los aforismos de su De tumbo en tumba, Braulio Anzóategui, en el capítulo de Abril de 1966, incluyó uno titulado Anónimo:
Me lo previno una vez un santo confesor, viejo y cargado de juvenil sabiduría: es difícil, muy difícil, hijo, quitarse una mujer de encima; pero más difícil es quitársela de abajo.
Además de arruinarle el chiste al filoso y jacarandoso Braulio, sería una mojigatería zonza ponerse a especular sobre la moralidad del consejo o de la inclusión de la leve zafaduría en el libro...

Pero no puedo dejar pasar un asunto, digamos, espacial, mi estimado Braulio.

Porque no se trata de encima o de abajo.

La cuestión es el adentro: el corazón.

Porque, si es difícil, y muy difícil, lo que dice el confesor que es difícil y muy difícil (y no hay discusión sobre esto), nada dijo en cambio el viejo sabio del adentro, del corazón: allí donde el nombre y el retrato y el ser de la amada se graban, indelebles.

Y conjeturo que no lo dijo porque, precisamente, era sabio. Y sabría que el nombre de la amada que el amante lleva de ese modo en el corazón grabado, resulta que, si allí está, allí se queda.

¿Y con eso?

Y con eso, eso.