viernes, 4 de septiembre de 2020

Castilla


Canción de las cosas arduas

Echáronte en el saco los reales
y soledad incierta
que no descansa de los arduos males
con el dolor eterno de Castilla la muerta.

Soledad, soledad de toda gente
que estorbas en cualquier marfil que fue en el viento
los troncos se sacuden en sombra removida,
tú Castilla la muerta, Castilla conmovida.


22 de abril de 1958


Solar de la raza

Vamos cerrando leguas en los montes
y la tarde eminente con las mulas y ríos.
El solar de la raza nace en signos de España.
Felipe escribe en tablas su voluntad católica harmoniosa.
Castilla viste por trompeta
a las sombras indígenas sobre el agua potente
de la paz y la guerra;
y las espadas brillan desnudas en los fuertes.
Supinación auténtica paralela a la cruz del horizonte,
las hidalguías fuertes
sobre el atlas tremendo del Imperio de Cristo


20 de mayo de 1957

Jacobo Fijman

(De Romance del vértigo perfecto)


Unas cuantas son las veces en que Fijman se ocupa de Castilla – por esto o aquello otro – en este volumen nuevo de sus versos, casi todos de los últimos 15 años de su vida que finó en 1970, el año mismo en que Marechal partía.

Sería raro que el lector atento y desideologizado (palabra fea) no encontrara la veta curiosa de humor que destilan sus dichos. Así en estos dos casos que dejo arriba y en otros que espero copiar más adelante.

¿De qué humor se trata? Me parece que hay algo de antigua solera en la mirada aguda (y febril, claro) con la que Fijman, hombre y judío de Besarabia, observa lo hispano. Y a Castilla como su emblema.

Humor benevolente, por cierto, claro. Y reconocimiento benevolente al coraje abnegado de los hijos de Castilla. Pero con él, con Fijman y en Fijman, habla una voz remota, más vieja que Castilla, una voz descendente, diría. Tal vez como la de un galileo, discípulo de Cristo, que hablara de la suerte que correrán los gentiles bisoños, andando el tiempo.