domingo, 19 de diciembre de 2021

A quien corresponda


Hay los que hacen versos. Y hasta hay quienes los hacen acordados y sonoros, con gracia, diría.

Pero hay otras gentes que hacen una cosa distinta: hacen poesía.

Parecido no es lo mismo.

La poesía es algo que se hace porque se tiene. Y si no se tiene, no se hace. Se hace otra cosa. Versos, por ejemplo. Porque no se tiene poesía porque se hace poesía. Se hace porque se tiene.

No se hace poesía porque se quiera. Se hace aunque no se quiera. Querer no es poder. Hacer es poder hacer.

Y eso quién lo dice. Yo, por qué no. Hasta un ciego distingue una serpiente de una flor.


Vengo oyendo y trayendo a las bitácoras cosas de Jaime Dávalos.

Ahí tienen a uno que tiene y por eso puede hacer.

Y es a los que tienen, a quienes les va este acompañamiento que dejo aquí.

Oigan bien, oigan despacio, no escruten, no midan, no ensayen imitar: saboreen. Verán y oirán cómo el que puede le ve a las cosas lo que tienen de poético. Porque tener es tener cómo ver, cómo oír cantar a las cosas el canto que interpreta el que puede.

Vean adentro, no afuera. No recorran el contorno eficaz del sonido y la floración de las voces. Miren adentro, vean adentro: Dejen que la fuente hable. Que la fuente les hable. Callen, no hablen con los versos. No hablen en verso. Callen. Oigan.

Porque, dijera Paco Bernárdez:
El mundo nos despierta y al oído
nos confiesa el afán de cada cosa
por empujar la puerta misteriosa
y escapar de la muerte y del olvido.
Nos dice que la piedra y que la rosa
buscan la voz del hombre dolorido:
la piedra inerte para ser sonido,
y palabra la rosa misteriosa.
Y nos dice también que, sólo cuando
las cosas hallan lo que van buscando,
alcanzan toda su naturaleza.
Porque, sólo en la voz que las asume,
tiene la piedra toda su firmeza,
tiene la rosa todo su perfume.

A quien de veras carga el cuenco terrible de la poesía que le han dado, le dedico esta entrada, porque le sirva.







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Quince años atrás, publiqué aquí otro de los sonetos al vino que compuso Dávalos y que recitó en Salta en la fiesta de los 20 años de Los Chalchaleros:
Viene un color de vena desolada
nombrándote crepúsculo entre flores
y tocas al amor con resplandores
de sangre y tinta azul martirizada.
Como un monstruo inocente, la mirada
te duele de tan honda; en los albores
de tu cuerpo crisol hay ulteriores
reflejos de alarido y puñalada.
Entre la piel y el alma te me pegas
como la sombra de un abuelo triste
que en mi vengara todas sus tristezas.
Y desde el pozo de tu vida ciega,
un toro antiguo de jazmín embiste
mi corazón sin tiempo y sin cabeza.

Y está este Temor de sábado que no puede faltar, si de vino se trata, aunque sea el vino amargo que dice Dávalos. Pero decir bien una cosa amarga, también es poder hacer porque se tiene con qué.