viernes, 13 de mayo de 2022

José Pérez




Lo conozco. Creo que desde siempre. No puedo decir la cantidad de años. Desde siempre, diría.

Conviví con él. Fue la presencia presente tantísimos días. Presente muchas noches incluso. Juntos en la celebración y en la desgracia; en el dolor y en las felicidades menguadas (cada vez más...) en este valle de lágrimas.

Lo distinguiría en medio de la multitud, inmediatamente. Imposible no.

Y ahí está. Sé quién es. 

Cambiará su cara en esto y aquello, su apariencia. Hasta su edad, de algún modo, si quiere que le diga. 

Pero no su condición. Siempre es José Pérez. Siempre.

Es Brown en la Inglaterra de Chesterton, por ejemplo. Un nadie. Un Don Nadie. Un invisible. Migaja de la masa, apenas, si acaso. Es el José Pérez de los demócratas, de los revolucionarios, de los monárquicos, de los ácratas, de los contrarrevolucionarios, de los siervos del caos, de los adoradores del orden, de los modernosos, de los tradicionalistas. De la izquierda. De las derechas.

A José Pérez, en realidad, no hay que mirarle la fortuna o el barrio. No hay que pedirle título o legajo.

Porque no importa. No hace falta. Se confundiría quien lo hiciera, porque, si lo hace, no sabría que está hablando con José Pérez.

Es José Pérez. Y listo.

De él, realmente de él, no se ocupa nadie. Nadie del todo. Y, en general, se ocupan de él porque, precisamente, es José Pérez. Que es como decir Nadie y Todos, un nombre genérico. Un caso, un emblema, un ariete, un calmador de la conciencia, una excusa. La mención políticamente correcta de que se está del buen lado. 

Es un nombre en un discurso para hablar de José Pérez. Del José Pérez esencial, raíz, sangre, carne y huesos de la patria, del país, de cualquier cosa numérica (importante: que sea numérica...). 

Pero no están hablando de José Pérez. Están hablando de un José Pérez. Y le están hablando a un José Pérez.

Están hablando de lo que un José Pérez les significa. De cuánto importa y vale (importante que valga... votos, por ejemplo, guarismos de estadística, masa crítica, tal vez, y así..., importante que sean muchos José Pérez.)

José Pérez es algo que hay que mostrar. Como hay que mostrar la preocupación por los José Pérez. Es lo que hay que hacer (que quiere decir que es útil hacerlo...)

Pero después...

Después es otra cosa. No hay que mezclar. La política es así. Hasta acá llegamos con José Pérez. De acá en más, no es cosa de los José Pérez. Seamos serios: negocios son negocios. Aunque el negocio sea simplemente el poder.

Eso sí: le mejorarán la vida, en todo. Su cuerpo que come, se viste, se guarece bajo un techo y cobra un sueldo o ningún sueldo. Su mente que hay que educar y adiestrar. Su alma que hay que elevar y nutrir de gloria y consignas de gloria y grandeza, gloria y grandeza de la patria terrestre y hasta de la celeste, claro que sí, si cuadra. Su dignidad que ha perdido a manos de la manipulación de los sinvergüenzas y de los ideólogos a la violeta. Su futuro que está allí al alcance de la mano y que le roban los que ya sabemos, los de siempre. Su patria, sepultada bajo los escombros que deja la vileza y la corrupción, la perversidad o la imundicia... Todo le mejorarán a los José Pérez.

Pero.

No conocen la vida-vida de José Pérez. La leen, la escriben, la pronuncian. No la padecen. No la com-padecen.

Si acaso, los que no hacen política (ni nada), hablan con unción de José Pérez y de la vida del hombre común que es José Pérez, o la miran por la pantalla de sus pantallas, cuando miran fascinados la vida de José Pérez, dicha en los discursos de los que hablan de José Pérez y que oyen en sus pantallas. Hasta hay quienes rezan por José Pérez, por los José Pérez. O lo enarbolan en las andas de la procesión de los pobres José Pérez de este mundo. Y no mucho más, si acaso hay más.



Pero José Pérez existe. 

Lo conozco. 

Y sé que no es ése.